Pacto social, el político y el uso pleno de nuestra energía

Hace un año presenté como tesis de una maestría sobre Planificación y Conducción Estratégica Nacional, en el Instituto de Altos Estudios Estratégicos, IAEE, un trabajo que lleva o el mismo título que hoy encabeza esta columna. Es un compendio de decenas de artículos ya publicados en este diario por este autor, sobre energía, desarrollo, medio ambiente y políticas públicas; además de lo aprendido en el curso y en la realidad nacional observada en 17 departamentos del país. Como agentes multiplicadores tenemos la obligación académica de ponerlo a disposición de la sociedad.

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Es un trabajo que teoriza al desarrollo nacional como un todo, pero que encuentra, hoy día, tres pilares fundamentales para su realización: el pacto social, el pacto político y el uso pleno de nuestra energía hidroeléctrica.

El Presidente lo tiene a mano en el Consejo Nacional de la Defensa, pero es bueno aclarar que todo plan de desarrollo tiene una vigencia en el tiempo y que no pasa el rango de teoría si no aparece alguien que lo ejecute.

El pacto social

Es de sabios reconocer que un Estado no puede desarrollarse si no tiene las condiciones mínimas en la base de su pirámide social: salud, educación, agua, alimentos, trabajo y, últimamente un elemento difuso, la soberanía nacional.

Un pueblo enfermo, mal educado y con liderazgos sin patria, está destinado a desaparecer en el corto tiempo. Puede permanecer en la geografía política solamente como factor de equilibrio entre Estados más poderosos. Es como un principado que no molesta a nadie, mientras no tenga pretensiones de hegemonía y dominación.

El Paraguay ha permanecido así por muchas décadas; su última gran incursión como Estado independiente fue durante la Guerra del Chaco, luego una dictadura que lo llevó al oscurantismo medieval.

Posteriormente vinieron unos cazadores – recolectores políticos que lo dejaron en la postración económica, social y cultural. Una situación difícil de revertir mientras sigan dominando los mismos actores con diferentes disfraces.

El país hoy es el pariente pobre del Mercosur. El tío rico del Este le extrae energía cuasi gratis y productos agropecuarios mediante sus bandeirantes modernos. La otra tía del sur, no tan rica pero muy avara, también le expolia energía limpia a un precio que ni siquiera conocemos.

Ambos envían sus productos manufacturados, además de derivados del petróleo, a precio de mercado. Ya en 1870 la Argentina podría haber anexado el Chaco, y el Brasil, la Región Oriental. ¿Quién hubiera impedido? ¿Un puñado de ancianos, niños y mujeres sobrevivientes del gran genocidio americano? Tal vez el gran país del norte no lo permitió y hoy seguimos vigentes.

Reconstruimos la nación y, décadas después, ocupamos el Chaco porque existieron líderes providenciales como Bernardino Caballero, Cecilio Báez, Gondra, Eligio, Eusebio Ayala y otros que, de las cenizas de la guerra, fueron capaces de levantar la moral nacional. Fueron dos muertes sociales, fueron dos resurrecciones históricas.

En un pacto social, el Estado necesita hablar con don Escolástico, que planta sésamo en San Pedro, con doña Prudencia, que vende frutas y remedios yuyos en las calles, con un hijo en su regazo; necesita hablar con los “sin techos”, “sin tierras”, “sin rollos” y hasta con los desclasados que prefieren vivir en los semáforos, disfrazados de “trabajadores y niños de la calle”. Los interlocutores tendrán siempre el poder de facto: el económico, el militar y el político.

En esta mesa, que al inicio será una bolsa de gatos, deben aguantarse la UIP, la ARP, la Capeco y Cavialpa con el rejuntado de campesinos y sindicatos políticos. Deberán sentarse en una gran mesa sojeros, industriales y ganaderos, por un lado; campesinos, mesiteros, sindicalistas y cuidacoches, por el otro. El Estado será el botín o el huerto de la abundancia, depende del hortelano que lo cuide.

El pacto político

En este afán, en el que todos dicen que trabajan, pero que muy pocos construyen, existen dos grupos que empuñan doctrinas como garrotes: los socialistas, que avanzaron considerablemente en estos 25 años de apertura política, pero que no convencieron ni a un cuarto de la población; y los de derecha, aglutinados en dos vertientes históricas bien definidas, colorados y liberales. Los últimos, a pesar del oficio del poder no sucumbieron solo porque la teoría de la bóveda los sostiene; si cae un ladrillo cae toda la bóveda. Es la explicación de la lista sábana, de la ausencia de balotaje y de otras aberraciones que sufrimos en pleno siglo XXI. Los más ricos de este país pertenecen a cualquiera de estos dos partidos tradicionales.

El Estado, desde la colonia y principalmente desde la pos Guerra Guazú (1870) fue un coto de caza de los caudillos. El nepotismo y clientelismo político es toda una institución; no pudo sobrevivir sin el pa’i (cura), carai (caudillo civil) y el mburuvicha (caudillo militar), tres figuras sociopolíticas bien definidas que se repartieron el poder durante siglos.

Los parientes y “amigos” son el alma del caudillo, así como este, la figura paternal que todo lo soluciona; es la simbiosis social de nuestra historia política. En este cambalache donde poco interesa la solvencia moral, la plusvalía académica y los méritos del trabajo se forjaron grandes fortunas. Un operador político conocido como “puntero” es más importante que un doctor en economía, leyes o medicina. Un escritor o pensador es descartado como peligroso; peyorativamente cae dentro del concepto: “péa ndaha’éi ñane amigo” (este no es nuestro amigo).

No obstante, el estadista que Paraguay espera hace décadas aparecerá en escena y se ganará el respeto por sí solo; no dependerá de ningún partido en particular. No necesitará comprar voluntades individuales ni colectivas, no acudirá a convenciones partidarias; no pactará con logias oscuras, ni transará con el narcotráfico. Este estadista se ganará también el respeto de los Estados vecinos por su estatura moral y ética.

Al ritmo que vamos, tendremos que revivir a nuestros ancestros o seguir esperando. Hoy no tenemos opciones, no tenemos un oficialismo unificado, tampoco una oposición seria. Blas Llano, aunque opacado y en decadencia, sigue siendo líder del Partido Liberal Tembiguái Auténtico. A Tito Saguier su historia de lucha ya no le alcanza. Efraín Alegre sigue soñando una gran concertación con los que traicionaron la del 2008.

Los líderes de izquierda están tan perdidos que solo ven a un excura como salvador de la patria ¡a pesar de sus gruesos errores políticos y morales!

Ni el pa’i Lugo, ni el carai Cartes, ni un mburuvicha neostronista podrán salvarnos sin un pacto social y político. Del uso pleno de la energía hablaremos en las próximas entregas.

Tíos

El tío rico del Este le extrae energía cuasi gratis y productos agropecuarios... La tía del sur, no tan rica pero muy avara, también le expolia energía limpia...

Mínimas

Un Estado no puede desarrollarse si no tiene las condiciones mínimas en la base de su pirámide social: salud, educación, agua, alimentos, trabajo y...

(*) Vicepresidente de la Sociedad de Ingenieros Liberales del Paraguay, SILP. Exsuperintendente de Energías Renovables de Itaipú.

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