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La independencia del Paraguay
No cuesta advertir en el Salón Independencia del Palacio de López el gran cuadro alegórico de la independencia argentina representando la independencia nacional del Paraguay.
Para Carlos Villagra Marsal el cuadro pictórico, originalmente denominado “Intimación a Cisneros”, simboliza la intimación en Buenos Aires al entonces virrey del Río de la Plata, Bartolomé Hidalgo de Cisneros, el día 24 de mayo de 1810.
La obra, pintada por el artista italiano Guillermo Da Re por encargo del Gobierno argentino, conmemoraba el centenario de la independencia del vecino país en 1910. No obstante la pintura, rechazada por el nuevo presidente Hipólito Irigoyen la adquirió el paraguayo Juan Silvano Godoy, con el nombre la “Intimación a Velazco”. Impreso en los billetes de diez mil guaraníes, la alegoría no cesa de representar el momento cumbre de la mentirosa independencia del Paraguay, con un desconcertado gobernador Bernardo de Velazco el 14 y 15 de mayo de 1811.
Promotor de la Guerra Guasu
Del mismo modo se nos enseñó la parte más dramática de la Historia del Paraguay. En ella, Francisco Solano López, por desatender los consejos de Don Carlos, su padre, fue el promotor de la guerra que arruinó al país.
Nada más alejado de la realidad. La guerra, como medio para asegurarse vastas extensiones de territorio nacional, fue diseñada y planificada en el “Protocolo de entendimiento para la guerra contra el Paraguay. Argentina-Brasil” en el año 1857.
El documento, guardado durante muchos años, fue hecho público en Argentina por la historiadora Liliana Brezzo en su ensayo “La Argentina y el Paraguay 1852-1860”, editado por la editorial Corregidor y publicado en el Paraguay en el 2007 por el doctor Washington Ashwell en el Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia.
El Protocolo de 1857 obra en el archivo abierto de la biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina, legajo Guerra de la Triple Alianza, caja 1, fs., 3/12. Es importante señalar que los brasileños no lo difunden, consecuentes con su política de no abordar los comprometedores temas de la Guerra Guasu.
El texto, sumamente claro, demuestra la confabulación de los ocasionales aliados en la orquestación de un plan para someter al Paraguay por medio de la guerra, inicialmente por cuestiones de navegación de los ríos, luego desviado hacía reivindicaciones territoriales argentinas parcialmente objetadas por Brasil.
De lo que no quedan dudas es que el Protocolo y el Tratado Secreto de la Triple Alianza fueron pactados mucho antes de la guerra. El primero de ellos en la ciudad de Paraná, Provincia de Entre Ríos, Argentina, el 14 de diciembre de 1857. El otro, en la conferencia de junio de 1864 en Puntas del Rosario, Uruguay, entre el general uruguayo Venancio Flores y los ministros Saraiva de Brasil y Elizalde de Argentina, posteriormente formalizado el 1 de mayo de 1865 en el Tratado Secreto de la Triple Alianza.
Cabe destacar que tampoco López inició la conflagración que ocurrió el 12 de octubre de 1864, cuando desoyendo los términos de la nota del 30 de agosto del mismo año, el Imperio brasileño invadió la Banda Oriental.
Todo ello significa que el mariscal Francisco Solano López ni promovió ni inició la guerra del 70 conforme la narrativa de los invasores.
El tergiversado relato de Itaipú
Otra historia, la más importante de la actualidad, aunque contada interesadamente por sus principales protagonistas paraguayos, es Itaipú. Todo para justificar la entrega de la soberanía energética al vecino país.
Según el relato oficial, el circunstancial socio condómino, entre muchas opciones, eligió asociarse con el Paraguay para la explotación hidroeléctrica del río Paraná, en Itaipú. El magnánimo socio costeó el impresionante emprendimiento hidroeléctrico para compartir su producción equitativamente con quien proveyó, según lo admiten algunos, solo parte del agua necesaria para la concreción del emprendimiento binacional.
Ni lo uno, ni lo otro. La realidad de los hechos nos muestra que para gestionar unilateralmente la represa los brasileños no solo destituyeron en 1964 a su presidente legítimo, João Goulart. También sus técnicos recomendaron, aunque infructuosamente, desviar el río Paraná.
Sin mejores alternativas, para apropiarse del discutido Salto en pleno trabajo de redemarcación, sus fuerzas armadas invadieron Paraguay en Puerto Renato en 1965.
Era más que evidente que nuestro vecino –quién nos asegura habernos liberado del tirano López– no necesitaba de un socio para compartir el emprendimiento limítrofe, que conforme la visión errada de sus especialistas la fuente energética por excelencia era el Salto y no el conjunto del río Paraná con su entorno.
Sin embargo, mediante la oportuna intervención del presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y su canciller Dean Rusk, se pudo acordar entre los litigantes el Acta de Foz de Yguazú de 1966. La tropa invasora desocupó el país y por de pronto el Salto, de propiedad genuinamente paraguaya, se convirtió en condominio. El Acta, que repartía en partes iguales la producción energética y que establecía un precio justo por la energía no utilizada por Paraguay, más tarde quedó modificada en el Tratado de Itaipú de 1973 que se encargó de romper la equidad.
Los temerosos negociadores paraguayos por razones de seguridad según argüían, de un plumazo, en el acuerdo de 1973 desviaron de su objeto y de su fin el Acta de Foz de Yguazú de 1966.
Desde entonces, toda la electricidad, excepto una mínima porción para el Paraguay, fue derivada al Brasil gratuitamente al hacerse cargo Itaipú de una exigua compensación. La situación sigue invariable hasta hoy, excepción hecha que desde 1986 el tesoro brasileño se hizo cargo de la simbólica compensación y desde fines de 1973 la margen paraguaya consiguió controlar su sector.
Otra distorsión –no desmentida por nuestros representantes durante las reuniones que reclamaba los seis puntos al Brasil en el 2008– afirmaba sin ambages que Brasil financió Itaipú: “Otra cosa hubiera sido si Paraguay financiara la obra”, admitía entonces nuestro principal negociador.
La equivocación, por decir lo menos, era mayúscula. Los préstamos, todos ellos usurarios y que según Jeffrey Sachs duplicaron el costo de la obra, honrados suficientemente, fueron obtenidos por Itaipú como empresa binacional y no por Brasil.
En 1997, asumida dócilmente por Itaipú la deuda correspondiente a las empresas compradoras por la venta debajo del costo de la electricidad (US$ 4.193 millones de deuda espuria o vencida), la renegociación del pasivo de la binacional con la Eletrobrás quedó ajustado en unos US$ 16.225 millones. No obstante, abonadas las cuotas correspondientes a 1997, 1998, 1999, 2000, 2001, 2002, 2003, 2004, 2005, 2006 y 2007, un total de US$ 14.819,5 millones (ABC 2 octubre 2011) el saldo deudor al 31 de diciembre del año 2007 con la multinacional brasileña ¡aumentó a US$ 17.037,5 millones! Verdaderamente insólito, tal vez único en su especie el grosero desfalco. El día que el Tribunal de Cuentas de la Unión audite las cuentas de Itaipú con la Eletrobrás el tema Petrobras quedará como una simple anécdota y los pueblos de Paraguay y Brasil comprenderán la medida en que fueron abusados.
Estos hechos nos dan la pauta de cómo nos enseñaron la historia de nuestro país. No solo los interesados invasores de la tríplice entente la escribieron.
Colaboraron con ellos, exitosamente, aquellos compatriotas más ilustrados que prefirieron la prosperidad personal antes que el servicio a la patria.
Mientras no forme parte de la malla curricular educativa, la historia la seguiremos repitiendo según los intereses coyunturales de la política. Y sin solución de continuidad, seguiremos tan frágiles y dependientes como lo somos ahora de nuestros ocasionales socios y vecinos.
Secreto
De lo que no quedan dudas es que el Protocolo y el Tratado Secreto de la Triple Alianza fueron pactados mucho antes de la guerra.
Goulart
Para gestionar unilateralmente la represa, los brasileños no solo destituyeron en 1964 a João Goulart. Sus técnicos recomendaron desviar el río Paraná.
juanantoniopozzo@gmail.com