Las metas tienen la culpa

Desde que iniciamos la escuela nos enseñan a proyectar, ejecutar, alcanzar resultados, medir y corregir; el desarrollo de las unidades de la malla curricular, el examen correspondiente y la medición de si estamos o no logrando las metas siguen irrefutablemente el proceso típico de administración.

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Base de administración:

- Planificación

- Ejecución

- Control

- Retroalimentación (*)

Ese esquema que replicamos durante tantos años de desarrollo escolar se instala durante repetidos ciclos como un hábito que se convierte en la manera en la que funciona el sistema educativo, desde el jardín de infantes hasta el doctorado.

Sin embargo, son pocas las personas que luego lo implementan en su vida. Me refiero a que incluso quienes han estado “practicando” exitosamente esta estructura para alcanzar metas durante 12, 18 o más años en su vida, parecen olvidar este sistema que precisan para lograr sus objetivos, una vez que ellos mismos deben colocarse sus metas, y ya no se les presenta la obligatoriedad de un cronograma rígido, con sus premios y castigos.

Tres fases

Casi todo lo que hacemos en la vida se rige con base en tres fases que desarrollamos de manera inconsciente: proyectar, ejecutar y concluir. Pensá en tu desayuno de esta mañana, o la forma en la que te cepillaste los dientes y te darás cuenta de a qué me refiero.

Pero si es algo tan natural en nosotros, ¿por qué no aplicamos estas fases de acción también al ámbito de las decisiones financieras, laborales o empresariales, adaptándolas al formato que nos indica la base de la administración?

Muchos emprendedores arriesgan tiempo y dinero al iniciar su negocio sin cumplir estos simples pasos, casi atropellando a sus propias ideas, las cuales no siempre están bien organizadas o ni siquiera claras, y se esfuerzan en la ejecución de las mismas pasando por alto la planificación.

Esto los convierte en perfectos bomberos, pues pasarán el resto de la vida de su emprendimiento (en muchos casos una vida sumamente corta) apagando incendios, pues su única tarea será intentar salvar las situaciones que se presentan diariamente en un desordenado marco de acciones inconclusas.

Por otro lado, tendencias que quizás se remontan a la milenaria filosofía oriental nos dicen que el secreto de la felicidad consiste en aprovechar el “aquí y el ahora”, que el pasado ya fue y el futuro no ha llegado, por lo tanto, hay que vivir el día a día sin quebrantarse por el futuro.

Sin embargo, las comodidades y necesidades a ser cubiertas en la sociedad actual no condicen con ese estado de felicidad mezclada con inconsciencia que casi raya la irresponsabilidad, planteado por el pensamiento de que vivir bajo presión nos impide desarrollar al máximo nuestras potencialidades y, por ende, nos aleja de ser felices, cargando a las metas con la culpa de todas las tensiones y frustraciones.

Equilibrando la vida

El continuo ciclo de “hacer para tener” es la tendencia de quien se lanza a la piscina sin comprobar si el agua está fría o templada, o peor aún, en muchos casos sin comprobar siquiera si realmente tiene agua.

En mi opinión, esa actitud trae más insatisfacciones que alegrías, pues implica un desgaste permanente solo para permanecer a flote, sin lograr avanzar al ritmo que te gustaría para premiar tanto esfuerzo invertido.

Generalmente, escuchás expresiones que premian el “hacer” que van desde “es un gran empresario que ha logrado una empresa exitosa”, o castiga el no alcanzar logros académicos o materiales con frases como “no ha hecho nada en su vida”.

Pareciera señalar que el valor de las personas, su importancia y capacidad está orientada a sus logros y en especial a finalizar los proyectos iniciados, entrelazando los resultados obtenidos con la posibilidad de ser felices, quizás ese sea el motivo por el cual felicitamos a quien concluye o termina algo concreto (una carrera universitaria, por ejemplo).

Así, quien no está orientado a la conclusión de tareas que la sociedad espera que desarrollemos (un título universitario, casarse y tener hijos, estabilidad laboral, abrir un negocio propio, etc.) podrá encontrar que su vida no tiene sentido, corriendo el riesgo de no tolerar la frustración y sintiéndose fracasado (aunque no lo sea) siendo posible en estos casos que la sensación empeore apareciendo la depresión o la ansiedad.

Por ello, es importante cuidar el equilibrio en la delicada ecuación hacia el éxito. Será clave que no se deje de lado la primera fase: la planificación, donde en todo proyecto (personal o profesional) debería la decisión pasar por algunos filtros infalibles como lo son el amor y la pasión. Algunas preguntas iniciales pueden ayudarte para eso: ¿pienso que es algo que realmente quiero alcanzar? ¿siento que es algo que impactará positivamente a mediano y largo plazo en mi calidad de vida?

Si se trata de un proyecto emprendedor, esas preguntas te orientarán a identificar para qué querés abrir ese negocio, qué querés alcanzar, cómo lo harás, con quiénes, en cuánto tiempo, qué herramientas y habilidades tenés para poder alcanzar con éxito tu sueño, qué inconvenientes podrían presentarse en tu camino y en ese caso que harás para enfrentarlos; estas y otras importantes reflexiones constituyen en suma la fase de la planificación.

Luego, habiendo concretado esa primera etapa, podrás pasar a la ejecución, al hacer con pasión y entrega aquello para lo cual te has preparado con suficiente antelación, encontrarás un camino que no será fácil, pero contarás con conocimiento y suficiente orden para avanzar con seguridad, por ello, no sentirás la presión como algo negativo, pues tu concentración estará orientada a la satisfacción del logro y cada paso será una conquista hacia tus objetivos.

Sin embargo, al cerrar procesos, una venta por ejemplo, es el momento de medir lo realizado y verificar qué indicadores han sido logrados (la utilidad proyectada, el tiempo de ejecución y otros puntos que consideres claves para la evaluación) y en base a ello, podrás repensar lo actuado para corregir los procesos y mejorar para la próxima oportunidad; a esta fase la llamamos retroalimentación y te permite una mejora continua que podés aplicar en todas las áreas de tu vida.

Por ello, todo depende del cristal con que se mire, no se trata de buscar la felicidad sin tener un rumbo, ni tampoco ir al extremo de tener miedo a las metas porque si no las alcanzo me voy a frustrar, dejando que el temor a no llenar las expectativas te dejen sin hacer nada. Al contrario, esa actitud puede hacerte sentir mal contigo mismo, pues no colabora a reforzar tu autoconfianza y autoestima.

Buscar alcanzar tus metas puede llenarte de buena energía, optimismo y ganas por vivir plenamente, en otras palabras, sentirte feliz contigo mismo y de paso con más dinero. Sigamos hablando de dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.

gloria@ayalaperson.com.py

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