Encuentra tu Mandela interior: tributo a un líder transformador

Fue un consumado líder transformador, como primer presidente democráticamente elegido, abril de 1994, en una Sudáfrica pos apartheid –sistema de segregación racial en vigor hasta 1992, llamado así porque significa “separación” en afrikáans, lengua germánica derivada del holandés–, asumió una posición inédita de revertir los síntomas destructivos de la decadencia, una versión más amplia de lo que ocurre en una organización o comunidad deslizándose hacia un precipicio: supresión de la información, grupo versus antagonismo de grupo, aislamiento y autoprotección, pasividad y desesperanza.

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Comenzó la transformación con un mensaje de optimismo y esperanza –en su discurso inaugural como Presidente, 75 años, afirmó: “Llegó el momento de cerrar las heridas. El momento para cerrar la brecha de los abismos que nos dividen. El tiempo para construir está sobre nosotros”–, introdujo nuevos comportamientos en los más altos niveles del gobierno (cortando los montos de su propio salario) y creó nuevas instituciones que posibilitaron más comunicación y transparencia.

Impulsó la creación de una nueva constitución con un proceso de participación que incluyó a todos, se acercó a antiguos enemigos, visitó a la viuda de un exlíder del anterior régimen con una historia atroz, aseguró la diversidad y la inclusión de todos los grupos en su nuevo gabinete, y atrajo la inversión extranjera. Su meta fue cambiar comportamientos, no solo leyes, que se puede apreciar en esta reflexión suya: “El profundo sentido de sentirse humano es solamente a través de la humanidad de otros; si vamos a lograr algo en este mundo será en igual medida debido al trabajo y logros de otros”.

Entendió el poder del perdón, a pesar de sus 27 años en prisión (1963-1990), emerge con su sentido de justicia intacto sin amarguras discernibles. Los líderes deben ser firmes y forjar rendición de cuentas, pero también deben saber cuándo perdonar hechos repudiables del pasado en el servicio de construir un mejor futuro. Así, los grandes líderes asumen un gesto de reconciliación para sanar heridas y continuar con las cosas de bien, ya que uno de los actos de mayor coraje del liderazgo es renunciar a la tentación de tomar venganza sobre aquellos del otro lado de la cuestión o sobre aquellos que se opusieron a la elevación del líder al poder.

En este sentido, estableció la Comisión para la Reconciliación y la Verdad, liderada por el arzobispo Desmond Tutu, cuya meta fue reconstruir el tejido social devastado por el apartheid. Fue una obra maestra de la innovación organizacional, que rechazaba tanto el modelo de la justicia punitiva de los juicios de Núremberg como el de la amnistía fácil que lleva a la amnesia nacional. En cambio, se caracterizó por un concepto de justicia reparadora que consistía de dos partes: por un lado, las víctimas quienes relataban las atrocidades que habían sufrido –las transcripciones de los testimonios son desgarradoras– sin ser sujetos a preguntas u hostigamiento por parte de abogados; por el otro, los victimarios quienes a cambio del arrepentimiento, el perdón y una amnistía, confesaban sus felonías o crímenes. En otras palabras, la justicia reparadora no busca el castigo o la retribución, sino sanar o reparar relaciones que se habían destruido, rehabilitando a ambos: la víctima y el victimario. Al contrario de lo que se podría suponer, la atención de la comisión no era profundizar en los detalles que pudieran brindar los victimarios, sino las declaraciones personales de las víctimas; la voz de las víctimas lideraba el proceso. De ese modo, se les devolvía la iniciativa de tomar las riendas de sus vidas, buscándose restaurar así la dignidad humana atropellada y violentada por el apartheid. Cuando el expresidente de Sudáfrica P.W. Botha, un defensor del sistema de segregación, se negó a declarar ante la comisión, el propio Mandela lo llamó para decirle que si su temor era ser maltratado, él mismo se sentaría a su lado durante la declaración.

Hizo la rara transición desde el revolucionario hacia el estadista, resistiendo la presión de simplemente cambiar de roles de oprimido a opresor, en lugar de eso, se focalizó para que todos sintieran orgullo de la nación que compartían y trabajar juntos para una gran meta común. Al respecto, en 1995, realizó un gesto dramático de sanación (que inspiró la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood) cuando se vistió con los colores del equipo nacional sudafricano de rugby, anteriormente un deporte exclusivamente para blancos, en la victoria de Sudáfrica sobre Nueva Zelanda.

El legado de Nelson Rolihlahla Mandela tenía 95, es más grande que la justicia racial y más amplia que su país o continente, su legado se ubica en las lecciones de liderazgo que dejó para todos y que cada uno los puede canalizar: ¿Desalentado porque las cosas no salen de la manera que uno desea? considere los 27 años de Mandela en prisión; ¿sin voluntad para tomar las decisiones moralmente correctas? recuerde que siempre mantuvo una postura de hacer lo que consideró correcto para preservar un sentido de nación y de bien común, aun cuando muchos en círculos de poder no los aprobaban; ¿tentado para aplastar a la competencia, eliminar a los enemigos o públicamente humillar a aquellos que cometen errores?, encuentre su Mandela interior, perdone y avance. –“No solamente guarda luto por Nelson Mandela, aprende a ser Nelson Mandela”– Rosabeth Moss Kanter.

1995

En 1995, Mandela hizo un gesto dramático de sanación (que inspiró la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood).

Sanar

La justicia reparadora no busca el castigo o la retribución, sino sanar o reparar relaciones que se habían destruido.

Presión

Mandela hizo la rara transición desde el revolucionario hacia el estadista, resistiendo la presión de simplemente cambiar.

(*) Facilitador y consultor del CAES (Unidad Académica dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNA)

franciscoparisipy@hotmail.com

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