Uno de los factores más determinantes para el nuevo mapa económico del país proviene del cambio en la relación de precios con Argentina. Durante años, más de la mitad de la población paraguaya vivía a menos de 10 kilómetros de la frontera y encontraba allí productos esenciales –alimentos, combustibles, medicamentos– a precios que podían llegar a ser la mitad que en Paraguay.
Este esquema funcionó como un amortiguador del costo de vida, incluso para zonas más alejadas del país. Pero ese alivio desapareció. La Argentina se encareció en pesos por la inflación y también en dólares debido a la corrección cambiaria.
El resultado fue inmediato: el comercio fronterizo prácticamente se desvaneció, obligando a miles de paraguayos a volver a comprar dentro del país a precios más altos. Esto generó un repunte del comercio interno, pero insuficiente para compensar la pérdida global del poder adquisitivo, especialmente entre quienes ya enfrentaban empleos precarios o ingresos por debajo del salario mínimo
En paralelo, Paraguay se volvió barato para los argentinos –e incluso para brasileños–, lo que dinamizó ciertos sectores: hoteles, restaurantes, comercios y eventos. Sin embargo, se trata de un impulso focalizado en Asunción y con impacto limitado para el resto de la economía, que requiere sectores intensivos en mano de obra y más vinculados a la cadena productiva.
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Economía que crece en sectores que no benefician a la mayoría

Algunos indicadores macroeconómicos muestran señales de expansión, sin embargo, el crecimiento se concentra en áreas que no generan empleo masivo o que no se traducen en mejoras en la calidad de vida. La producción de electricidad es un ejemplo: crece, pero sus beneficios no llegan al ciudadano común.
En contraste, actividades de alto impacto laboral como la construcción se encuentran deprimidas debido al recorte de la inversión pública, consecuencia directa de la rigidez presupuestaria.
La lógica es clara: un presupuesto excesivamente rígido obliga al Estado a ajustar por la única vía posible –la inversión– y ello repercute directamente sobre sectores que dependen de la obra pública. La disminución en la construcción arrastra también a los servicios conexos y reduce oportunidades laborales para miles de familias.
A esto se suma la caída en el sector agropecuario, donde se produjo alrededor de un millón de toneladas menos de soja que el año anterior. Este descenso afecta toda la cadena logística, especialmente el transporte de carga, una actividad crucial para la economía paraguaya.
En consecuencia, los empleos que se generan en otros sectores no compensan la pérdida de ingresos en áreas más amplias y estratégicas. Muchos de los nuevos puestos son a tiempo parcial, con salarios que no alcanzan el mínimo legal, lo que profundiza el deterioro social.

Al escenario se suman otros factores: el creciente endeudamiento del Estado y el uso ineficiente de los recursos disponibles, así como el drenaje anual de US$ 300 millones en la Caja Fiscal, cuyo déficit requiere medidas urgentes que, hasta ahora, no han sido encaradas con la firmeza necesaria.
La ineficiencia en la ejecución presupuestaria, los atrasos de pagos para que no impacten en el déficit del año fiscal y el crecimiento del gasto rígido –especialmente en personal– acentúan la fragilidad del sistema.
En palabras del economista y exministro de Hacienda Manuel Ferreira, “el modelo del 10% ya no funciona”. El Estado está alcanzando el techo de lo que puede obtener con la estructura tributaria vigente, sin alterar la competitividad ni la presión sobre los hogares, pero tampoco logra reorganizar sus finanzas internas.
Es de recordar que el aumento del endeudamiento, combinado con mayores tasas de interés, encareció el financiamiento interno y externo, afectando la actividad privada, reduciendo la inversión de las empresas y, en consecuencia, debilitó la generación de empleo.
La situación genera un círculo vicioso: menos inversión pública, menos inversión privada y deterioro del bienestar de los hogares, que deben recurrir crecientemente al crédito de consumo para cubrir gastos corrientes. El uso de tarjetas de crédito para financiar compras básicas “en seis cuotas” se convierte en práctica común y evidencia la fragilidad del ingreso disponible.
Por todo lo anterior, el agotamiento del modelo económico y fiscal tiene consecuencias que ya se expresan en las calles. Las protestas de enfermeras, los reclamos por la falta de insumos, el creciente malestar en redes sociales y la pérdida de confianza en el funcionamiento cotidiano del Estado constituyen señales de alerta que pueden escalar si no se introducen correcciones.
Además, persiste el riesgo de que la imagen internacional de Paraguay se vea afectada. Con una calificadora que ya otorgó grado de inversión al país, el incumplimiento de metas fiscales o el manejo discrecional de pagos podrían comprometer futuras evaluaciones y encarecer aún más el financiamiento externo.
Urgen alternativas para aliviar la presión sobre el fisco sin profundizar la ineficiencia. Una de ellas podría consistir en avanzar hacia cuentas parafiscales, es decir, obligaciones individuales cuya recaudación no ingresa directamente al Tesoro, pero reduce la presión sobre el gasto estatal.
A decir:
-Seguros médicos obligatorios, donde una parte de la población financie su propia cobertura.
-Reforma previsional con capitalización individual, para que más trabajadores aporten a sistemas sostenibles a largo plazo.
-Aumento de la cobertura jubilatoria, que hoy llega solo al 21% de los paraguayos.
-Fortalecimiento de esquemas de inversión en infraestructura que combinen financiamiento público y privado de manera eficiente.
Estas alternativas reducirían el peso del Estado en áreas donde históricamente ha mostrado ineficiencia, mientras se protege la sostenibilidad fiscal y se libera capacidad para invertir en sectores productivos y estratégicos.
Y, a modo de remarcar, Paraguay enfrenta hoy la necesidad de una reforma profunda de su modelo fiscal y económico. La suma de factores –pérdida del poder adquisitivo, caída en sectores clave, rigidez presupuestaria, endeudamiento creciente, deterioro de servicios esenciales y malestar social– muestra que los desequilibrios no son coyunturales, sino estructurales.
El país se encuentra ante un punto de inflexión. Ajustar el modelo implica decisiones difíciles, inversión de capital político y una visión de largo plazo que trascienda la lógica electoral. Sin reformas que fortalezcan la inversión, reordenen las finanzas públicas y reconstruyan la confianza ciudadana, Paraguay continuará profundizando una crisis silenciosa que ya golpea con fuerza a la vida cotidiana de su población.
Impacto en construcción
Actividades de impacto laboral como construcción están deprimidas por el recorte de inversión pública, efecto directo de la rigidez presupuestaria.
Reconstruir confianza
Sin reforma que fortalezca la inversión, reordene las finanzas públicas y reconstruya la confianza de la gente, el país seguirá profundizando la crisis.

