El monstruo de la casa

La realidad del abuso sexual infantil en Paraguarí es una de las más crudas y dolorosas que enfrenta el departamento. En lo que va del año, en diferentes distritos se han registrado 14 denuncias de abuso y una de coacción y violación. Más allá de las alarmantes cifras, lo que más impacta es la revelación de quiénes son los agresores: la mayoría de los hechos ocurren en el seno familiar.

Padres, padrastros, tíos, e incluso personas en posiciones de confianza como docentes y vendedores ambulantes, son los perpetradores. La seguridad que debería existir en el hogar se desvanece, y la confianza se convierte en la herramienta del depredador.

¿Qué está fallando? En muchos casos, las madres están ausentes por motivos laborales, dejando a los menores en un entorno vulnerable. Sin embargo, el silencio más cómplice y profundo se da cuando, al enterarse del abuso, la propia madre opta por callar para evitar confrontar a su pareja. Una decisión que condena a su hija o hijo a seguir conviviendo con el agresor, perpetuando el ciclo de violencia y traición. Es gracias a la valentía de los docentes que muchos de estos casos salen a la luz, al convertirse en la voz de los niños que no pueden hablar.

Los casos se han registrado en varias localidades del departamento, entre ellas La Colmena (1), Acahay (3), Yaguarón (2), Carapeguá (1), Caapucú (2), Quiindy (2), Ybycuí (1) y Escobar (1), Paraguarí (1). A pesar de la gravedad de la situación, hay un rayo de esperanza. Los presuntos autores de estos delitos están siendo procesados, y ya se han logrado este año condenas ejemplares. La justicia ha dictado sentencias de 12 y 13 años de cárcel para agresores en Yaguarón y Quyquyhó, y en Carapeguá otro hombre fue condenado a 10 años de pena privativa por el abuso de un vecino menor de edad.

El derecho de los niños a crecer en un ambiente sano y seguro debe ser una prioridad, y la sociedad en su conjunto no puede seguir siendo una espectadora silenciosa. Urge implementar algún tipo de ayuda y seguimiento para las víctimas. Las secuelas del abuso sexual en la infancia son heridas profundas y duraderas, y las niñas y niños necesitan un acompañamiento psicológico y social que les permita reconstruir sus vidas.

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Más allá de castigar al agresor, el sistema debe tender la mano a nuestros niños con acciones reales que los protejan y sanen sus heridas: terapias que devuelvan la confianza, entornos seguros donde puedan sentirse cuidados.

La protección infantil no se agota en una sentencia; es un compromiso de cada día con su salud emocional y su derecho a ser felices. Debemos mirar también dentro del hogar, donde muchas veces el “monstruo en casa” amenaza su inocencia.

emilce.ramirez@abc.com.py

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