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EL LADO OSCURO
Un momento de singular clarividencia en la novelística distópica de mediados del siglo pasado es aquel pasaje en 1984, de George Orwell, en el cual el protagonista, Winston, en la habitación donde se encuentra furtivamente con Julia, su amante, ocultos de la policía del pensamiento y demás esbirros del partido y del Gran Hermano, es testigo desde la ventana de la más trivial de las escenas:
«...Al pie de la ventana alguien entonaba una canción. Miró Winston hacia afuera a través de los visillos de muselina de la ventana. Alto aún estaba el sol del mes de junio y en el patio, bañado de luz, una corpulenta mujer, imponente y majestuosa como un pilar normando, de fornidos y rosados antebrazos y un delantal de brin sujeto a la cintura, iba de una pileta a unas cuerdas de tender ropas, donde colgaba unas prendas que a Winston le parecieron pañales. Cuando no tenía entre los dientes uno de los ganchos cantaba con vigorosa voz de contralto:
Fue tan solo una ilusión
Como arreboles de abril
Pero miradas, palabras y sueños
Me han robado el corazón.
Era una canción que venía haciendo furor en Londres de tiempo atrás. Formaba parte de una serie de tonadas difundidas para consumo de la plebe por el Departamento de Música. Las letras de dichas canciones se componían por medio de cierto aparato denominado versificador, sin intervenir para nada en ello la mano del hombre. Pero aquella mujer la cantaba con una entonación que los cuatro versos tontos resultaban casi gratos al oído».
(George Orwell, 1984, Buenos Aires, Editorial Kraft, quinta edición, 1962, traducción de Arturo Bray –«Hace mucho tiempo en un Paraguay muy lejano, existieron en su ejército oficiales capaces de traducir a Orwell para sobrevivir en el exilio porteño»–).
En el país de pesadilla imaginado por Orwell existe un Departamento de la Fantasía dedicado a la producción industrial en serie de música, cine, literatura, etc., destinados al consumo de las masas. La exactitud del vaticinio es tal que el hecho de que los dueños de la industria sean grandes corporaciones capitalistas y no un Estado totalitario como el propuesto en la novela puede considerarse un detalle accesorio. No se trata aquí de hacer juicios de valor sobre la industria ni de predicar un supuesto enfrentamiento entre lo que podríamos llamar «artístico» y lo «comercial» o de mero «entretenimiento»; no, el cine es más complejo, su historia presenta varios ejemplos de talentosa síntesis de elementos en apariencia opuestos.
Sí me parece saludable, ante un filme como El despertar de la Fuerza y la saga a la que pertenece, tener conciencia de su significado cinematográfico; no es un tanque sino toda una división pánzer en la vanguardia de la ofensiva hollywoodense sobre nuestros sentidos, buscando satisfacer nuestro deseo de entretenimiento, saciar nuestra sed de diversión, en persecución de nuestras emociones o de algún sentimiento, quizás para ser atesorados como un recuerdo agradable… y de ese modo recaudar muchos miles de miles de millones de dólares, divisas destinadas, en su mayor parte, a las cuentas bancarias de la accionista mayoritaria de LucasFilm, Disney Enterprises Inc.
Como les sucede a muchos de mi generación, las películas de la trilogía original, por estas latitudes conocidas como La Guerra de las Galaxias (1977), El Imperio Contraataca (1979) y El regreso del Jedi (1983) ocupan un lugar privilegiado en mi estimación como epítomes inalcanzables de la fantasía espacial, la aventura y los efectos visuales. Por eso mi angustia, mientras aguardaba impaciente en la fila para comprar pororó y me preguntaba, tras todo el merchandising, los espacios pagados en televisión, las maratones de la saga en la TV paga y demás manejos publicitarios a escala planetaria, ¿sería El Despertar de la Fuerza - Episodio VII al menos una buena película?
AUSENCIA DEL FACTOR SORPRESA
Fabio Manes y Fernando Martin Peña sentenciaron en una ocasión que «es prácticamente imposible para cualquier director realizar una mala película de guerra; pues la guerra es el conflicto humano por excelencia»; comparto el concepto y me parece incluso que una guerra de pura fantasía como la propuesta en la saga de Star Wars tiene infinitas posibilidades, liberada de toda cortapisa histórica limitante de la imaginación, y es aquí, al contrario, donde se encuentra, a mi juicio, la notoria falencia del Despertar de la Fuerza, lo reiterativo de la trama, su estancamiento narrativo. A pesar de los cuantiosos recursos técnicos y materiales puestos a disposición de J. J. Abrams y sus guionistas, se echa en falta la ausencia, entre los creadores del relato, de un Bonaparte o Rommel capaz de darles un giro de osadía argumental a las anodinas, reiteradas y monótonas acciones de la guerra galáctica. Amigos lectores, si ustedes son parte del multitudinario número de habitantes del globo que vieron La Guerra de las Galaxias original o El regreso del Jedi, al ver El despertar de la Fuerza tendrán la sensación de que están ante un calco de un original infinitamente mejor. Se nos muestra una nueva Estrella de la Muerte, naturalmente más grande, esta vez todo un planeta que en sus entrañas guarda un desmesurado supercañón capaz de vaporizar sistemas solares enteros sin más trámites. Al rato nos enteramos, sorprendidos, de que tan formidable arma es fácilmente destruida, atacando un punto convenientemente débil: basta algo de valentía y suerte. Lamentablemente, sospecho que esta obstinación en la superarma se debe a una notable ausencia de imaginación creadora y no a la influencia de clásicos como Los cañones de Navarone (J. Lee Thompson, 1961).
Nuevamente, un villano enmascarado, pero indeciso, incapaz de superar cierto aire ridículo ni siquiera cuando tortura o comete parricidio; pésima elección otorgar el papel de Kylo Ren a Adam Driver, ni sombra del tótem de maldad sideral que era Darht Vader con la hipnótica voz de James Earl Jones. Si bien es cierto que en toda la saga se detecta cierta inspiración mitológica de raíz nórdica, como la que hizo brotar en la docta imaginación de J. R. R. Tolkien El señor de los anillos, es un despropósito colocar a un remedo de Gollum como maligno supremo: Snoke, el amo de la primera orden. Para mayor daño, a cargo del mismo actor (Andy Sarkis) que caracterizó al Gollum de la trilogía del anillo. Resultado del experimento: una marioneta digital salida de los muppets. El emperador de la trilogía original era capaz de producir pesadillas; el Snoke del episodio VII da risa. Daisy Ridley, en el papel femenino principal, lleva adelante con corrección su actuación; lamentablemente para ella, su compañero en la trama, John Boyega, es un serio aspirante al premio al desertor menos convincente de todas las galaxias.
Resulta un gran alivio para el espectador la aparición de Han Solo (Harrison Ford) y Chewbacca (Peter Mayhew). Solo y su velludo amigo demuestran que a pesar de los años conservan la simpática frescura que sus personaje exigen, y la trasmiten al filme. Unas acotaciones sobre el 3D: las posibilidades visuales de esta tecnología parecen desaprovechadas por Abrams; se esperaban secuencias y tomas espectaculares, sobre todo en las batallas espaciales, pero el director se limitó a imitar a la trilogía original; consecuentemente, casi resulta indiferente ver la película en dos o en tres dimensiones.
EL RETIRO DEL JEDI
En una locación que recuerda mucho el complejo monástico de la isla de Skellig Michael, en la costa sur irlandesa, Luke Skywalker, ajeno a las desdichas ajenas alrededor de estrellas distantes, de espaldas a la cámara, contempla el rugiente océano. No sabemos, al final de esta primera entrega, si persistirá su rechazo a toda ambición salvífica, manteniéndose como héroe retirado, o si, por el contario, empuñará una vez más el sable láser que se le ofrece contra los tiranos que sojuzgan la galaxia. En fin, para develar el suspenso llegarán en los próximos años nuevas entregas de la serie, más publicidad, más marketing y toda la flota intergaláctica del lado oscuro para intentar vendernos el juguete nuevo entre las franquicias de la Disney. Respondiendo a mi angustiosa duda, Star Wars: El despertar de la fuerza, episodio VII, ciertamente queda mejor parada que las películas posteriores a la trilogía original, Episodio I: La amenaza fantasma (1999), Episodio II: El ataque de los clones (2002) y Episodio III: La venganza de los Sith (2005), pero está varios escalones por debajo de la trilogía original, desbordada de previsibilidad, monotonía y lugares comunes. No queda más que aguardar las próximas entregas de la serie, rogando a la fuerza que las dote de mejores realizadores y guionistas.
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