Cargando...
El tema es si la lengua española es o no sexista. Si es una cuestión de género o de sexo. Del uso de “los” y “las” cuando se habla de los seres humanos. Es decir, si es correcto desde el uso del idioma español decir: “paraguayos y paraguayas” o si diciendo solamente la primera expresión comprende a ambos.
Quien hizo la presentación del tema en la RAE fue Ignacio Bosque. Para los que no lo conocen, diré simplemente que es el ponente de la Nueva Gramática de la Lengua Española, aprobada por las veinte y dos academias que componen la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y es seguramente uno de los gramáticos más importantes del español, luego de Nebrija, Andrés Bello y Rufino Cuervo. De modo que no puede negársele autoridad intelectual para presentar una posición ante la RAE. Y su ponencia, que merece ser leída, concluye en que atenta contra la gramática el uso de “el” o “la”. Posición que fue refrendada por TODOS los académicos, entre los cuales se encuentran varias mujeres. Su conclusión es muy expresiva: “No deja de resultar inquietante que, desde dependencias oficiales de universidades, comunidades autónomas, sindicatos y ayuntamientos, se sugiera la conveniencia de extender —y es de suponer que de enseñar— un conjunto de variantes lingüísticas que anulan distinciones sintácticas y léxicas conocidas, y que prescinden de los matices que encierran las palabras con la intención de que perviva la absoluta visibilidad de la distinción entre género y sexo. La enseñanza de la lengua a los jóvenes constituye una tarea de vital importancia. Consiste, en buena medida, en ayudarlos a descubrir sus sutilezas y comprender sus secretos. Se trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con corrección y con rigor; de contribuir a que lo empleen para argumentar, desarrollar sus pensamientos, defender sus ideas, luchar por sus derechos y realizarse personal y profesionalmente. En plena igualdad, por supuesto.
Esta discusión no es nueva, ya que el uso de “el” o “la” ha sido una reacción del movimiento feminista cansado de tantas e injustas discriminaciones contra las mujeres. Demasiados siglos de postergaciones, de humillaciones han sufrido, de modo que es fácil entender su postura. Pero el tema es ¿por qué a costa del idioma?
Por otra parte, y siempre lo he sostenido, el lenguaje viene de abajo para arriba. Es el pueblo el que va modificando su idioma, son los jóvenes los que van cambiando las palabras, que al final se imponen y las Academias las aceptan, cuando no sean una agresión grosera al idioma como sería decir “miembra” en vez de miembro.
Pero en el caso que nos ocupa ocurre el fenómeno inverso. El tema de “los” y “las” viene de arriba para abajo. Son generalmente exponentes de las clases políticas de nuestros países los que usan ese camino para “ganarse” el voto femenino. Siempre el camino más fácil. Cuando que en realidad lo que deberían hacer es remover los obstáculos que generan la discriminación contra las mujeres.
Insisto en lo de arriba para abajo porque creo que el idioma no se impone por ley. Nace de una generación espontánea de los hablantes de una lengua. Las palabras a veces perduran en el tiempo y otras, luego de algún momento de uso, van cayendo en el olvido.
Pero lo que debe cuidarse es distinguir perfectamente lo que es lingüístico de lo que es político. Lo uno no debe enfrentar a lo otro, sino ambos complementarse. Otros idiomas tienen solamente un género y nadie se molesta por ello.
La igualdad del hombre y la mujer viene por los derechos. Por el valor que representa la mujer en la sociedad. Por ocupar por capacidad el espacio que merece. Ahí están la Bachelet, la Merkel y varias otras que representan con dignidad y solvencia a los ciudadanos de sus países.
Pero como es lógico, en un tema polémico como este, la reacción de los círculos intelectuales no se hizo esperar. He leído debates en la Argentina y en España con posiciones bien firmes de cada lado, por cierto. Voy a transcribir algunas expresiones para ver el nivel de confrontación que hay.
Pedro Á. Miranda, Académico de número de la RAE. “Ni Ignacio Bosque ni yo somos unos trogloditas. El profesor Bosque rechaza expresamente en su artículo frases como esta: ‘Los directivos acudirán a la cena con sus mujeres’. Hace falta solo un poco de sentido común para no escribir semejante estupidez. Ni el profesor Bosque ni yo somos insensibles a la cuestión del sexismo lingüístico. Lo que decimos es que el género no marcado forma parte de la estructura profunda de la lengua española”.
Inés Alberdi (exdirectora del Fondo de Naciones Unidas para la Mujer). “Pues claro, no se puede estar constantemente duplicando. Lo que yo no entiendo de tu artículo y del artículo del profesor Bosque es esa resistencia a hacer nada. Y esa burla. Por ejemplo, en tu artículo de EL PAÍS decías que existen los epicenos, que son palabras que parecen femeninas, como ‘víctima’, ‘periodista’. Y preguntas en tu artículo de manera retórica: ‘¿Hay algún hombre que se haya sentido discriminado por esa palabra?’. ¡Hombre, es que eso es muy fuerte! Si las mujeres se sienten discriminadas por la lengua, no es por la lengua en sí, sino por una historia de discriminación que arrastramos de cientos de años. Yo no conozco sociedades en las que los hombres hayan carecido de derechos por ser hombres, y por eso no tienen que reivindicar”.
César Antonio Molina (poeta, exministro de Cultura y exdirector del Instituto Cervantes). “La lengua es una estructura que hay que conocer, que tiene sus especialistas, y hay que ver si el ir desmontando eso es complicado, no es complicado, si se puede hacer o no se puede hacer, ir adaptando como ha ido sucediendo a lo largo de la historia. Yo sí creo que tiene que haber un órgano que diga lo que se puede hacer y lo que no, porque es la manera de acercar las opiniones enfrentadas. Estas guías de las que hablamos quizás se hubieran hecho mejor consultando a la Academia. Es este un nivel que corresponde a los especialistas. Y la Academia no es que tenga la verdad, pero sí la experiencia y el conocimiento”.
Eva Antón (filóloga y coautora de la Guía para un uso del lenguaje no sexista editada por Comisiones Obreras).
“Es interesante tener la oportunidad de reconocer el papel de la lengua y la preocupación por hablar bien, y saber que eso no es incompatible con que responda mejor a las exigencias comunicativas de nuestro tiempo. No podemos poner puertas al siglo XXI”.
En La Nación de Buenos Aires del día sábado 10 de marzo se publicaban los siguientes comentarios de distinguidos intelectuales argentinos:
Pablo de Santis (escritor). “El excesivo análisis del sexismo en el lenguaje hace que se separe el lenguaje público del privado”.
Ivonne Bordelois (lingüista). “No se trata de corrección gramatical, sino de quienes tienen derecho a interpretar las pautas de la lengua”.
Abelardo Castillo (escritor). “El uso del femenino y del masculino no responde a razones lingüísticas, sino
demagógicas”.
Se podría seguir con las citas, pero creo que bastan para exponer los decibeles del debate que se ha establecido.
Quiero recordar también que en el Paraguay, Jesús Ruiz Nestosa cuando hizo su ingreso a la Academia Paraguaya de la Lengua Española lo hizo sobre este mismo tema. Lo hizo con gran solvencia para concluir lo innecesario de las modificaciones a las reglas de la gramática en el tema de sexo y género.
Estoy seguro que este artículo traerá también en Paraguay discusiones y críticas, lo cual me parece muy sano para encontrar a través de ellas coincidencias útiles. Pero que se entienda que no tiene otro interés de mostrar lo que pasa hoy día con nuestra lengua y que no se tome como un ataque al feminismo ni a los derechos de las mujeres. Mi respeto por ellas está demostrado claramente en el respeto que tengo por mi señora y el que he manifestado en toda mi labor de docente y escritor de varios libros sobre el tema.
En suma, nos encontramos una vez más en un debate sobre nuestro idioma. Los debates que este suscita nunca acabarán. Solamente debemos aspirar a que prime la sensatez y que —vuelvo a repetir— el lenguaje surge de abajo para arriba. Cuidémoslo, ya que es una forma de tratar que nuestra civilización perdure a través de la labor cultural paciente y denodada de todos los hispano hablantes. Cada vez somos más. Que seamos también, además de más, mejores.