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Nacido en Oruro en 1937, muerto en México DF en 1984, la vida y la obra de René Zavaleta Mercado aferran ese medio siglo que late en el corazón del siglo XX. El lustro tenebroso de la Segunda Guerra Mundial, y las décadas en que la Guerra Fría estuvo más caliente. Zavaleta fue también un autor del corazón bruno de América del Sur, un científico social que tuvo a Bolivia, su patria de sal cautiva, como tema y problema en miles de páginas que, antes de cualquier otra consideración, han sido compuestas, como en un milagro laico, casi desde la primera hasta la última, en un estilo que las ha vuelto, también casi una a una, dolorosamente antológicas.
EL DIARIO POR OTROS MEDIOS
Esta semana se presenta, en el marco de la 20ª Feria del Libro de La Paz, el tomo III de las Obras Completas de Zavaleta, en dos volúmenes, el primero de 816 páginas, el segundo de 524. En conjunto, reúnen las notas de prensa de Zavaleta, publicadas entre 1954 y 1984: desde sus 16 años de edad hasta el año de su muerte. La edición de Plural Editores ha estado a cargo de Mauricio Souza Crespo. En su presentación, dice el crítico boliviano a propósito de los textos compilados: «configuran una especie de diario de los dos oficios que ocuparon la vida profesional de Zavaleta Mercado: la docencia e investigación y el periodismo. Actividades que estuvieron, además y en su caso, casi siempre referidas al análisis –narrativo y conceptual– de la política, esa “historia inmediata”, ese “aire de todos”». Es el diario de un gran diarista: el diario (“íntimo”, o meramente personal) no es un género de los mejor ni más parejamente desarrollados en las letras latinoamericanas. Como en el caso de su casi contemporáneo, el ensayista uruguayo Carlos Real de Azúa, a quien lo unen tantas analogías, Zavaleta es el autor de un voluminoso diario (personal, pero también íntimo) que todavía permanece inédito.
UNA INCOMODIDAD GENÉRICA
«Jamás he logrado que se cite mi nombre entre los de los periodistas bolivianos», decía Zavaleta en una entrevista de 1978. La incomodidad para ubicarse plácidamente en los nichos del marketing genérico ha hecho que sus adversarios y sus intérpretes excluyeran a Zavaleta de un lugar central en todos y en cada uno. Por lo que respecta a sus publicaciones como investigador y teórico e historiador social y aun sociológico, el señalamiento y la queja ante una prosa sobretrabajada y un estilo latinizante alternaban con el reproche de que este creador de conceptos necesarios (el más célebre, el de «sociedad abigarrada») y adaptador de categorías pertinentes (el «poder dual» en América Latina) era un nacionalista, un marxista o un bolivianista, siempre más o menos ricamente heterodoxo, pero que nunca había hecho su propio trabajo de campo. Al Zavaleta teórico compilan y ordenan los dos tomos anteriores publicados en La Paz por Plural: Ensayos 1957-1974 (2011, 788 páginas) y Ensayos 1975-1984 (2013, 788 páginas). Como el crítico francés Charles Du Bos sobre el historiador alemán Ernst-Robert Curtius, podemos decir de Zavaleta que, por abierto que sea su pensamiento, nunca es incircunscrito: se despliega entre puntos fijos, predeterminados, elegidos. Zavaleta jamás adquiere nada que no lo enriquezca, pero cada adquisición ha de comparecer después ante una escala de valores que ejerce sobre aquella un derecho de control absoluto. Así el marxista Zavaleta, al final de su obra, de su vida, en su obra maestra Las masas en noviembre (1983) advierte la relevancia del katarismo y de las rebeliones indígenas en Bolivia.
Después de un examen atento, el nuevo huésped es ubicado en el lugar preciso que sus títulos le confieren y allí recibe la consideración que merece, pero solo en la medida en que no pretenda sustituir a fuerzas que son mayores, que tienen una precedencia cuya sola puesta en discusión habría impedido el ingreso de estos nuevos huéspedes en la construcción misma, que no sigue la ley de un progreso rectilíneo, sino la de una expansión concéntrica, de un crecimiento circular.
NEW JOURNALISM AVANT-LA-LETTRE
Enseñan las academias que la escritura periodística se volvió más famosa y vistosa y lujosa cuando estilistas como Tom Wolfe o Hunter S. Thompson o Gay Talese o aun Norman Mailer levantaron en la crónica la proscripción del yo y exploraron e hicieron estallar las posibilidades del lenguaje expresivo con más proliferante barroquismo que clásica contención. No es menos famoso el que se haya reivindicado para el periodismo latinoamericano el haber practicado desde siempre y con buen éxito esas mismas formas, con listas y cuadros de honor que no vacilan en remontarse al irrefutablemente barroco Carlos de Sigüenza y Góngora con Alboroto y motín de los indios de México, de 1692 para llegar al dandy argentino Lucio V. Mansilla con Una excursión a los indios ranqueles de 1870, al boliviano Gabriel René Moreno con Matanzas de Yáñez de 1886 y entrar en 1902, con Los sertones, del brasileño Euclydes da Cunha, en el siglo XX de Salvador Novo, Rodolfo Walsh y aun Gabriel García Márquez. Todas estas páginas periodísticas comparten entre sí, y con las de René Zavaleta, un programa epistemológico antes que estético: si este periodismo se reclama literario, no es por el ejercicio supremo en la libertad de adjetivar, sino porque sus piezas ofrecen para el lector una exigencia pareja a la literatura, presuponen las mismas formas de la atención. En la fórmula de Souza Crespo, válida para los dos volúmenes de este tercer tomo: «El Zavaleta Mercado de estas notas de prensa es el mismo de los ensayos y los libros de largo aliento. Es decir, uno que no escribió de otra manera sino aquella que quería ser fiel al “arte de la digresión compleja”. Para los que creen que la redundancia pedagógica es un deber del que escribe y que la complejidad una suerte de afrenta al que lee, este volumen no será ningún consuelo: constatación acaso de que no habrá nunca para ellos un Zavaleta ‘fácil’».
CONO SUR Y PARAGUAY
Zavaleta conoció su primer entrenamiento en el matutino uruguayo justamente llamado La Mañana. En sus años nacionalistas que siguieron al triunfo de la Revolución boliviana de 1952 publicó en el periódico justamente llamado La Nación, órgano del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Trabajó aquí junto a Augusto Céspedes, el autor del libro de relatos sobre la guerra del Chaco Sangre de mestizos que inspiró al mejor Augusto Roa Bastos, al de Hijo de hombre. En los años posteriores, se definirá como un analista político especializado en el Cono Sur. En primer lugar, en Bolivia, Chile y Argentina, pero también Uruguay, Brasil y Perú. Paraguay no ocupa un lugar central en las interpretaciones de este analista sudamericano. En esto no ha de verse ni un desinterés teórico a priori, ni tampoco, en el otro extremo, el resultado de contingencias y coyunturas que alejaran a este otro país mediterráneo de su mente o de su práctica. Influyó también, y de un modo determinante, la preferencia de Zavaleta por los giros del destino, por los puntos de quiebre e inflexión, por los momentos de cambio, por las dickensianas grandes esperanzas aunque pudieran volverse balzaquianas ilusiones perdidas. Y Paraguay, desde que Zavaleta despuntó como periodista, en 1954, hasta después de su muerte, en 1989, fue siempre fiel o idéntico a sí mismo, estuvo gobernado por un solo hombre y su vida política dominada por un solo partido.
LA GUERRA DE UN SOLO HOMBRE
Al general Alfredo Stroessner, el presidente que gobernó Paraguay durante la entera vida profesional de Zavaleta, este periodista sociólogo y sociológico boliviano consiguió entrevistarlo en el Palacio López durante los últimos días de 1956. Como años después Graham Greene, el cronista boliviano que escribe para un medio uruguayo sabe distinguir entre la fisonomía del jefe de gobierno y la sangrienta fama que le han hecho los exiliados y sus adversarios. El novelista inglés decía que, cara a cara, Stroessner tenía el aspecto rubicundo de un tabernero bávaro que atendiera por las noches su propia cervecería. Zavaleta escribe: «Rubio y alto, su sangre alemana salta inmediatamente». Para registrar también la banal banalidad del mal: «Stroessner no parece un dictador cruel. Es más bien un hombre afable, llano en sus actitudes, sencillo en sus apreciaciones y con un visible deseo de aparecer como un hombre práctico». En otro artículo del mismo fin de 1956 –el año de Suez y de la invasión soviética a Hungría–, fechado también en Asunción, Zavaleta entrevista a un líder febrerista cuyo nombre se oculta, y cuya existencia, posiblemente, se inventa, o se compone a partir de varias. El entrevistado resume esa practicidad stronista con una observación léxica: en sus discursos, el líder del Partido Colorado nunca usa la palabra libertad, pero siempre repite y reitera la palabra progreso, como cifra de su administración, pero también como sencillo ideal suficiente de toda política. A esto llama Zavaleta la «simplicidad poco exhaustiva» de la mente de Stroessner. A estos rasgos Zavaleta añadirá otras facetas: Stroessner es ingenuo, es escueto, es inexpresivo, afirma sin decir, responde sin contestar: a Stroessner le falta sustancia. Más significativo, más cruel, parece el hecho de que el presidente paraguayo, prometido a la longevidad, acabe por derrotar, sin esfuerzo aparente, como los grandes gimnastas, al gran prosista boliviano. Aun cuando sea, en barroca acuñación paradójica de las de su gusto, una derrota pírrica. Stroessner deja a Zavaleta con un no sé qué queda balbuciendo, con «una sensación de descontento difícil de definir». Así lo apuntan las últimas, finales palabras de su entrevista.
*Desde La Paz, Bolivia