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Josefina Plá, así se la conoce, nació en 1903 en el faro de la Isla de Lobos, vecina a la canaria Fuerteventura, y luego recorrió otros varios faros en su infancia siguiendo los destinos de su padre, el farero. El de San Sebastián, por ejemplo, que tan importante sería en la memoria de su vida. Y un día encontró a un tipo raro que se dedicaba a pintar y a hacer cerámica, y que era amigo de los pintores y artistas de la época, en Madrid primero, pero como el clima se le hacía duro tratándose de un paraguayo, se marchó a vivir y trabajar en un pueblo cercano a Alicante, Villajoyosa. Luego se unió con él en matrimonio: el eximio ceramista paraguayo Andrés Campos Cervera, más conocido por el seudónimo de Julián de la Herrería. Ocupó su lugar frente al altar y en la mesa del Registro, Francisco Villaespesa, hermano del célebre poeta (poeta él también) en quien Pancho, sitiado por ocupaciones, delegó poderes. De Almería partió, un día de Reyes, como un regalo, la flamante esposa, para reunirse con el marido lejano. Y en él aparecieron, a la par en Asunción, las crónicas de la boda.
Su partida de nacimiento, que se halla en el juzgado de paz de Yaiza, en las Palmas de Mallorca (España), atestigua que nació en esas tierras. Una copia de la misma nos fue proporcionada por Rodrigo Campos Cervera, sobrino carnal y suerte de cuidador de su figura y los documentos que quedan de su persona. Sus padres fueron don Leopoldo Plá y Botella, y doña Rafaela Guerra Galvany. Su padre era torrero de faros, trabajo que empujó a toda la familia a cambiarse de un lugar a otro por casi toda la ribera marítima española. En 1902 su padre fue destinado como torrero suplente a las Islas Canarias, y le dieron el Faro Martiño, en la Isla de Lobos. Debido a eso, Josefina Plá nació en el Faro Martiño, en la Isla de Lobos. Debido a eso, Josefina Plá nació en un faro el 9 de noviembre de 1903. El sitio pertenecía a la jurisdicción de Fuerteventura y fue bautizada en la iglesia parroquial de Fernés e inscrita en el Registro Civil del Municipio de Yaiza (Lanzarote, Las palmas).
La partida de nacimiento de Josefina dice así: Número 29. María Josefina Plá y Guerra. “Que es nieta por línea paterna de don Leopoldo Plá y Juan Botella Río, natural de Santa Pola, provincia de Alicante, y de doña Carolina Galvany y Sánchez, naturales de la provincia de Alicante. “Y que a la expresada niña se le había puesto por nombre María Josefina Teodora”. “Todo lo cual presenciaron como testigos don José Alvarado Rodríguez y don Juan García y García, mayores de edad y vecinos de este pueblo. Josefina recuerda su niñez en el faro. Entonces desciende a su memoria, que me pareció interminable, y logra sacar del ayer el recuerdo perdido que reluce como una moneda bajo la lluvia: Dentro de lo peculiar en donde vivíamos, en medio del mar y la soledad, tuve una niñez relativamente feliz. Digo relativamente porque tenía a otros niños con quienes jugar. Había rocas por doquier y algunas pocas plantas raquíticas. A veces el paisaje era desolador y deprimente. Lo único que me sacaba de mi estado melancólico eran las gaviotas. Me pasaba horas y horas estudiando sus vuelos y comportamientos. Creo que aquella vida en medio de la nada, rodeada del mar insondable y del horizonte lejano fue templando mi espíritu para mi vida futura. El trabajo de mi padre era duro y de gran responsabilidad. De él dependía la navegación de los barcos, que no encallaran o naufragaran y llegaran a buen puerto. Mi madre lo acompañaba con tesón y diligencia . La Josefina Plá adolescente es (y quizá continúe siendo ) una figura elusiva y algo borrosa. Nadie podrá olvidar su cortesía. Era un alma clara. El goce en soledad y la soledad en el goce; su ideal de siempre está —eso lo descubre Josefina siendo muy joven— en el arte. Es, al fin y al cabo, una alegría temprana, rodeada ya de buenos augurios. Dice Josefina: La tierra nivelada de la vida moderna está minada por las luchas, y el instinto ancestral de la ambición conspira, va en contra de las apariencias igualitarias. La tensión de la lucha se duplica, pues en la vida moderna no hay puestos reservados. Luego, cuando tuve nueve o diez años, a instancias y exigencias de mis padres —al verme con una inteligencia fuera de lo normal— me anotaron como alumna libre del bachillerato a marcha forzada. Después, no conforme con eso, me metió al Profesorado Normal y en ese punto me le empaqué. ¿Qué hizo el hombre? Pues volvió a la carga con que tenía que ser abogada. A los diez años escribí mi primer cuento y a los doce un drama, cuya protagonista era una niña de siete u ocho años. Una suerte de novela policial, por así decirlo. Aprendí no solo a leer y a escribir, ya lo he dicho, sino a apreciar la literatura y a gustar de la obra de Víctor Hugo, de Cervantes, de Maupassant, de Flaubert y de Rabelais. Sentía pasión por la poesía y por todo lo que fuera literario. “Ninguna pasión puede decirse superior a otra; no puede haber entre ellas jerarquías como no las hay entre los paisajes o entre los sueños”, dice. Ninguna es vil. “¿Por qué no escribir también sobre la estupidez?”. Comprender, y comprender dada vez mejor, era el verdadero placer para esta noble poeta. En un sentido estricto, acaso no se pueda calificar a Josefina Plá un espíritu profundo, no pertenece a los que piensan las cosas hasta el fin, a los grandes pensadores que dotan al espacio del mundo de un nuevo sistema espiritual planetario; las verdades de Josefina no son en realidad más que claridad. Pero si no profunda, Josefina poseía un espíritu extraordinariamente amplio; si no pensaba honda —tampoco quería serlo—, pensaba, en cambio, recta, clara y libremente, en el sentido de Voltaire y de Lessing; un modelo de comprensión y de hacer comprensibles las cosas. En el momento de su muerte, Carlos Colombino, brillante y peculiar artista plástico escribió: “Ahora ya es historia”. Trabajamos juntos, mejor digo, ella trabajó y nosotros también podíamos continuar. Si ella continuaba, nosotros también podíamos continuar. Es cierto que fue difícil hacerlo. Pero ella nos enseñó que aun dentro de grandes personalidades podíamos construir un teatro, escribir un libro, pintar, realizar esculturas, fundar un museo, investigar, escribir ensayos, cuentos, poesía: hacer cerámicas. En Josefina siempre se equilibraba un alegre humor burlesco con la gravedad del sabio. “Al leer tus escritos —le escribe alguna vez Roa Bastos— me parecía como si te oyera hablar y viera moverse, del modo más grato, tu pequeña y graciosa figura”. Cuanto con mayor facilidad escribe, lo logrado es más convincente; cuanto más produce, tanto más grande es su eficacia. “Los escritores y poetas poco podemos esperar —dice ella—, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra figura”.
Ha escrito, por ejemplo, que la música no es menos inmediata que el mundo mismo; sin mundo —dice—, sin un caudal común de memorias.
AMOR más poderoso que la muerte
Como casi siempre ocurre, no es posible hablar del intelectual con abstracción de su arista humana. Además, en este caso, mueve a curiosidad el hecho de que una mujer nacida en las Islas Canarias haya entregado tanto de su ser a una patria tan lejana del lar nativo. La explicación es obvia, cuando encontramos la razón en esa fuerza universal y mágica que es el amor. Por amor es que se atreve a llegar, sola y con muy pocos años de edad.
POESÍA PARAGUAYA
EL TIEMPO
Cristian David López
El llavero colgado en la puerta
¿Quién lo va a rescatar del olvido?
¿El tiempo?
Cerrajero inexperto, que se cierra a sí mismo
volviéndose un desconocido.
Pasa como un balón por la ventana,
cose los cristales,
despierta a la decadencia.
¿Quién eres?
Que te aproximas y no te veo
hasta que lejos has pasado.
No te observo en los espejos,
empañándose fríos
como un hierro sin abrigo
y de pronto apareces fosilizándote
en mis fotos que arden amarillentas.
Mi esqueleto se retuerce
como si fuera un árbol lleno de frutos,
grandes manzanas de años
que de a poco me hacen daño
como el balón a los cristales
y muero en los periódicos
y me olvidan como un llavero
en los portales, los hijos...
delfina@abc.com.py