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malvarez Cuando pensamos en Rumania, pensamos en Vlad el Empalador o en los Cárpatos que magistralmente nos describiera Bram Stoker sin haber pisado nunca suelo rumano. Cuando pensamos en escritores rumanos, pensamos en Cioran, en Eliade, en Eminescu, naturalmente. Pero les quiero presentar a Mircea Cartarescu, poeta, narrador y crítico literario rumano, considerado como uno de los más importantes narradores de la actualidad, con una fama creciente que nos asegura la provisión de más y más libros suyos traducidos al español, por fortuna. Es el autor de Visul (1989), traducido al español como Nostalgia (Impedimenta, 2012), un libro fascinante formado por cinco relatos que bien pueden separarse; de hecho, el primero, titulado «El ruletista» (que el autor coloca como prólogo), fue publicado también independientemente. Según la crítica, es el mejor relato de Nostalgia, obra censurada y mutilada por ser considerada demasiado violenta; «El ruletista» tuvo que esperar hasta 1993 para volver a unirse completamente al cuerpo y salir a la luz bajo ese título que está inspirado en la obra de otro grande, Andrei Tarkovsky. Es difícil designar un mejor relato de Nostalgia, verán. La editorial Impedimenta también tiene otros títulos suyos, como Las bellas extranjeras, El levante y su potente y perturbadora novela Travesti (traducción al español: Lulú). Quizás muchos tengan cierto recelo de los libros o autores de cierta fama, porque las editoriales actualmente nos han saturado con bestsellers de morondanga, haciendo mucho más difícil acceder a esa literatura necesaria. Muchos grandes escritores, entonces, podrían pasar desapercibidos si nos guiáramos por esos prejuicios. No ocurre con Cartarescu: él debe ser leído; no es un imperativo, es más bien un regalo que cualquier amante de la literatura sabrá apreciar. Y quizás, para más de uno, sea el mejor descubrimiento del 2015. La pesadilla más poética entre tanta poesía de pesadilla.
Cartarescu, además, es gran lector de Borges, Cortázar y otros escritores sudamericanos, incluidos García Márquez, Vargas Llosa y Roa Bastos. Su favorito es Sábato, confesó el escritor en alguna entrevista. En «REM», uno de los relatos más encantadores y alucinógenos, se puede sentir la influencia de Borges, especialmente. Sé que voy a quitarles ese momento exquisito de descubrirlo por azar, de saborearlo casi vorazmente hasta ir aplazando el final por esa angustia que nos produce despedirnos de ese mundo que nos acoge y consuela. Un mundo que no suelta la poesía en ningún momento ni para introducirnos en los oscuros mundos subterráneos. El horror sublime de Nostalgia es sofocante. La realidad es el sueño, un sueño que nos envuelve o nos devora, párrafo por párrafo.
Desde la maldad que puede guardar un «inocente» niño hasta lo andrógino y el erotismo (que deja por el piso a ese de pacotilla de los escaparates de hoy), son tocados en Nostalgia magistralmente, formando una telaraña llena de sensaciones y percepciones hipnóticas. El autor no utiliza el sueño como una posibilidad de insumos para su obra: el sueño es su obra, pero no olvida ni el más mínimo detalle de realismo.
Si estás hastiado del realismo mágico, no subestimes Nostalgia. Porque, además de ser literatura con mayúsculas, es un boleto especial para un tour por una Bucarest gris y bellísima, casi apocalíptica, que invita a salir corriendo al aeropuerto para ir a descubrir nuevos pasos, sobre esos antiguos que Mircea evoca en la Stefan Cel Mare. Me parece tan recargado de adjetivos mi texto, pero no sé cómo les hablaría de Nostalgia si no. También me resulta difícil decidir qué fragmento compartir, que no sea ni tan extenso ni tan breve, que pueda acercarles a este deleite onírico. Nostalgia debe leerse sin preludio evangelizador, una, dos y diez veces. En cada relectura se encontrará una fascinación distinta, y por eso también debo ser breve, para no seguir manipulando sus deseos. Eso se lo dejo al rumano. «Esta noche, acurrucado bajo mi edredón, he tenido una especie de visión. Acababa de nacer de un vientre alargado, sangriento, indeciblemente obsceno, que me había expulsado con un movimiento rotatorio. A una velocidad infinita, dejando atrás restos de lágrimas, linfa y sangre, me adentraba en la oscuridad. Y de repente, en el borde de la noche, se planta ante mi cara un inmenso Dios de luz, tan gigante que no cabía en mis sentimientos ni en mi entendimiento. Me dirigía hacia su enorme pecho y los rasgos de su severo rostro escapaban hacia arriba y se combaban en el límite de mi campo visual. Poco después no veía más que la gran luz amarilla de su pecho; lo he atravesado rodando y, tras una travesía infinita a través de su carne de fuego, he salido por su espalda. Al mirar atrás, mientras ascendía volando, he visto al colosal Jehová derrumbarse boca abajo hacia la derecha. Ha ido disminuyendo poco a poco hasta desaparecer, yo me encontraba de nuevo solo en aquella noche sin límites. Al cabo de un tiempo imposible de calcular (pero que yo calificaría de eternidad), en el margen de mi campo visual se eleva otro Dios enorme, idéntico al primero. He atravesado también a este y he seguido adentrándome en el vacío. Luego, tras una eternidad, ha aparecido otro. La hilera de Dioses, al mirar hacia atrás, iba en aumento. Eran cientos, luego miles, se derrumbaban boca abajo, unas veces hacia la derecha y otras hacia la izquierda, como si fueran los dientes de una gigantesca cremallera de fuego. Y al abrir la cremallera en mi vuelo, he desvelado el pecho del Dios verdadero, un raccourci más grandioso que cualquier otra cosa de este mundo. Al darme la vuelta, carbonizado por su luz, me he elevado tan alto por encima de él que me ha sido concedido poder verlo en su integridad. ¡Qué hermoso era! Su torso peludo, como de toro, tenía senos de mujer. Su rostro era joven, coronado por la llamarada de una melena peinada en miles de trenzas; las caderas, anchas, cobijaban su poderoso miembro viril. Todo él, de la cabeza a los pies, era solo luz. Tenía los ojos entreabiertos, sonreía de forma extática y triste, y justo a la altura del corazón, bajo el seno izquierdo, asomaba una herida terrible. Entre los dedos de la mano derecha sujetaba, con un gesto indeciblemente gracioso, una rosa roja. Flotaba así, tumbado, en un espacio que se esforzaba por abarcarlo, pero que parecía absorbido, abarcado por él… Me he despertado entre los muebles fríos de mi habitación, con un sollozo seco, senil». Mircea Cartarescu Nostalgia Madrid, Impedimenta, 2012 384 pp.
claudia.pistilli@gmail.com