Nietzsche tainizado

Nunca podremos saber lo que hubiera sucedido si ese enero aciago de 1889 Nietzsche no hubiera sucumbido en Turín...

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El título de este artículo acuña ad hoc el neologismo tainizado a partir del apellido de Taine, una de las plumas estrella de las revistas de punta, circa 1880, Journal des Débats y Revue des Deux Mondes, a las que Nietzsche estaba suscrito. Un alemán y un francés enlazados en un título o, mejor, un alemán y los escritos de un francés oscurecido en su fama después de 1930. Unas décadas antes de que ciertos autores franceses empezaran a exhumar la obra de Nietzsche y mucho antes del resurgir, hoy, oh vueltas de la vida, de Taine gracias al alemán más popular del siglo XX y a las muchas monografías y seminarios sobre la relación de su obra con sus lecturas de autores franceses. Un Nietzsche latino, incluso antialemán, de un afrancesamiento que ya se puede rastrear en su foto de primera comunión, a los 16 años; vaya, señor lector, cliquee en Google o en Wikipedia, y allí lo verá en la clásica pose napoleónica, la mano en el corazón, imitando al corso, acaso parodiándolo.

LES DINERS CHEZ MAGNY

Ok, avancemos. ¿Quién diablos es Taine? «Desde 1871 nadie ejerció más influencia en la difusión de las ideas “antimodernas” que Taine y Renan, invitados de Flaubert y de los Goncourt en las cenas con Magny», nos dice Antoine Compagnon en Los antimodernos (2005). ¿Y qué era Magny? Fue el pintor Gavarni quien fundó los diners chez Magny, encuentro del que participaban regularmente los hermanos Goncourt, Sainte-Beuve, Gautier, Flaubert, Renan y Taine.

Otra fuente que corrobora esta relación es la propia correspondencia de Friedrich: Bourdeau: «redactor del Journal des Débats y de la Revue des Deux Mondes, es un espíritu muy cultivado, muy libre, al corriente de toda la literatura contemporánea; ha viajado a Alemania, allí ha estudiado cuidadosamente la historia y la literatura desde 1815 y posee tanto buen gusto como instrucción»; en estos términos recomendaba Taine a su amigo Bourdeau como posible traductor de El crepúsculo de los ídolos a un Nietzsche eufórico poco antes de la catástrofe de Turín.

¿Cómo y dónde se llega a confirmar la deuda, la intimidad de Nietzsche con Taine?

NIETZSCHE Y TAINE

Una cita del libro Nietzsche y el espíritu latino (2004) de Giuliano Campioni nos pondrá en la dirección correcta: «Ya no es más posible seguir considerando –si bien sucede que todavía se hace– pasajes extraídos de Tolstoi, de Baudelaire o amplios excerpta de Brunetière sobre Descartes y el siglo XVII, como “aforismos” escritos por Nietzsche (lo que sólo han llegado a ser merced a la arbitraria compilación del Hauptwerk: Wille zur Macht [Voluntad de poder] realizada por la hermana Elizabeth)».

El Nietzsche afrancesado emerge en la obra popular editada durante mucho tiempo por EDAF con el título Voluntad de poder, que las ediciones más serias y críticas, ya oficiales hoy, de Colli-Montinari han restituido a su lugar auténtico remitiéndola a la bolsa de gatos llamada «los fragmentos póstumos». Pero entre los fragmentos de Voluntad de poder, que son básicamente de su última época, hay transcripciones de obras de ensayistas franceses que leía fascinado en sus últimos años nuestro filósofo, obsesionado con la disección de la decadencia, o, en su jerga, del nihilismo, del mundo moderno.

(Cuando se cumplían 100 años de estos hechos, que sucedieron circa 1880-90, yo frecuentaba la biblioteca del CNC de Asunción, en plena era de las botas estronistas, pues la única posición comprometida para un teen paraguayo era en ese entonces el autoexilio en la biblioteca, donde pasaba mis tediosos días leyendo a Xavier de Maistre –encerrado por contrarrevolucionario un mes en su cuarto, escribió su amenísimo y moralístico Viaje alrededor de mi cuarto– a Chateaubriand Memorias de ultratumba– y a un autor caro a Nietzsche, Taine. Recuerdo sobre todo que posaba mucho en clase con el tomo de El tedio en una traducción española hoy inencontrable... Y me refugiaba con obstinación de ñandú del blablablá estronista –las charlas y conferencias de los bufones del cuatrinomio de oro– en sus páginas de celulosa de amarillo ámbar de primera calidad de comienzos del siglo XX que diagnosticaban la decadencia del mundo moderno…)

LAS FUENTES NO CANÓNICAS

Sigamos: una originalidad introducida por Nietzsche en la historia de la filosofía es haber abierto un recorrido alternativo al abrevar en fuentes no canónicas de la filosofía –de esa filosofía que va de Aristóteles a Hegel, de Grecia a Alemania–, en una tradición de pensamiento no oficial, extrafilosófica incluso, pues la mayoría de estos franceses, antes de imprimir sus ensayos en tomitos provocadores, los diseminaban como artículos en revistas como Débats y Revue, citadas supra.

Allí escriben ensayistas y novelistas que empiezan con B: Bourget, Brunetiére… Es hora de recordar que Nietzsche y Bourget (autor de Ensayos de psicología contemporánea, fundamental para el alemán y su teoría del nihilismo) descubren a otro autor en B, Henri Beyle, vía Taine. El francés usa como centro de su ensayo el epitafio Arrigo Beyle, Milanese, y la famosa declaración del alemán: «Quizás ha tenido, entre todos los franceses de este siglo, los ojos y los oídos más llenos de inteligencia» lo muestra como rendido admirador desde que en 1879 lee apasionadamente a Stendhal, a quien será fiel hasta el final, tras haber leído a Taine en el verano de 1878.

Otros autores (en B) son Baudelaire, Barbey D’Aurevilly, Blanqui (cuyo libro escrito en la cárcel La eternidad por los astros, de 1871, fue fundamental para la idea del eterno retorno), o, cómo no, Renan, Gobineau, Georges Sand (sobre todo el epistolario de esta con Flaubert), etc.

Si hablamos de Francia, imposible saltarnos París. Pero si Humphrey Bogard le susurró a la Bergman: «Siempre nos quedará París», Nietzsche podría decir apenas: «Siempre el ménage, aunque sin París». Pues nuestro hombre, que se nos ha revelado un admirador de la cultura francesa, créalo, nunca pisó ni una hora suelo parisino. El plan de vivir bajo la carpa de un ménage à trois (en París las relaciones solo se susurran en francés) junto a la escritora y (luego) psicoanalista rusa Lou Andreas-Salomé y el filósofo Paul Rée terminó en la nada porque la rusa rechazó tal propuesta indecente.

Un Nietzsche feliz en París, ¿que nos hubiese deparado? Acaso no hubiésemos tenido libros como Así habló Zarathustra (en el que su misoginia toma el látigo). Su admirado poeta judío-alemán Heinrich Heine vivió muchos años en París, desde donde columbraba mejor los paisajes alemanes. Tal vez hubiera cenado en el Magny y colaborado asiduamente en la Reveu des Deux Mondes; quizá, en la próxima vuelta del tiempo.

ORIGEN DEL AMOR A LA FRANCESA

Para ir concretando, podríamos explicar someramente el origen de la inclinación amorosa de Nietzsche por la cultura francesa.

Alemania ocupó París en 1871, año en que el Tagebuch (Diario) de Cósima Wagner registra el comentario de su esposo (30 años mayor que ella, hija de Franz Liszt) acerca de pedir a Bismarck, entonces aún militar, que incendiara esa ciudad atestada de mercachifles.

Desde Niza, nuestro filósofo añoró hasta su fin ser comprendido en Francia antes que en la Alemania del Reich creado por el canciller de hierro Bismarck. Francia era para él antialemana, antiwagneriana, antiromántica. Es decir, no estaba infectada por el virus del siglo XVIII, el sentimentalismo rousseauniano; y si lo estaba, sus pensadores lo diseccionaban a la perfección.

El pecado de Alemania era no haber tenido el clasicismo francés, no haber pasado por el siglo XVII de Descartes, de Pascal, de Molière, de Racine, de La Rochefoucauld. Nietzsche compara entre sí «los tres siglos» cuya diferente sensibilidad resume emblemáticamente con los nombres de Descartes («aristocratismo»), Rousseau («feminismo») y Schopenhauer («animalismo»).

«Así», leemos en el libro de Campioni, «la fuerza ordenadora de la voluntad y de la raison dominante en el siglo XVII expresa la vitalidad superior de esa época. Nietzsche es consciente de que el luminoso y equilibrado clasicismo de este siglo, el proyecto de la “razón” señorial, ha debido imponerse sobre instancias más oscuras y más fuertes: “El siglo XVII sufre del hombre como de una suma de contradicciones, l’amas de contradictions [en francés en el texto de Nietzsche, Cfr. Pascal] que nosotros somos, busca descubrir, ordenar, sacar a luz al hombre; mientras que el siglo XVIII busca olvidar lo que sabe de la naturaleza del hombre, para adaptarlo a su utopía” (NF 9 [183], otoño de 1887)» (1).

Nunca podremos saberlo, pero si en ese enero aciago de 1889 no hubiera sucumbido en Turín, ¿acaso Nietzsche habría terminado saltando a París, y escribiendo en francés, o, en un mix de francés y alemán… un Zarathustra latino?

Notas

(1) NF: Fragmentos póstumos.

kurubeta@gmail.com

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