Lourdes Talavera: La dama y el tigre

Asunción, Arandurâ, 2013, 206 págs.

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De Lourdes Talavera creo haber comentado todas sus obras narrativas publicadas. Ya hablamos de los cuentos urbanos de Junto a la ventana (2003), y su penetración psicológica en los personajes de Zoológico urbano (2004) y Afinidades furtivas (2007). Su novela Sombras sin sosiego (2009) ofrecía un panorama de los entresijos de la dictadura de Stroessner, nutrida de testimonios reales de la represión para reconstruir la lucha por los ideales de la libertad en un Estado manejado con sangre y corrupción. De su siguiente novela, Ajedrez perpetuo (2011), subrayamos el drama angustioso vinculado al secuestro de una mujer por parte de un grupo de apariencia política, inmerso en tópicos de la guerrilla izquierdista vacía de contenido estructural político. Pero no era un libro fundamentalmente político –el secuestro es un mero hilo conductor–, sino un retablo sobre la sociedad enferma en la que vivimos, descrita como una partida de ajedrez y en la que el jaque mate es la vida misma.

En la reseña de esta novela que publicamos en febrero de 2012 anunciábamos que aún nos esperarían creaciones más vigorosas de esta atractiva autora, con toda seguridad. En efecto: no nos equivocamos. Nos acaba de obsequiar una nueva novela, La dama y el tigre, en la que perfecciona aún más su estilo, y vuelve a preocuparse por la psicología y los escondites del alma de su protagonista, así como por enhebrar una telaraña de su relación con el resto de personajes. No ha renunciado por tanto a un estilo propio, a su sello de identidad, sino que lo confirma y con mayor limpieza aun, ya que alcanza una prosa mucho más fluida que en sus anteriores trabajos.

La novela nos presenta de nuevo una protagonista femenina –como suele ser habitual en la autora–: Silvina Brandoni. Ella presencia un suceso nocturno en su barrio: se descubre un tigre atado a un árbol en el patio de una de las casas del barrio cerrado donde vive. Desde ese momento, descubrimos que es una mujer incapaz de despegarse de su pasado. En paralelo, se sitúan varios planos argumentales: el presente con el caso de la muerte en serie de unas jóvenes mujeres desangradas; las visitas al pasado a su amigo de infancia Blake y al fantasma de su madre, una pianista frustrada; las conversaciones con su amiga Margot; y su relación familiar y con el senador José Pablo Artigas. Todos se combinan en la externa, la investigación de estos presuntos crímenes, y en la interna, el pasado familiar y las raíces del estado de la protagonista. Es por ello un conjunto turbulento en el que el pasado choca con el presente hasta cambiar su percepción, porque nadie puede desprenderse completamente de su historia familiar ni de los acontecimientos de sus vivencias.

Se suele decir que la ficción es una necesidad, como suele expresar el filósofo español Fernando Savater. Realmente para Silvina lo es. Necesita fabular para recomponer la relación adúltera de su madre, Marina, y el senador Artigas, así como el tormento padecido por su padre, Ezequiel. La pequeña sociedad, víctima de un conjunto de adicciones sociales que desarticulan la vida de los individuos: el juego, la prostitución, la enfermedad mental, el tráfico de influencias, los negocios sucios, el desprecio que trae como consecuencia para el individuo su caída en un solipsismo absoluto, desequilibrante, y los detalles absurdos y hasta delictivos de la vida política. La fantasía permite a Silvina escapar, pero no puede dejar de vivir en un caos asfixiante que acaba tergiversando la realidad… o no modificarlo porque realmente es así para la percepción del individuo.

Los personajes femeninos de Talavera suelen vivir en el desconcierto. Le pasaba a Sofía en Ajedrez perpetuo y le ocurre a Silvina. Son los secretos íntimos en colisión con la sociedad los componentes de su “locura”. Habla con su amigo Blake y manifiesta esa obsesión por los tigres, con el recuerdo de las visitas de infancia al zoológico. Pero la historia de sus padres pesa en su conciencia en exceso, como figura en el comentario de la contraportada del libro: “El secreto es como un tigre, al que se teme y nos seduce”. La vida se teme pero seduce. Es esa atracción por el peligro que representa el tigre la que acecha a Silvina hasta empujarle a indagar en el caso de las muchachas desaparecidas por localidades del interior del país como Altos o San Pedro de Ycuamandyyú, además de la propia ciudad donde vive. A pesar de llevar (o quizás por llevar) esta investigación de supuesto vampirismo (recordando incluso la “leyenda urbana” del supuesto vampirismo del dictador Stroessner), a juzgarse por los dos agujeros en el cuello presentados por las víctimas, es ascendida a fiscal general, pero ella sigue obstinada en averiguar lo ocurrido, aun teniendo la oposición de su ayudante y del senador, que es el motor de su nombramiento.

La narración en primera persona, subjetiva, se introduce dentro de la narración objetiva en tercera persona. De ahí, Talavera pasa a los diálogos, entre los que también se reproduce el pensamiento interior de Silvina. Es un buen manejo de distintos registros, respetando la supremacía de la protagonista, con una ambientación en la que lo social se mezcla con lo individual. Se aprecia un buen dominio del arte narrativo, no quedando nada al azar, porque las acciones se disponen entrelazadas para cerrarse como un puzzle perfectamente encajado. Y con suspenso, sin evadirse de cierto sentido del humor (sobre todo con el personaje de Margot), cayendo en la especificación del detalle aclaratorio (por ejemplo, la referencia a la condesa de Bathory y su leyenda transilvana), dentro de un realismo psicológico que penetra en ocasiones dentro del surrealismo, cuando la protagonista sueña, sobre todo con su infancia. Es esta conjunción de situaciones bien estrechadas con la diversidad técnica la que otorga a la novela de una credibilidad y de una atracción sin igual, aunque el desenlace puede ser objeto de discusión.

La nueva novela de esta incansable escritora no va a defraudar ni a quienes se acerquen por primera vez a su producción ni a quienes sean sus habituales lectores. Esta fábula de la incidencia de la sociedad y la familia en la psicología individual contentará a quienes busquen una fábula bien contada con la que encontrarse, como hipérbole ácida y tierna de una vida descompuesta por un pasado que engulle al presente hasta transformarlo en una versión de la realidad sencillamente disforme para el personaje, y conforme para quienes le rodean. Ya no esperaremos a la siguiente novela de Lourdes Talavera: tenemos posiblemente su producción más conseguida con La dama y el tigre.

jvpeiro@ono.com

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