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Para la mayoría, Lewis Allan Reed, que nació en Long Island en 1942 y murió en 2013, era indestructible, irrompible, sumergible, ignífugo y a prueba de balas. Alguien que, luego de fuertes excesos y de una vida en las calles de la Gran Manzana, sacaría la fuerza y la creatividad suficientes como para fundar una música y construirse una figura admirada en el mundo del arte. Si la vemos con detenimiento, su trayectoria no se caracteriza por ventas masivas de sus discos, de sus cedés. Por el contrario, su mundo pertenece a un pequeño espacio que lo admira, que lo sigue y escucha su música. Una melodía tan literaria, tan poética, como diferente. Poesía que recorrerá toda su vida, desde la maravillosa The Velvet Underground hasta llegar al The Raven, de Edgar Allan Poe.
Su verso punzante toma la forma que conocemos cuando coincide en la Universidad de Siracusa con Delmore Schwartz, poeta y profesor reconocido por Lou Reed como uno de sus maestros, quien le aproximaría escritores y a profundizar en la poesía, que Reed no abandonaría en toda su trayectoria.
Poesía y música se daban la mano. Sus letras con la Velvet mostraban un universo que hasta entonces no estaba musicalizado. El convencionalismo de la época marcaba lo que se cantaba, tan afín a canciones de amor entre chico y chica. Lou Reed muestra la parte negra, oscura, de la ciudad. Lo hace con una canción a la heroína, muestra a los travestis, el salvajismo de las calles, la vida trasnochada de una ciudad como Nueva York. Este vanguardismo produjo una fuerte conmoción. La portada del primer álbum de The Velvet Underground & Nico (a quien detestaba) sería realizada por otro de sus maestros, Andy Warhol, quien lo apoyaría en la producción de este primer disco. Pero podemos leer, en los diarios de Warhol, cómo el artista plástico se queja de la distancia que Lou Reed marca con él en cada encuentro. Hasta se siente decepcionado porque Reed, en los eventos sociales en los que se cruzan, no lo saluda, y el despechado Warhol no duda en dejar escrito que Reed es un desagradecido luego de todo lo que hizo por él. Pero es de suponer que lo que intentaba hacer Reed era salir del círculo vampírico de Warhol y continuar su camino.
David Bowie lo introdujo en los circuitos europeos, donde fue mucho más aceptado y seguido que en su país natal, que no le perdonó la ofensa de mostrar sus peores caras y cantarlas con total honestidad. En sus letras se podía matar y despreciar con libertad y recurrir al mejor salvajismo. Europa vería esa poesía como una luz diferente en el mundo del rock… y en verdad lo fue.
Sus canciones más conocidas son Walk on the wild side, Vicious y Perfect day. Fuera de ellas, salvo entre los entendidos en su música, las demás no se difundieron tanto. Como uno de sus «fracasos» –comerciales– más resonantes: Metal Machine Music, que con el tiempo sería reconocido como un trabajo de jerarquía y de mucha influencia. En su momento, hasta se llegó a decir que era el peor disco de la historia por su sonido irreverente y «molesto». Este disco salió en 1975. La discográfica que lo edita es la RCA, con la que Lou Reed tuvo serios y profundos enfrentamientos que lo llevarían a cambiarla por otra discográfica, la Atlantic, de la cual después también se iría para volver a la RCA. Se decía que Metal Machine Music era un disco venganza de Reed contra la RCA. Él negó eso y dijo que había madurado el disco durante seis años y que las limitaciones técnicas le impedían grabarlo.
En una entrevista, Reed advierte que no conocía a nadie, ni siquiera él mismo, que hubiera escuchado nunca este disco completo de principio a fin. Que no se debía hacer. Que hacerlo entrañaba un serio riesgo de posibles contraindicaciones y efectos secundarios. En seis años pensó el material que incluiría y lo grabó en solo veinticuatro horas. Algún crítico lo calificó de una «farsa de la repetición, sesenta y cuatro minutos de violencia, escupir zumbidos divididos en cuatro partes de vinilo de más o menos la misma longitud triste, inerte y con gritos». Paul Morley, crítico musical del diario The Guardian, escribía en el 2010 en un artículo: «Reed se alejó de la clase de fama que destruyó el alma de su viejo colaborador, Andy Warhol, lo que profundamente disfrutaba. Metal Machine Music era sombría, una despedida del Reed volátil, inspirada en otra de las fijaciones de Warhol: el minimalismo, lo inmóvil y el misterio de la duración, y tal vez en otra: la depravación». La familia de Reed lo había sometido a terapias de electroshock para curarlo de sus inclinaciones homosexuales, y estas lo marcarían de por vida.
Este poeta diría en una entrevista: «aún no sé cómo demonios sigo vivo… Pero hace tiempo, no demasiado tiempo, dejé de pelear conmigo mismo». Palabras que en Lou Reed no son ingenuas ni una declaración más. Es el espejo en el que se miró los últimos años. Acompañado de su entrañable Edgar Allan Poe, quien escribió, según Reed, sobre nuestros peores miedos, como él también lo hizo en su obra. No abandonó su pelea con los periodistas y se molestaba mucho cuando se le preguntaba por The Velvet Underground; le parecía que hablar sobre el grupo era «un buen montón de mierda». No quería hablar de ello. Estaba interesado en la fotografía e hizo exposiciones de sus fotos. Tenía curiosidad por lo técnico, por estar dentro de la cámara. Luego de Poe, publicó un libro sobre taichí donde recordaba los consejos de sus profesores, que decían: «la primera opción es evitar la pelea. La segunda, mandar al oponente al hospital». Un proyecto luego de otro. Su inconformismo y su fuerza no menguaban ni luego del trasplante de hígado al que fue sometido y tras el cual, al poco tiempo, moriría.
Laurie Anderson, viuda de Lou Reed, publicó un obituario en un semanario estadounidense local, East Hampton Star:
«A nuestros vecinos:
»¡Qué otoño tan maravilloso! Todo reluciente y dorado y toda esa increíble luz suave. El agua nos rodea.
»Durante los últimos años, Lou y yo pasamos tiempo aquí, y aunque somos gente de ciudad, este es nuestro hogar espiritual.
»La semana pasada le prometí a Lou que lo sacaría del hospital y volveríamos a casa a Springs. ¡Y lo conseguimos!
»Lou era un maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí, feliz y deslumbrado por la belleza y el poder y dulzura de la naturaleza. Murió el domingo por la mañana mirando a los árboles y haciendo la famosa posición 21 del taichí con solo sus manos de músico moviéndose en el aire.
»Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros.
»Laurie Anderson
»Su amante esposa y eterna amiga».
Estas palabras finales de su pareja y gran artista nos dejan con aquellas otras que Lou Reed le dedicara a su maestro Delmore Schwartz cuando este leía en voz alta Finnegans Wake: «Delmore seguía recitando incluso cuando la campana había sonado». Su música, su poesía, también seguirán sonando luego de la campana, que, al sonar, da fin a la vida.
No a la Belleza.
* Desde Buenos Aires