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Lewis Latimer era hijo de George y Rebecca Latimer, esclavos de James Gray, de Virginia, de cuya propiedad escaparon para que él naciera libre, como efectivamente sucedió el 4 de septiembre de 1848 en Chelsea, Massachusetts. También fue uno de esos personajes que, sobre todo desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, poblaron el paisaje de la Modernidad y que el historietista Carl Banks encarnó en el iluminado plumífero Ciro Peraloca, o Giro Sintornillos –Gyro Gearloose, en el original–, creado para la Walt Disney Company en la década de 1950: un inventor.
Latimer colaboró con Edison y Graham Bell y patentó por cuenta propia los más diversos artilugios –entre otros, un ancestro del aire acondicionado–, muchos de los cuales son parte de nuestro mundo desde hace tanto que no reparamos en ellos. En los albores optimistas del siglo de los electrodomésticos, los antibióticos y la fisión nuclear, estuvo entre aquellos que, sin saberlo todavía, diseñaron nuestra vida cotidiana.
¿Y por qué hoy estamos hablando de él? Porque un 10 de febrero como este, pero de 1874, fue aprobada su primera patente, y aunque se ignora si ese sistema de inodoro para trenes que se vaciaba mediante una trampilla activada con la tapa fue utilizado alguna vez, ese día Lewis Latimer comenzó oficialmente su carrera de inventor.
Pero vayamos a los tiempos en los que el joven Lewis, empleado en la oficina de Crosby y Gould, abogados de patentes en Boston, observaba al dibujante graficar los inventos para solicitar patentes, y aprendía la técnica. Cuando ese puesto quedó vacante, Lewis lo ocupó e hizo durante años los detallados dibujos y los modelos a escala que los inventores tenían que presentar junto con sus solicitudes a la Oficina de Patentes de Estados Unidos.
En esos días de emocionantes desarrollos tecnológicos, novedades triunfales o estrafalarias y fallidas e inventores que, con más o menos talento y fortuna, luchaban por un lugar en las promisorias industrias en auge, mientras trabajaba en la firma de Crosby y Gould, Lewis conoció a Alexander Graham Bell, que lo contrató para dibujar los planos de una máquina, el teléfono. En la carrera para obtener la patente antes de que otro registrara un artefacto similar, trabajando con Graham Bell hasta las últimas horas de la noche y las primeras luces del alba, Latimer lo ayudó a presentar su proyecto el 14 de febrero de 1876, apenas unas horas antes que un inventor rival. Y ganaron la carrera.
En 1880, Lewis entró como dibujante en la compañía fundada por Hiram Stevens Maxim, otro inventor –aunque algo más sanguinario que Latimer: le debemos, entre otras cosas, la primera ametralladora portátil automática y la ratonera–, la US Electric Lighting Company, en Brooklyn, y se familiarizó con una nueva tecnología y una industria en auge en la que se peleaba sin tregua por ganar patentes: la iluminación incandescente eléctrica. Esos primeros años de la industria eléctrica eran ferozmente competitivos.
El gran rival de Maxim era Thomas Alva Edison, que en 1884 invitó a Lewis a trabajar con él. Lewis, con un filamento de carbono, mejoró la calidad de la luz del bulbo de Edison, abarató su producción y extendió su vida útil de minutos a horas. Se volvió parte del círculo íntimo de Edison, quien lo alentó a escribir Incandescent Electric Lighting: A Practical Description of the Edison System, que, publicado en 1890, fue un auténtico best-seller que explicaba de forma comprensible para cualquiera cómo la lámpara incandescente produce luz.
Sin embargo, fue en la Edison Company que Lewis sintió que «su color empezaba a ser un problema». «Cada nuevo trabajador –escribió retrospectivamente– que entraba a la oficina veía por primera vez a un hombre de color dibujando; y cada vez que volvía a la oficina a trabajar, intentaba fingir que no lo estaba haciendo».
«Let others boast of maidens fair, / Of eyes of blue and golden hair; / My heart like needles ever true / Turns to the maid of ebon hue…», rimó un galante Lewis su negro orgullo con la duplicidad de ese término, «maid», que, aún más ambiguo por el «ébano», puede ser en el cuarto verso tanto «muchacha» como «criada». «A otros las claras doncellas, / de azules ojos y cabellos de oro…» Pionero de la iluminación eléctrica, dibujante, hijo de esclavos prófugos, Lewis Howard Latimer, que trabajó con Graham Bell y con Edison antes de ser reconocido como inventor por derecho propio, con varias patentes aprobadas, durante toda su vida respondió a los prejuicios redoblando sus esfuerzos. Pintó, impartió clases de dibujo técnico –él, que era un autodidacta–, tocó la flauta, fue escritor, poeta y dramaturgo. Había decidido convertirse en el hombre culto, educado y diestro que los blancos no pudieran despedir, en la piedra en el zapato de todos los racistas que se cruzaran con él en algún recodo de sus existencias. Para incomodarlos, como corresponde.
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