Leer, beber, jugar: que tengas una freak Navidad

Hoy, día de Navidad, tenemos una coincidencia tan curiosa entre dos libros que es una obra de arte del azar. Quizá también los lectores deseen regalarlos o regalárselos.

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«Este es un libro escrito por un adicto inglés a los videojuegos (que resulta ser además un famoso escritor), con una introducción de un adicto norteamericano (que resulta ser un famoso cineasta). Y este breve prólogo será la aportación de un adicto español.»

José Antonio Millán, prólogo a La invasión de los marcianitos, de Martin Amis (Malpaso, 2015)

«Nada más despertar, persuádete a ti mismo de lo afortunado que eres por sentirte tan mal. Esto se conoce como la paradoja de George Gale y se centra en la evidencia de que si no te encuentras fatal después de una buena torrija, es que sigues borracho, por lo que deberás estar sobrio y despierto cuando ataque la resaca.»

Kingsley Amis, Sobrebeber (Malpaso, 2014)

LA MAGIA DEL AZAR

Si se habla de pedidos a los Reyes y regalos de fin de año, se habla de libros (entre otras cosas, claro), y hoy tengo dos nuevos que me han regalado dos amigos que no se conocen entre sí. Por eso creo que es muy extraño que haya tantas coincidencias, ¡hasta en la editorial!, entre los dos libros. Ya lo verá el lector por sí mismo cuando lea lo que sigue, y juzgará si es raro de veras, o si yo exagero. Pero antes, ya que hoy se brinda, es un deber humanitario citar lo que el escritor y periodista Christopher Hitchens (Portsmouth, Reino Unido, 1949-Houston, Texas, 2011) indica en la introducción a uno de mis dos regalos, el libro del novelista Kingsley Amis (Londres, 1922-1995) –el otro es (ojo: coincidencia) de su hijo, el también novelista (ídem) Martin Amis (Swansea, Gales, 1949)–: «no olvidéis consultar el brillante capítulo dedicado a las resacas física y metafísica. Es una pieza de investigación altruista llevada a cabo por un pionero. Os puede ahorrar mucho dolor evitable, pues así lo ha hecho en mi caso».

SIR KINGSLEY, COPA EN MANO

La adicción al alcohol del angry young man sir Kingsley William Amis, uno de los mejores escritores en lengua inglesa del siglo XX, era notoria y proverbial, y es difícil, como ha señalado con acierto algún comentarista y buen observador, encontrar una fotografía suya en la que no tenga una copa en la mano. Ya en su ópera prima, La suerte de Jim (Lucky Jim, 1954), los pubs y la bebida son elementos esenciales del argumento.

Sobrebeber reúne tres artículos («Sobre el beber», «El trago nuestro de cada día» y «El estado de tu copa») publicados originalmente en el Daily Telegraph y el Daily Express, y compilados después («cobrar dos veces por el mismo trabajo siempre es agradable», señala Kingsley, frotándose las manos en las narices del lector por el gusto de sacar libros de artículos periodísticos ya publicados) en tres volúmenes (On drink, en 1972; Everyday drinking, en 1983 y How’s Your Glass? en 1984).

No puedo omitir el hecho, con todo respeto, de que me parece que, si yo entiendo poco (muy poco) de vinos, el comendador de la Orden del Imperio Británico entiende aún menos que yo (llega a decir que el vino de rioja –el español, por supuesto, no el de la publicitada región argentina– es muy perfumado y que no entiende el porqué de su prestigio; yo creo que mi padre le arrearía una hostia). Pero por fortuna este no es el libro de un redactor de revista gastronómica ni el de alguien con ínfulas de enólogo o sumiller, y permite debatir con calor pero sin furia algunas de sus opiniones.

No es el libro de un esnob sino el de un apasionado que habla con pasión de su pasión. Y que –dando de paso, como señala Hitchens, consejos para pasar la resaca del mejor modo posible, entre otras cosas– la cuenta con soltura y pormenores y muestra una sinceridad tan rara como refrescante al afirmar, por ejemplo, que, salvo casos extremos, para un bebedor –y él, sin duda, era uno– la cantidad es más importante que la calidad.

«El difunto sir Kingsley (que escribió estos breves pero enjundiosos volúmenes antes de que lo nombraran caballero y que era el experto a quien se debía consultar en temas tan peliagudos como el origen de la palabra fiasco) era lo que los irlandeses llaman “tu hombre” en asuntos relativos a la bebida», nos informa en la introducción, titulada «La musa del trago», un cortés Christopher Hitchens. «Lo cierto es –prosigue Hitchens– que el alcohol hace que los demás (y la vida misma, de hecho) resulten mucho menos aburridos. Kingsley captó este hecho esencial en una etapa muy temprana de su existencia y, por así decirlo, nunca permitió que se le escapara el concepto».

MARTIN, JOYSTICK EN MANO

Entre los títulos que integran la obra del británico Martin Louis Amis existe una especie de mito urbano, una muy buscada rareza, una confesión impresa en cuyas páginas Amis revela cómo se enganchó a una pasión ciega y deliciosa en Francia, en 1978.

Este libro, que, desde su aparición en inglés cuando corría el remoto y agitado año de 1982 d. C., no se había reeditado, es el legendario Invasion of the Space Invaders, ahora publicado en español por Malpaso con el título La invasión de los marcianitos.

A nosotros nos parece muy normal que un novelista importante escriba sobre su faceta de gamer, porque hace ya muchísimos años que los videojuegos son tema de estudios académicos, materia de exposiciones en museos y asunto de interés cultural aceptado en todas partes, pero hace falta situarse en el momento en el que Martin Amis escribe este libro –subtitulado, en el original, «An Addict’s Guide to Battle Tactics, Big Scores and the Best Machines», «La guía de un adicto para tácticas de batalla, grandes puntuaciones y las mejores máquinas»– para imaginar cómo debió haber sido de curioso y original. Al mismo tiempo, no es libro menor; para el escritor y periodista argentino Rodrigo Fresán, según afirma en una reseña en el diario Abc de Madrid, se encuentra entre lo mejor que ha escrito el autor «de las brillantes crónicas reunidas en El infierno imbécil». Y para nosotros es, además, un viaje en el tiempo que recorre los juegos que marcaron esa época, como PacMan, Space Invaders, Donkey Kong o el clásico Asteroids, de Atari.

Es un libro en el que, con humor descarado –y absoluto desdén por los cómicos remilgos y la censura hoy en auge entre las muchedumbres moralistas desde el susto del «gamergate»–, el cineasta (y videoadicto autoproclamado) Steven Spielberg escribe una amena y simpatiquísima introducción: «Mirad a Martin Amis, el autor de este libro. Quien fuera en otro tiempo un joven distinguido y cabal con una vida sin tacha se convirtió tras unas pocas partidas en un caso terminal de videoadicción».

Pieza arqueológica y fundamental, prosigue Rodrigo Fresán en su reseña del Abc de Madrid, este libro anticipa ya algunas obsesiones de Martin Amis: «Lo que años después redactará, con potencia y fruición nabokovianas, en sus capitales Dinero y Campo de Londres, a la hora de describir conductas compulsivas e insaciables como el malgastar billetes o el vicio del lanzamiento de dardos, Amis lo anticipa aquí para elevar los video-games a obras de arte a odiar con tanto amor».

Amor y odio tumultuosamente unidos en el placer culposo (qué placer mayor y mejor que el culposo) de la perversión confesa (cabe añadir aquí: ¡y a mucha honra!), para él equiparable a la fascinación por la pornografía y sus íntimos goces: «Supongo que no hay ningún motivo para hacerlo», escribe Martin Amis, «pero si uno quisiera clasificar el videojuego como actividad moral, debería situarlo junto a la pornografía y sus placeres solitarios. Visto así, no es peor que cualquier otra forma de gratificación más o menos anodina y egocéntrica». Al leer esto, pienso que, por fortuna, es relativamente difícil (espero) que los trols y los haters de internet agredan a Martin Amis.

Que, adicto asumido, pues, sabe de lo que habla cuando describe su compulsiva introducción de toneladas de monedas o fichas por la magnética ranura maravillosa del «temps perdu» a fin de entregarse con incesante ardor al combate con unos hoy, para nosotros, primitivos gráficos marcianos en una larga juerga ennoblecida por el sabor poderoso del vicio.

Lejos de toda banalidad, Martin Amis sabe intuir el fondo de misterio que anima aun el más inocente goce: «He visto manchas de sangre en el joystick de PacMan», escribe, reflexivo de pronto en medio de su entusiasmo. «Yo mismo he pasado semanas inmerso en un estupor alimentado por PacMan, incapaz y sin ganas de pensar en otra cosa. A veces PacMan parece erguirse sobre un montón de basura compuesto de frágiles idilios y carreras arruinadas. Así que», termina Martin, guiñando el ojo, «algo ha de tener».

GUÍAS DE PECADORES

Tanto el libro de Kingsley como el de Martin son guías de pecadores que recogen, además, el clima y los paisajes del pecado, ambientes vivos en su prosa; el impulso oculto que mueve a beber, a jugar, a tantas cosas infinitas que nos fascinan con magia peculiar y única, recorre toda la historia humana y habita también estas guías, pero, además, cada una de ellas retrata lugares y épocas en un paseo por ricas e ignotas esquinas del tiempo y la cultura.

El buen pulso del narrador tensa la fibra de las descripciones del gesto reconcentrado del gamer, del movimiento diestro, de la rica textura de las horas de entrega en el libro de Martin. No es insensible a su encanto el escritor y lingüista madrileño José Antonio Millán, que, en su divertido prólogo, titulado «Invadidos por todas partes», comenta, bromista y desfachatado, que «los adictos de verdad, como los ludópatas que pasan la noche apostando a la ruleta con ojos vidriosos, saben que lo que realmente les depara su afición es el vacío… El gran escritor uruguayo Mario Levrero ha dejado en La novela luminosa el escalofriante testimonio en primera persona de alguien que consagra interminables horas a jugar en el ordenador…»

Escribir no es, pues, el único vicio que se hereda, y si el padre, Kingsley Amis, publicó su propia guía del arte de beber, el hijo, Martin, escribió con este libro la suya, sobre el arte de jugar, con la misma incorrecta fiereza, y aunque los pubs ingleses de Kingsley –contra cuyas, en ese entonces, innovaciones (que para nosotros son ya norma cuya falta nos desconcertaría) despotrica– y las máquinas setentosas y ochenteras de Martin no son parte de nuestra experiencia, sí lo es la corriente que viaja del Sobrebeber del padre a La invasión de los marcianitos del hijo por una carretera subterránea: la misma desbocada sangre voraz y empedernida. Freaks y pecadores, borrachos y gamers, locos, viciosos y raros de toda laya y pelaje: ¡salud! Por las grandes pasiones. Orgullo de ellas, respeto hacia ellas, y muy feliz navidad.

Kingsley Amis

Sobrebeber

Introducción de Christopher Hitchens

Traducción de Ramón de España y Miquel Izquierdo

Barcelona, Malpaso, 2014.

324 pp.

***

Martin Amis

La invasión de los marcianitos

Prólogo de José Antonio Millán

Introducción de Steven Spielberg

Traducción de Ramón de España

Barcelona, Malpaso, 2015

158 pp.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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