La paradoja bárbara del exilio

«Más allá de los tópicos –señala Carlos Villagra– es un hecho que Bareiro tuvo que vivir en Francia, y lo es también que en su escritura es evidente, en diversas formas, la nostalgia. Por lo demás, esto es algo que ha ocurrido siempre. El exilio, como usted lo sabe muy bien, es uno de los castigos más terribles que se conocen en la civilización occidental...»

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COMPAÑEROS DE VIAJE

Conversar con Carlos Villagra Marsal acerca de la vida y la obra de Rubén Bareiro Saguier produce de inmediato la poderosa y vibrante impresión de estar frente a algo tan raro en el mundo literario, y en el mundo en general, como la camaradería, ese vínculo generoso que parece señalar, en este caso, a los leales compañeros de una generación para la cual la vida fue y es ante todo un desafío intelectual, y el pensamiento y el arte, una parte –una parte especialmente llena de vitalidad– del placer y del saber del existir. «Por supuesto que sí. Nosotros no éramos, precisamente, unos “profesorcitos”», responde rápidamente Carlos Villagra cuando le pregunto: «¿Era don Rubén un hombre divertido, se la pasaban bien ustedes juntos?». Son dos de los grandes nombres de la Generación paraguaya del 50. Pero basta de antesalas. El escritor Carlos Villagra Marsal conversa con El Suplemento Cultural de ABC sobre el poeta, narrador y ensayista Rubén Bareiro Saguier (1930-2014), fallecido hace hoy cinco días. Vide infra.

A LA CONQUISTA DEL PARAGUAY

«A la conquista del Paraguay por la cultura», era el aguerrido lema de la famosa academia en la cual Rubén Bareiro Saguier, Carlos Villagra y otros –otros que se llaman José Luis Appleyard, José María Gómez Sanjurjo, Ramiro Domínguez, Rodrigo Díaz Pérez o Ricardo Mazó, por citar algunos– se reunían todos los viernes con un español de Zamora que «tuvo una ocurrencia genial: abrir la Academia Literaria del Colegio San José a estudiantes de otras instituciones y a jóvenes intelectuales con los mismos intereses, y formar la Academia Universitaria»: el padre César Alonso de las Heras.

–De hecho –indica Carlos Villagra–, Rubén Bareiro Saguier, Rodrigo Díaz Pérez y yo no éramos alumnos del San José; a la Academia llegamos de la Facultad de Filosofía.

–El célebre «Pa’i Alonso”» –observo, y él, cortés, asiente:

–El maestro de más de una generación.

ABSOLUTAMENTE IRREGULAR, POR SUPUESTO

–Esos intereses, los nuestros, por otra parte, eran vastos, como, en consonancia con ellos, nuestras lecturas. Claro que leíamos a Lorca –pero sin quedarnos en Lorca– y a Cernuda, a Altolaguirre y a Machado, e igualmente claro que leíamos también a Éluard y a Pushkin, a Sartre y a John dos Passos, a Garcilaso y a Góngora. Leíamos mucho. Recuerdo a Rubén Bareiro Saguier cuando él, Justo José Prieto y yo nos reuníamos en el Paraninfo del Secretariado Paraguayo de Niñas, colegio cuya directora era la madre de Justo José, doña Beatriz Merles de Prieto, y donde los tres éramos profesores. Teníamos veinte años, pero ya sabíamos, porque desde el principio, desde el primer momento lo supimos, que detrás de todo gran escritor hay un gran lector.

–Tal vez sea –tercio yo– mejor definir a un escritor por sus lecturas que por sus publicaciones. A fin de cuentas, a veces es más fácil publicar que leer.

Él se ríe con franqueza y lo confirma:

–Nunca nos interesaron los signos exteriores que puedan rodear a un escritor –libros, premios, entrevistas–, sino lo que lo define como escritor desde adentro.

Se refiere, en este momento, a Rubén Bareiro y a sus espíritus afines y compañeros, casos concretos y reales; yo tomo esa exclamación –o la robo, si se quiere– y le antepongo una premisa entre corchetes para darle un alcance general: «[A los escritores de verdad] nunca nos interesaron los signos exteriores que puedan rodear a un escritor –libros, premios, entrevistas– sino lo que lo define como escritor desde adentro».

–Recordando esos días –sigue Carlos Villagra–, es interesante notar que todos éramos profesores en varios colegios, pero Rubén Bareiro Saguier era también profesor en la Facultad de Filosofía, además de ser el presidente del centro de estudiantes de esa facultad (o sea que era profesor y dirigente sindical); Rubén ya era profesor antes de haberse recibido en esa misma institución en la que tenía aún que licenciarse.

–Pero don Carlos, ¿eso no era irregular?

–¡Por supuesto que era absolutamente irregular! Irregular y brillante, como Bareiro.

LA BÁRBARA PARADOJA DEL EXILIO

–Ha hablado usted de la «paradoja bárbara» del exilio de Rubén Bareiro de la tierra «a la que consagró su destino de hombre y de artista», y ha hablado de Rubén Bareiro como de uno de los pocos escritores paraguayos contemporáneos cuya obra se ha vuelto universal –comento.

–Rubén Bareiro dejó a edad muy temprana Villeta del Guarnipitán –responde; dice el nombre completo del lugar, como, recuerdo al oírlo, por ser tan sonoro, prefería decirlo siempre también don Rubén Bareiro– el mundo de su niñez; conoció el exilio desde los doce años, cuando vino a vivir a Asunción, y el exilio lo acompañó toda su vida. Naturalmente, está en su obra desde el comienzo. Rubén Bareiro Saguier es un escritor tardío, y las marcas formales y temáticas del destierro y de la nostalgia están en sus primeros poemas, escritos cuando él ya está en Francia, es decir, cuando ya tiene algo más de treinta años de edad. Es ya desde Francia que habla de la tierra de la que está ausente –y tener en cuenta dónde escribió esto confirma la presencia constante de esta circunstancia, la del exilio, en su obra– en su primer poemario, titulado, precisamente, Biografía de ausente.

AMIGOS, NO ENEMIGOS, DEL AYER

–Circunstancia que también es constante en su vida…

–Bareiro era un hombre de ideas socialistas; toda su vida fue un pensador de izquierda, aunque –otra de las paradojas de Bareiro– al mismo tiempo se declaraba liberal; se trata de una paradoja tan solo aparente, en este caso, por cierto, pues, como usted sabe, las ideas políticas son bastante más complejas de lo que pretenden ciertas clasificaciones sumarias, y el liberalismo tiene una historia muy variada y un no menos variado y amplio registro de corrientes de izquierda y de derecha. En todo caso, Bareiro tenía una postura política clara, que le valió, por supuesto, la cárcel, la persecución y la salida del país. En 1971, sirvió de pretexto para que el gobierno ordenara su prisión el hecho de que Bareiro hubiera recibido un premio literario cubano, el premio Casa de las Américas. El exilio tiene una contraparte en su caso, y es que pocos han llegado a merecer tanto como Bareiro el título de paraguayo universal. Por otra parte, su ausencia y su presencia pesan en nuestra historia literaria reciente por igual.

–Eso tengo entendido…

–Piense usted en la importancia de su tarea como intelectual dentro de Paraguay; y, sobre todo, en la importancia decisiva de una revista como Alcor, fundada por Julio César Troche y por Rubén Bareiro Saguier en 1955. Todos colaboraron en Alcor: los compañeros de generación de Rubén Bareiro, como yo mismo, desde luego, pero también los escritores más importantes de la generación precedente, la del 40, como Óscar Ferreiro, Josefina Plá o Augusto Roa Bastos, y los de la siguiente generación, la del 60, como Esteban Cabañas, Guido Rodríguez Alcalá o Jacobo Rauskin, entre otros. Suele suceder que los escritores son amigos del anteayer y enemigos del ayer; pero en nuestro caso no fue así. A tal punto no era así, que Hérib Campos Cervera fue el maestro, el padre poético de Rubén Bareiro Saguier y de todos nosotros, sus compañeros de la Generación del 50. Precisamente porque supimos desde el principio que, como le decía , detrás de todo gran escritor hay siempre un gran lector, el respeto por la obra ajena estorbó ese tipo de rivalidad.

EL MOMENTO MÁS AMARGO

–Antes de volver, esta vez para siempre, a su tierra, Rubén Bareiro Saguier se dedicó a recuperarla en la escritura. ¿Hay algo de cierto en eso, o es un tópico vacío? –le pregunto.

–Más allá de los tópicos –señala Carlos Villagra– es un hecho que Bareiro tuvo que vivir en Francia, y lo es también que en su escritura es evidente, en diversas formas, la nostalgia. Por lo demás, esto es algo que ha ocurrido siempre. El exilio, como usted lo sabe muy bien, es uno de los castigos más terribles que se conocen en la civilización occidental. Lo es desde Grecia. Lo siguió siendo en Roma. No olvide usted que el momento más triste, el más amargo, en la vida de Publio Ovidio Nasón fue cuando supo que en un par de días tendría que marchar al destierro por orden irrevocable del emperador, Octavio Augusto, a una provincia romana distante, en Mesia, junto al mar Negro; imagínese usted, tener que dejar todo y partir para siempre, y encima tener que partir, un romano como Ovidio, a un lugar salvaje del norte, a una aldea absurda, a orillas del Danubio. Pero esa terrible desgracia que lo afectó nos ha dado algunos de los poemas más significativos de la cultura grecorromana, y me refiero a los versos de las Tristia en los que Ovidio relata cómo se despide de Roma, y a sus Epístolas desde el Ponto, por supuesto.

Nos despedimos. Esa «paradoja bárbara» como marca de su vida y de su obra parece, al cabo de este diálogo, el precio de lo que Carlos Villagra considera la universalidad de Rubén Bareiro Saguier, como si el asumir el exilio le hubiese ahorrado tener que sufrirlo pasivamente al darle un sentido en la escritura.

Don Rubén Bareiro Saguier, uno de los miembros más notables de la Generación del 50 de la literatura paraguaya, poeta, narrador y ensayista nacido en Villeta del Guarnipitán el 22 de enero de 1930, falleció en Asunción hace cinco días, el martes 25 de marzo de 2014.

Carlos Villagra Marsal (Asunción, 1932), poeta, narrador, ensayista y periodista, es, como don Rubén Bareiro Saguier, uno de los principales nombres de la Generación del 50, y entre las más conocidas de sus obras publicadas están El júbilo difícil, Papeles de última altura y Mancuello y la perdiz.

Entrevista exclusiva para El Suplemento Cultural de ABC Color

montserrat.alvarez@abc.com.py

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