La Máquina del Tiempo

Señores pasajeros, bienvenidos a la Máquina del Tiempo. Hoy, conforme a lo decidido a través de una encuesta hecha a nuestros lectores, viajaremos exactamente medio siglo atrás. Prepárense para aterrizar.

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¡Hemos llegado! Bienvenidos al 13 de agosto de 1967. Es un día domingo, bajo el signo de Leo, y Fleetwood Mac debuta hoy en el Festival Nacional de Jazz y Blues de Windsor. Esta tarde una mítica pareja de forajidos, acribillados por las balas de la ley hace más de tres décadas bajo el sol de mayo de 1934, resucitará en las pieles de Warren Beatty y Faye Dunaway bajo la dirección de Arthur Penn con el estreno de la película Bonnie and Clyde en dos cines de Nueva York. Pero ahora todos están leyendo y comentando el demoledor artículo, aparecido también hoy día en el New York Times, del crítico cinematográfico más importante de ese diario, Bosley Crowther, que se adelantó a verla en Montreal y, según se dice con escándalo, la hace puré. «Tomé en mi voz la métrica del persa…», comienza Borges su «Rubaiyat» para los lectores que en Argentina abren ya el ejemplar dominical de La Nación, mientras nace en un bonito barrio de Bruselas, Etterbeek, una de las (futuras) voces más originales de la literatura en lengua francesa, la narradora Amélie Nothomb, y en Los Ángeles muere, octogenaria, de un ataque al corazón, la actriz (actriz, y no estrella) Jane Darwell, cuya voz otrora cerró el filme de John Ford Las uvas de la ira –basado en la homónima novela de John Steinbeck sobre una familia campesina que, endeudada con el banco, pierde, igual que tantos tras el «crack» de 1929, su campo–, cuando, como «Ma» Joad, consuela así a «Pa», su marido, al partir rumbo a un futuro incierto, sin tierra ni trabajo:

–Los ricos nacen y mueren, y tienen hijos, que no son buenos, y que también mueren. Pero nosotros seguimos. Nosotros somos los que sobreviven. Nadie nos puede borrar. Vamos a seguir para siempre, Pa. Porque somos el pueblo.

John Steinbeck.
John Steinbeck.

The End, créditos. En Paraguay, este domingo el padre zamorano César Alonso de las Heras pasea por las calles de Asunción, a la que acaba de regresar, y observa que los lapachos han florecido antes de tiempo mientras, mientras el editor y crítico Miguel Ángel Fernández reflexiona acerca de los anónimos autores de la imaginería religiosa de su país, la polígrafa española radicada en Paraguay Josefina Plá piensa en el sentido del término «vocación» y el joven escritor Roque Vallejos cierra, con algo de furia, su ejemplar de Los exiliados. Al caer la tarde, cada uno de los cuatro por separado tomará su máquina de escribir para expresar, respectivamente, su recuperación de la ciudad querida, su visión del arte popular, su postura ante las elecciones existenciales y sus acuerdos y desacuerdos con esa novela de Gabriel Casaccia que ha ganado hace unos meses el concurso del diario argentino Primera Plana. Dentro de 48 horas hará su aparición en la historia este Suplemento Cultural, y los cuatro textos que ellos están escribiendo ahora, con algunos otros más, aunque nadie lo sabe aún, estará en las páginas de su primer número.

El demócrata Lyndon Johnson mueve las piezas del gran tablero en la Casa Blanca y en la costa alemana del Báltico una niña juega hoy domingo en puntas de pie para poder llegar a las mesas desde su corta estatura y exponer a los seis años de edad seis grandes partidas de seis grandes maestros en la vieja ciudad de Glücksburg. Nadie sabe que dentro de tres años la pequeña Jutta Hempel, que asombró al mundo entero, dejará para siempre el ajedrez. Nadie sabe que se casará joven y se dedicará a su familia. Nadie, excepto ustedes y yo, el Crononauta, su guía, que los paseo, ocioso y curioso, por este domingo 13 de agosto de 1967. Y que pienso en la misteriosa elección de Jutta de una dicha «ordinaria» mientras escucho sonar en todas partes el hit de The Doors «Light my fire», que, ya en el primer puesto del music chart estadounidense –del que no bajará en varias semanas–, viaja, como nosotros, por el éter vibrante sin sellar pasaportes en las aduanas.

Jim Morrison en el Hollywood Bowl de Los Angeles, 5 de julio de 1968. (Foto: Getty Images)
Jim Morrison.

Y debo informarles que ha llegado el momento de abordar la Máquina del Tiempo y despedirnos, pues, como sé por experiencia de viajero, cuando surge la tentación de quedarse en algún punto de la Historia es hora de volver a nuestra época. Hasta el próximo domingo, crononautas.

crononauta700@gmail.com

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