La gran novela chicana

De las geografías de la imaginación, y de esa sutil poética de lo cotidiano que distingue la estética y la atmósfera del cómic indie de Jaime Hernández, entre otras cosas, nos habla, desde España, Rubén Varillas, a propósito de la publicación en nuestro idioma de Chapuzas de amor (La Cúpula, 2015): en el mundo de la novela gráfica, sin duda uno de los grandes acontecimientos de este año que se va.

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Se menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y Beto Hernández, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómic, los dos hermanos han construido sendos cómic-río al estilo de otros grandes autores literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las «geografías de la imaginación», espacios de ficción que funcionan como microcosmos de realidad.

Las historias de Beto Hernández transcurren en diferentes momentos de la historia de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana como hay miles; Jaime Hernández sitúa a sus «Locas» en el barrio californiano de Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernández despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo, en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional (enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia. Realismo mágico.

Con estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como lo fue hacerlo a Penny Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la falta de una narrativa contextualizadora, ya que los personajes de Chapuzas de amor son los mismos que habitan ese gran cómic-río que Jaime ha ido construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic se nos descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta obra no necesita contextos ni referentes para emocionar. Como bien señala una de las críticas promocionales en la contraportada del libro:

«No es necesario haber leído la historia de los hermanos Hernández para apreciar la hazaña, pero para los que lo han hecho es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida».

Así de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que conforman este libro.

Como sucede siempre en la obra de Jaime Hernández, los capítulos de Chapuzas de amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida, brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes que ha construido Hernández en su saga aparece explícita o implícitamente representada en cada episodio y acontecimiento, y sus acciones tienen efectos inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas). Interrelación e interdependencia.

Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con «Browtown», el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers) para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, «Vuelve a mí»; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, «Chapuzas de amor», para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.

No hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime Hernández o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas de amor pueda ser el empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos cumbres del cómic moderno. Atrévanse.

Jaime Hernández

Chapuzas de amor

Trad. Lorenzo Díaz

Barcelona, La Cúpula, 2015

124 pp.

littlenemoskat@gmail.com

http://littlenemoskat.blogspot.com

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