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GM. “¡Qué gusto! ¡Mi novela!”, le dijo ella a él mientras acomodaba la bandeja. El calló como siempre ante el saludo, el beso o el rechazo.
JPZ. Apático, dijo: “¿Es tu novela de siempre? Qué bueno”. Ajeno de sus sentimientos, se despidió. Sabía que había algo pesado, pero ya no le importaba soportar. En años atrás buscaba desfigurar, descubrir el desnudo. Era un lector. Solía pensar en los espacios y en los ángulos del universo. Solía divagar sobre los objetos, cada uno en su lugar sin que ninguno tape el del otro. Retiró la bandeja y se marchó.
GM. “¡Espera un rato!”, dijo algo enrojecida. Recordó cuando bailó con él. Le resultó confuso su recuerdo. “¿Sabes una cosa?”, le dijo. “Mi novela me alcanza, me consigue… Quiero decir, que mi novela no es ningún esfuerzo para mí. Hago lo que quiero. Toco el botón y apago o prendo”.
JPZ. “¿Toco? ¿Eso dijiste?”. Él nunca entendió por qué ella no coactuaba. “Parece que nací en el cielo”, se dijo riendo, no creyendo. Sonó el teléfono, era para ella. Él escuchó algo… escuchó un poco más, después se fue. Por supuesto, en verdad, ¿quién es el que quiere oír el hablar del inconsciente? Hay círculos del infierno en cada uno que nos disgustan o nos gustan, lo que no significa querer ver u oír el estar cerca de un punto último. Al regresar al dormitorio con unos medicamentos, en un instante de relámpago, dijo lo que decidió decir: “¿Por qué vos solés decir que tenés fe?”.
GM. “Porque yo creo”.
JPZ. “Pero el asunto es lo que decís de vos cuando afirmas eso”.
GM. “Y bueno, ¿qué voy a decir? A decir verdad, digo que quiero… que quiero la bondad… la ternura de una familia. ¿Quién no quiere eso?”.
JPZ. “Bien, bien, pero entonces estás dispuesta a los accidentes que todo hogar los tiene, ¿no?”.
GM. “Sí, claro, por supuesto. Y hasta diría que cuanto más accidentes hay, más creo en la bondad, en la clemencia, en la compasión”.
JPZ. “No entiendo eso. ¿Qué decís? ¿Decís que resucita el espíritu en la vida salvaje?”.
GM. Sí, lo estás diciendo bien. Es eso mismo. Creo que lo que tú debes saber es que el varón vive buscando su aliento. Por eso, yo y muchas necesitamos de los accidentes… porque es ahí donde él se encuentra perdido, es entonces cuando recién él quiere satisfacer desesperadamente lo que soñamos y agradecemos a Dios”.
JPZ. “Mmm… pero entonces dónde es que está la fe. Lo que escucho es creencia, supuestos, un jubiloso deseo de reconocimiento, sea de joven o de inexperto... cosas de la vida común que, por supuesto, lleva a fatiga suficiente… que debilita a cualquiera”.
GM. “Es que la fe no tiene que ver con el amor. Yo no sé de dónde se sacó eso. Yo no sé qué estúpido espíritu libre pudo volar tan lejos. Fe con amor, amor con fe... qué barbaridad. El amor… el amor no tiene sosiego. El amor desfigura la realidad y lentifica la vida”.
JPZ. “Sí, eso sospechaba; es la fe lo que activa la vida y no el amor”.
Psicoanalista
Agape Psicoanalítico Paraguayo.