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El maltrato infantil puede ser y es muchas cosas. En términos psicológicos, una patología del comportamiento. En términos jurídicos, un comportamiento delictivo o criminal que debe ser definido y sancionado legalmente. En términos sociológicos, un problema y un fenómeno social. En términos morales o éticos, un problema de violación de derechos.
Por lo reciente del maltrato infantil como concepto (no como fenómeno), no existen todavía soluciones lo bastante eficaces para erradicarlo o por lo menos reducirlo de modo capaz de garantizar que los niños estén protegidos frente a posibles abusos de esta clase.
El presente artículo desea ser útil como un modesto aporte al interés general que pueda existir por comprender esta triste realidad, y contribuir, en la pequeña medida de nuestras limitadas posibilidades, al mejor conocimiento y a la información sobre este tema.
MORFOLOGÍA, TIPOLOGÍA Y TOPOGRAFÍA DEL SUFRIMIENTO INFANTIL
Morfología: las formas del maltrato infantil son muchas. Abuso fetal (la futura madre consume alcohol o drogas, por lo que el niño puede nacer con malformaciones congénitas), maltrato físico (los padres o adultos cuidadores causan a los niños daños físicos temporales o permanentes), maltrato psicológico o emocional (actitudes de indiferencia de los padres o tutores hacia los niños, insultos, ofensas, muestras de desprecio), abuso sexual (situaciones dañinas en la esfera sexual, desde lo que jurídicamente se denomina abuso hasta el cuadro límite de la violación), abandono físico (los padres o adultos cuidadores no responden a las necesidades físicas de los niños, pudiendo responder), abandono emocional (los padres o adultos cuidadores no responden a las necesidades emocionales de los niños, pudiendo hacerlo), exposición a la violencia doméstica (los niños son testigos de escenas de violencia en la familia) y Síndrome de Münchausen por poderes (un cuadro muy singular: los padres o adultos cuidadores someten al niño a exámenes médicos alegando síntomas que han sido generados adulterando pruebas diagnósticas para que sea medicado en forma incorrecta y enferme), entre otras.
Tipología: los tipos de maltrato infantil son básicamente dos, activo o directo, e indirecto o pasivo. El maltrato activo puede tomar varias formas. Una, el abuso físico: acciones no accidentales de los padres o cuidadores que provoquen daño físico o enfermedad al niño; la intensidad puede variar desde una contusión leve hasta una lesión mortal. Otra es el abuso sexual: contacto sexual con un menor por parte de un familiar, tutor o adulto; la intensidad va desde el mero exhibicionismo hasta la violación. Otra es el abuso emocional: hostilidad verbal crónica (insultos, gestos de desprecio, burlas), bloqueo constante de iniciativas infantiles, agresiones psíquicas dirigidas a dañar la integridad emocional del niño, manifestaciones verbales y gestuales y actitudes que humillan, degradan y crean sentimientos de inseguridad que dejan graves secuelas en la personalidad y que más tarde pueden manifestarse en forma, por ejemplo, de violencia social. El maltrato pasivo toma la forma de abandono físico cuando las necesidades físicas básicas del niño no son atendidas por ningún miembro del grupo que convive con él, o emocional, cuando no hay respuesta a las necesidades de contacto físico del niño y sí hay indiferencia frente a sus estados anímicos. Los estudios comparativos demuestran que estos niños presentarán trastornos muy similares a los que presentan posteriormente los menores que han sido víctimas de abuso activo o directo.
Topografía: los lugares del maltrato infantil varían, pero la mayoría de los casos ocurren en la familia y en la casa familiar. Si hay trato frecuente con otros parientes, como los abuelos, la situación de maltrato puede salir a la luz por intervención de estos. El abuso físico lo puede descubrir el pediatra. El maltrato emocional o psicológico, por desgracia, en muchos casos no se descubre jamás. Los niños pueden también ser maltratados en la guardería, el jardín de infantes, el colegio, la escuela, a veces por los propios maestros. Por otro lado, en estos centros de estudios a veces, y más si hay revisiones físicas regulares, se detectan casos de maltrato infantil intrafamiliar. El comportamiento puede ser el síntoma de alguna clase de maltrato infantil en el hogar.
UN CONCEPTO DEFINIDO Y UN PROBLEMA RECONOCIDO
Los antecedentes del pensamiento actual sobre el tema se remontan al siglo XIX. En 1868, Ambroise Tardieu presentó a la cátedra de medicina legal de París un informe de autopsias de niños quemados o golpeados y muertos por maltrato físico. En ese informe el doctor Tardieu incluyó la descripción del ambiente familiar. En 1874, el caso de Mary Ellen, niña norteamericana de nueve años, conmovió a la opinión pública. Una vecina percibió que Mary Ellen sufría duros castigos físicos y tenía una gran desnutrición por el abandono en que vivía. Los abogados y policías no aceptaban la denuncia de la mujer por no haber leyes contra el maltrato cometido por los propios padres, así que llevó el caso a la Sociedad Protectora de Animales; alegó que la niña era parte del reino animal, apeló a la ley contra la crueldad hacia los animales, ganó el juicio y el padre fue condenado por la justicia de Nueva York.
En 1962 Henry Kempe publicó «The Battered Child Syndrome» (literalmente, el Síndrome del Niño «sacudido», «vapuleado») en The Journal of the American Medical Association. En su artículo presentaba una serie de casos y analizaba el conjunto desde los puntos de vistas pediátrico, psicológico, radiológico y legal.
Con el artículo de Kempe, el Síndrome del Niño Apaleado entra oficialmente en la literatura médica. Se multiplican las publicaciones científicas sobre el tema y, al irse describiendo las formas de maltrato, se va comprendiendo que los niños pueden ser agredidos no solo física sino emocionalmente o por negligencia también, de modo que se sustituyó el término «golpeado» (originalmente, en realidad, battered) por «maltratado»; el concepto es, pues, ampliado paulatinamente.
Definiciones: en Estrasburgo, en el IV Coloquio de Criminología, en 1978, se definió el maltrato infantil como todo acto u omisión que dañe o amenace la integridad corporal del niño o su desarrollo físico, emocional, intelectual o moral y se manifieste en descuido o lesiones físicas, mentales o sexuales causadas por un miembro de la familia o un adulto a cargo del niño (Cirillo, S., y Di Blasio, P.: Niños maltratados, Barcelona, Paidós, 1989). Otra definición de maltrato infantil es: «…cualquier daño físico o psicológico no accidental a un niño, ocasionado por sus padres o cuidadores, que ocurre como resultado de acciones físicas, sexuales o emocionales o de negligencia, omisión o comisión, que amenazan al desarrollo normal tanto físico como psicológico del niño» (Musito, G. y García, F.: «Apoyo social y maltrato infantil: un estudio en España y Colombia», en Revista Latinoamericana de Psicología, n. 28, 1996). El maltrato infantil fue definido en 1989 por la Organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) como toda violencia física, sexual o emocional contra los niños y niñas, en el grupo familiar o en el entorno social, por comisión o por omisión.
UN FENÓMENO ANTIGUO Y UN CONCEPTO NUEVO
La mayoría de los datos disponibles sobre malos tratos recibidos por niños en la historia muestran que la resolución de conflictos mediante el castigo es una práctica arraigada desde la Antigüedad. Ante la evidencia histórica, es claro que el maltrato infantil (como práctica, como fenómeno, no como concepto) es tan antiguo como la sociedad humana, parte normal de la educación y la crianza de los hijos en las más diversas culturas y casi elemento inevitable de la vida infantil de todos los tiempos; algo aceptado como lícito desde las más remotas épocas.
El maltrato infantil ha estado presente en todos los momentos de la historia del ser humano, en la vida de la familia, la sociedad, las instituciones, pero no siempre con la misma intensidad ni del mismo modo, pues sus manifestaciones han ido cambiando conforme a las diversas condiciones de cada época y cultura.
Sin embargo, pese a las variaciones contextuales, el maltrato infantil, e incluso la violencia extra e intrafamiliar asociadas a él, tradicionalmente han sido aceptados, y solo hoy son vistos como formas de abuso que requieren control, prevención e incluso legislación.
En Babilonia, antes de nuestra era, el rey Nemrod hizo ejecutar a setenta mil niños para deshacerse de uno que podía hacerle perder el trono. En Esparta, los recién nacidos con defectos físicos o psíquicos por los que en el futuro serían malos guerreros eran arrojados desde el monte Taigeto a fin de que murieran antes de crecer y no se convirtieran en una carga inútil para la polis. En Roma, para el derecho romano antiguo, el pater familias tenía sobre sus hijos potestad ilimitada. En los siglos XVII y XVIII, en Europa, la reclusión de los niños en instituciones inhóspitas era una experiencia frecuente, casi siempre dolorosa, y con cierta frecuencia incluso mortal; los censos de la época registran que en Dublín, entre 1775 y 1796, de los diez mil niños ingresados en albergues solo sobrevivieron cuarenta y cinco.
El fenómeno del maltrato infantil es tan viejo como la humanidad misma. Pero el concepto del maltrato infantil es una novedad absoluta de la historia contemporánea.
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