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La figura de Juan Silvano Godoi encaja perfectamente en la descripción del héroe para el romanticismo, alguien de mayor proyección y envergadura que un simple mortal, alguien que trascendía todas las limitaciones humanas y destacaba en todos sus emprendimientos sin importar el resultado, alguien capaz de convertir incluso la derrota en algo sublime y memorable. Desde joven, la buena suerte y su presencia oportuna lo llevaron a protagonizar eventos que, de otro modo, por su corta edad, lo hubieran pasado por alto.
Nacido en 1850, cuando el médico que lo examinó físicamente para seleccionar becarios a Europa no lo declaró apto para ello, sus padres tuvieron los medios para hacerlo estudiar en Santa Fe, Argentina. Por un hecho fortuito y oportuno, el general López lo autorizó en 1864 a seguir educándose en el extranjero, con lo que pudo evadir la tragedia de la guerra.
En otro hecho fortuito, para 1869, sin haber concluido sus estudios, retornó a la Asunción ocupada por los aliados para colaborar en la reconstrucción. Fue electo convencional constituyente junto a otros brillantes jóvenes de su generación, cuyo más trascendente legado fue la Constitución de 1870, entre cuyos logros, no menores, estuvo la erradicación de la dictadura de gobiernos tiránicos. Ningún caudillo entre 1870 y 1936 osó enmendarla para perpetuarse en el poder. Y el único electo libremente por voto popular dos veces, don Manuel Gondra, gobernó menos de quince meses en ambos mandatos.
Otro de los grandes logros de esta constitución, muy manoseada por totalitarios y autoritarios, fue la libertad de expresión, que nos dio algunos de los principales nombres del periodismo y las letras de Paraguay, como Manuel Domínguez y Blas Garay, Cecilio Báez y Eligio Ayala, Cristóbal Sánchez y Campos y Ramón Zubizarreta, entre muchos otros, nacionales y extranjeros.
Su carrera política tuvo la misma turbulencia que su personalidad. Hastiado y asqueado de las traiciones y los abusos de poder, tomó como tarea personal la venganza de mártires como, por ejemplo, el general Germán Serrano, y depositó la responsabilidad en el presidente Juan Bautista Gill.
Como todo joven, conspiró sin temor y atrajo a la causa a valientes combatientes, como José Dolores Molas y Matías Goiburú. Se designó la tarea de eliminar personalmente a Gill, pero los conspiradores, respetuosos de su titánico intelecto, designaron a su hermano Nicanor como brazo ejecutor del magnicidio del 12 de abril de 1877.
Identificado por las fuerzas de seguridad y perseguido, tuvo que exiliarse en Buenos Aires, desde donde acompañó los procesos de la política paraguaya.
Los luctuosos sucesos del 29 de octubre de 1877 segaron las vidas de personas muy cercanas a él, como Facundo Machaín y José Dolores Molas, muertos engrillados en la cárcel pública. El valor y la actitud de caballero de este último lo llevaron a preparar su biografía heroica, que tituló El asalto a los acorazados: el comandante José Dolores Molas, edición bonaerense.
También en Buenos Aires, en 1897, publicó el ensayo histórico Últimas operaciones de guerra del general José Eduvigis Díaz, vencedor de Curupaity, y, denotando sutilmente su condición de teósofo, añadió al título: Su horóscopo.
Durante mucho tiempo, el general Díaz fue el héroe máximo paraguayo, y ante su tumba, hoy vacía, en el Cementerio de la Recoleta, los dignatarios extranjeros depositaban la corona de laureles como homenaje al heroísmo paraguayo. No por mera coincidencia, entonces, cuando el pasado 27 de marzo se inauguró la muestra «Godoi: Vida, pasión y musealidad», el féretro del general Díaz reposaba en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Godoi retornó al país durante la gran amnistía del general Egusquiza en 1895, que pareció inaugural de una nueva era democrática. Su protagonismo era visible. Para 1898, había visitado al presidente brasileño Prudente de Moraes, solicitando muestras de carabinas brasileñas para el rearme del ejército paraguayo. A su paso por Buenos Aires, solicitó también una muestra argentina, que le fue denegada. No era hombre de tomar un desaire a la ligera, por lo que en Buenos Aires publicó elogios al fusil brasileño, reputándolo de muy superior al argentino.
Aprovechando su visita a la capital fluminense, Godoi consiguió también una copia de la famosa carta en la cual José Segundo Decoud expone a su hermano Adolfo, en 1892, la necesidad de la anexión paraguaya a la Argentina. El escándalo no se hizo esperar. Decoud, a la sazón canciller, presentó su renuncia, que fue rechazada por Juan B. Egusquiza. Sometido a interpelación parlamentaria, Decoud fue defendido por Manuel Domínguez y salió sobreseído.
Estos episodios figuran en otra publicación de Godoi, titulada Mi misión a Río de Janeiro, y la defensa de Domínguez, en su libro Traición a la Patria y otros ensayos.
El egusquicismo no pudo proyectarse más allá de la etapa electoral de 1902, cuando el caballerismo caudillista retornó al poder, y egusquicistas y liberales, tanto cívicos como radicales, se dispusieron a preparar la gran revolución de 1904, una de cuyas consecuencias fue la penosa muerte de un joven hijo de Juan Silvano, Sila.
De todos modos, la otra faceta de Godoi ya se había iniciado con su nombramiento como director de Archivos, Museos y Bibliotecas en 1901, cargo que mantuvo durante una década y desde el cual posibilitó una verdadera revolución cultural, bibliófila y museística al inaugurar la Biblioteca Americana, de su propiedad, en lo que es actualmente el Archivo Nacional de Asunción. Su pinacoteca privada, también inaugurada como Museo Nacional de Bellas Artes, contenía obras valiosas, entre ellas un Murillo, sustraído en un caso hasta hoy no dilucidado. Como señala el crítico de arte Roberto Amigo en el Catálogo razonado de la Colección Godoi citando el discurso inaugural de este, definió el museo «como elemento civilizador, como un impulso para el progreso material y espiritual» en la línea de la tradición europea.
La Revolución liberal de 1904 tardó una década en pacificar e institucionalizar el país con la victoria de los radicales. En ese momento de inestabilidad, Godoi cumplió uno de sus sueños, el de ser ministro plenipotenciario en Río de Janeiro, donde entonces fungía de canciller el legendario Barón de Rio Branco, fundador de la escuela de Itamaraty. Godoi nunca fue persona amiga de esquivar la polémica, y, ante la denuncia de que un mapa histórico de la Biblioteca Nacional había sido sustraído por un predecesor suyo, envió una carta al director de El Diario de Asunción en la que acusó al diplomático paraguayo que lo había antecedido de haber traído el documento para negociar un pago con el Gobierno. No consiguió la polémica pública, porque se trataba de un caso de seguridad nacional y el canciller Félix Paiva recomendó no agitar el tema en la prensa.
Durante el resto de su existencia, que se extendió hasta 1926, Godoi siguió siendo siempre protagonista, pero ya más alejado de la política y dando mayor impulso a lo cultural. La muerte de su hija Haydé lo sumió en profunda tristeza y no la sobrevivió mucho tiempo. Todo lo concerniente a Juan Silvano se acerca al ideal romántico: su biblioteca fue el inicio de la Biblioteca Nacional, su colección de cuadros dio origen al Museo Nacional de Bellas Artes, sus libros contribuyeron enormemente a la historiografía paraguaya y el palacio en el que residió fue durante casi dos décadas la sede de la cancillería nacional y hoy es la sede del despacho del Vicepresidente de la República.
Godoi: Vida, pasión y musealidad
La muestra «Godoi: Vida, pasión y musealidad», inaugurada el 27 de marzo, permanecerá abierta al público durante un mes. Su curaduría aborda tres grandes ejes de la vida y obra de Juan Silvano Godoi (Asunción, 12 de noviembre de 1850-15 de enero de 1926): el Museo Nacional de Bellas Artes –que celebra 109 años de vida institucional desde su fundación el 28 de marzo de 1909– expone la colección original (la Colección Godoi), fotografías y manuscritos, la Biblioteca Nacional enfoca su exposición en su biografía y su producción historiográfica, y el Archivo Nacional expone documentos acerca de su actuar político e institucional.
Esta exposición simultánea se puede visitar hasta el viernes 27 de abril en:
El Museo Nacional de Bellas Artes (Eligio Ayala, entre Pa’i Pérez y Curupayty), de martes a viernes de 7:00 a 18:00, y sábados de 8:00 a 14:00.
La Biblioteca Nacional del Paraguay (De la Residenta 820 casi Perú), de lunes a viernes de 7:00 a 18:00, y sábados de 9:00 a 16:00.
El Archivo Nacional (Mariscal Estigarribia esquina Iturbe), de lunes a viernes de 7:00 a 18:00, y sábados de 8:00 a 13:00.