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INTRODUCCIÓN
Irina nos sorprende con una nueva novela, El hombre víbora, que permite varias lecturas, varias miradas; es multiforme, multidireccional, ya que no puede ser clasificada en un grupo porque es de aventura, ya que Longobardo conduce a su discípulo Efraín hacia la costa del Paraná tras las huellas del Kurupi; es histórica, porque el relato se contextualiza en la Guerra del 70 en el Paraguay; es psicológica, porque descubre la conciencia y el subconsciente de sus personajes y la sicología social, la conciencia colectiva, las vivencias y las reacciones de sus personajes y los sentimientos y creencias, miedos y odios, amor y solidaridad del personaje colectivo, el pueblo, cuyas mujeres guerreras se defienden de la soldadesca del ejército vencedor; y es folclórica, porque los mitos y las leyendas cobran vida y el personaje Kurupi deja de ser mitológico y se humaniza para amar y ser amado.
ASPECTO LINGÜÍSTICO
El lenguaje juega un rol protagónico en esta novela por la coexistencia de tres lenguas en contacto, castellano, guaraní y portugués, vehículos de comunicación natural en un villorrio del Paraguay ocupado por las fuerzas brasileñas durante la Guerra de la Triple Alianza. Irina consiguió resolver el problema lingüístico de sus personajes haciendo que se expresaran en su propia lengua sin que el diálogo necesite traducciones.
La escritora revaloriza el guaraní, utiliza esta lengua para titular siete capítulos; le pareció mejor el guaraní para jerarquizar segmentos de su novela en los que habla de sentimientos y de creencias, mientras que aquellos en que predomina la acción los nombra en castellano.
EL DISCURSO NARRATIVO
En el presente del relato, el profesor Longobardo y su alumno Efraín se lanzan a la aventura en busca del Kurupi. El relato enmarcante es la historia de la excursión con fines científicos de Longobargo, y el relato encajado es el de la ocupación y destrucción de Saraki, y los crímenes, violaciones, muertes, incendios, hambre, miseria ocasionados por los guerreros brasileños. Irina utiliza eficazmente las anacronías, las anticipaciones y las retrospecciones. Comienza el relato hacia finales de 1870 con la ubicación de Villa Saraki. En ese punto introduce un acontecimiento muy anterior, el relato se disloca y nos informa que un grupo de soldados comandados por Álvar Núñez Cabeza de Vaca había pasado por ahí y dejado una población de indígenas que tiempo después abandonaron el lugar pero fue repoblado por españoles durante la Colonia. La contigüidad de unidades discontinuas imprime al relato una estructura de fuga.
La retrospección no se detiene al conectar con el relato principal, sino que continúa hasta el punto en que se había cortado para facilitar su aparición cuando Longobardo y su alumno hallan una fosa y una muy gruesa cadena de hierro fabricada en la fundición de hierro de Ybycuí con la que había sido sujetado el hombre-víbora (el Kurupi) cuando lo liberaron para que se quedara vagando por los montes fuera del tiempo.
CUANDO SE INSTALA EL TERROR
En Villa Saraki, viven familias españolas y muchos criollos. Un acaudalado español tiene una hija muy bella, Juliana, que gusta de escapar al monte para embelesarse con las flores y aspirar su aroma, pero una siesta es observada por un ser muy extraño que se halla trepado en la rama de un árbol frondoso. Le impresionó la mirada de fuego del indio de cutis cetrino, y cuando se bajó del árbol ella contempló por primera vez la desnudez de un hombre y se asombró ante la aparición de ese ser muy raro con un atributo singular entre las piernas. Se sucedieron los encuentros, el hombre del árbol la trataba con dulzura y consiguió enamorarla, aunque ella creía que era el demonio.
Los brasileños raptaban a las mujeres, las maltrataban y las violaban. Un día, toman por asalto la casa de don Guzmán Álvarez y hacen prisionera a Yrasé. La criada india Yrasé, que cuida de la hija, es azotada por hablar en guaraní. La voz narrativa enuncia: «cuando esta nación recibió el mal, abrió sus compuertas y lo recibió con todo: guerra, traición, hambre, peste y, además, miserias».
En este capítulo, el narrador omnisciente nos cuenta que algunas mujeres llegaban con sus hijos muertos en brazos o arrastrando ancianos, enfermos o mutilados, y que a los moribundos se los dejaba fuera del muro y, una vez muertos, los enterraban lejos del cementerio para que este no se llenara de «muertos extraños».
¿QUIÉN ES EL KURUPÍ?
Trepado a las lianas, se esconde entre los árboles o camina sin dejar huellas en el suelo. Acechaba a los brasileños desde la copa de los árboles, espiaba a los malos. Los brasileños lo encontraron desnudo en los matorrales, pero logró escapar. Lo describen como un indio medio raro que tenía algo extraordinario entre las piernas. Se asustó y emitió unos sonidos con una voz gutural que horrorizó a los soldados, que creyeron que era el demonio. Lo capturaron, lo ataron y lo enjaularon. Karai Kytá, el hechicero, durante la noche lo liberó y el Kurupi volvió a lo más intrincado del monte.
Yrasé conocía de su existencia; se lo había contado su bisabuelo cuando aún vivía con la tribu y le había advertido que deseaba poseer a las niñas, que desfloraba a las vírgenes y luego las dejaba y ellas se volvían bobas y andaban como sonámbulas.
CONCLUYO
Boggiani pertenece al mundo de la ciencia y de la lógica. El profesor Longobardo y Efraín operan en el mundo real, tangible, pero conscientes de que están penetrando en el mundo mítico al que pertenece el Kurupi. Al final de la novela, el Kurupi está vivo: la escritora nos revela que está ahora trepado en el mismo tronco en el que se había sentado junto a Juliana en la época de la Guerra del 70 y que, como monstruo deforme y feo, debe ocultarse siempre. El Kurupi nunca será parte de la historia que escriben los hombres, pero pervive en los mitos y en las leyendas; su espíritu sobrevive en el cauce del tiempo, vaga en las noches lunadas, aislado del mundo, condenado a la soledad, con una conciencia que no muere.
mbramirez @click.com.py