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Así es el pueblo de Quyquyhó, donde la autora desenvuelve por más tiempo la sumatoria de la acción, constituida por relatos que arrancan con la llegada a Asunción, cargado de ensueños, del joven español Fabriciano, poco después de la Independencia del Paraguay. Su idea es abrir en la capital una jabonaría, pero “al llegar al puerto de Asunción, el dinero fue confiscado y pasó al tesoro de la nación”, nos dice y no quedaron “ni jabón ni jabonería, solo burbujas al viento”.
Tal es el arranque de este relato, al que ex profeso llamo así, pues más que una novela, acompaña la autora las vicisitudes de este remoto antepasado y sus descendientes, y nos traslada a otros días de la ciudad en los que recrea en las venturas y desventuras del personaje primigenio los años de lo que fue el Paraguay en la época del Supremo, su obligatorio retiro de la capital, el amor primitivo de las muchas mujeres que conoció en su camino y en las que encuentra el placer “sin prejuicios para el goce sexual”, del cual se levantaban “limpios de conciencia y ligeros para proseguir el viaje” y, en ese mundo voluptuoso de naturaleza primitiva, avanza la historia en la que se suceden los días en su alternancia inalterable de oscuridad y luz.
Llega la época de don Carlos Antonio López, que se adueña del tiempo y le permite a don Fabri esperar mejores oportunidades para los hijos que tuvo con Rosario, su esposa legítima, que a muerte del marido se ve absorbida por “recuerdos y olvidos” persistentes en su soledad. Después vino la guerra y los jóvenes fueron reclutados para la defensa de la patria. Entre ellos, Dionisio, el hijo menor que compartía con su madre esa viga casi bucólica que emana del relato y retorna, concluida la hecatombe, para encontrar solamente las humeantes cenizas del genocidio.
Y, sin embargo, la historia continúa, como la vida. “Dionisio, antes de 1875, llegó a tener 18 hijos ilegítimos; en el año 1876, le nacieron cinco hijos. Claro, los tuvo con cinco mujeres distintas”, porque “a la mujer había que darle un solo hijo, para que ella pudiera mantenerlo con su trabajo”, y no me extrañaría que alguien –de las embriagadas de feminismo– se pregunte: ¿Qué clase de Macondo femenino es este, en el que los hombres se aprovechan de las mujeres? Y es, acaso adelantándose a este cuestionamiento, cuando –con la valentía que identifica al relato– Maribel Barreto nos cuenta que, en realidad, las mujeres del Paraguay fueron quienes reconstruyeron la patria destrozada: “Lidiaron con la miseria y la vencieron con el trabajo”. Mujeres bravías que atravesaron la dura barrera del tiempo: “Mi abuelita se fue achicharrando, su cuerpo se encogió y se volvió chiquitita. Se la trasladaba en una canasta con dos manijas cuando deseaba dejar la cama y la colocaban en el corredor de su casa para ver pasar a la gente que iba a misa”. El Paraguay es un país matriarcal, en el que el hombre, mal que nos pese, desempeña definitivamente un rol secundario.
Me entretengo en el inicio de esta obra para que el lector tome conciencia de la descarnada realidad que vivieron nuestras tatarabuelas y sus hombres para reestructurar la nación destruida por la inacabada Guerra de la Triple Alianza, como se la da en llamar.
Una de las características más llamativas de Entre guerras el amor es precisamente el relato que hace su autora de las interminables revoluciones que azotaron al Paraguay y se cobraron la vida de los hijos, esposos, concubinos, amantes, como quiera llamarse a esos transeúntes de la vida que, en constante ir y venir, se adueñan –por momentos– de las páginas del libro, no como héroes, sino como seres de carne y hueso, hombres que son amados por sus mujeres, que esperan el retorno de estos no sin que, muchas veces, el curso de los amores se vea interrumpido por circunstancias relatadas a veces en primera persona, a veces por la autora omnisciente, a veces por los hombres que participan de las circunstancias –cuando Maribel Barreto les permite asomar la nariz– para conformar el bajorrelieve de esos años dentro de los cuales, al menos a mí, me parece que no son los personajes de la historia quienes transitan, sino es el tiempo que los transita a través de ellos.
Luego de las revoluciones inacabables, explota la Guerra del Chaco, y de nuevo el luto y la espera. Y, sin embargo, esta circunstancia dramática, que movió a una manifestación de viudas exigiendo del cura la bendición de cruces para colocar en el cementerio en memoria de sus hombres y a la resistencia del religioso porque no correspondía por no estar allí los cuerpos, se transforma, con un leve golpe de la pluma hábil de la autora, en un irónico sainete cuando expresa: “Un tiempo después me enteré, por una comadre, que varias gritonas abandonaron el cuidado y la devoción a las cruces, porque ya habían conseguido nuevo marido”.
Con una narración ágil y divertida, Maribel Barreto nos cuenta su historia, que abarca de poco después de la Independencia hasta el final de la Guerra del Chaco, cuando el indeciso enamorado de una de las descendientes de aquel don Fabriciano, presionado por su madre y desesperado por la resistencia de su amada a sus requerimientos, se ve movido, por el amor que le profesa, a contraer matrimonio con ella.
Más que una novela, considero que este divertido y punzante libro de Maribel Barreto es historia novelada, con personajes cuya vitalidad –como expresé al principio– superan el inevitable transcurrir del tiempo y permanecen llenos de esa fragancia tan rica que tiene la vida y que, pese a sus tristezas, es como este libro nos la presenta: un tránsito del que se participa, oscilando entre guerras y el amor.
Desafío (2013)
Fredy es un joven, hijo de familia acomodada, con pretensiones de poeta, aun cuando sea incapaz de concluir sus propios poemas. Se considera un incomprendido y rechaza la posibilidad de volverse algo más que un vago, pretensioso y petulante como hay tantos, que buscan en la “bohemia” la manera de eludir las responsabilidades propias de la vida, pues como dispone de dinero, puede darse el lujo de rodearse de amigos, tan oscuros y pretenciosos como él y viajar con regularidad al Uruguay, donde dice tener amigos subterráneos, guerrilleros de la época de los tupamaros, con los cuales se siente bien y comprendido, según sus propias palabras: “Necesito volver con mis amigos, mis compinches de Uruguay, ellos sí que me comprenden, no me preguntan siquiera quién soy, no saben que soy hijo de burgueses aunque yo no sea aburguesado (…)” y continúa con su verborrea, ese monólogo recurrente de los que, como él, pretenden que la rebeldía estéril les sirva para ocultar su insalvable mediocridad.
Mila es una joven idealista, inválida, de familia media baja que se gana la vida y ayuda a la economía de la casa con las mensualidades que pagan sus alumnos de pintura, de algunos de los cuales espera que se conviertan en grandes artistas. Se siente atraída hacia Fredy “la vida me da la oportunidad de sentirme mujer” cuando “toco mis labios sedientos de besos que presagian pasiones”, quien encuentra en ella una excusa sin riesgos, porque el amor, forzosamente platónico que le ofrece la mujer casi paralítica, lo protege de su impotencia sexual, que la autora insinúa a través de la opinión de Lula, conocida de Fredy desde la infancia y que no escatima oportunidades para ofrecerle sus encantos, que siempre son rechazados, o de su homosexualidad, de la que sospecha Lula y, como mujer despechada, se dice: “Conseguiré conocer la causa de su enfermedad, de su trauma, no es normal que camine por la vida con una indiferencia insultante, o algo esconde, algún secreto irrevelable”.
Lo que surge de las páginas de la novela es que Fredy es un carácter débil y fracasado, a diferencia de Mila, quien pese a la adversidad de su parálisis casi total, ve la vida con optimismo y fe, cualidades estas de las que carece Fredy, depresivo y entregado a los barbitúricos, en los que busca olvido.
Los dos personajes centrales se mueven dentro de un universo de soledad e incomprensión, tanto para la una como para el otro, que la novela describe con el manejo del entorno dentro de un maniqueísmo exacerbado, que expone a través de diálogos y monólogos, en los que los participantes del entorno familiar esgrimen un acento moralista para establecer sus razones y desazones, en tanto la pareja busca la manera de sobrevivir a las insalvables dificultades que les coloca al borde de la desesperación y la desgracia.
Desafío, en mi opinión, más que la historia de un amor infortunado, establece el paralelismo insalvable entre quienes por incompetentes buscan en una bohemia trasnochada el talento del que carecen, y contrapone la fuerza de la capacidad sin alharacas y el talento capaz de superar cualquier obstáculo, hasta ese hombre débil al quien cree capaz de sentir amor hacia ella, siendo que Fredy solo conoce su propia inutilidad a la que llama incomprensión.
Maribel Barreto (premio Bienio del PEN Club del Paraguay y Goethe Zentrum, 2005), como egresada de la Escuela Normal de Profesores y dueña de una hermosa caligrafía que usa de adorno en cada dedicatoria de sus trabajos, ya nos tiene acostumbrados al manejo de una prosa pulcra, de claridad expresiva fundada en la solvencia de una sólida base cultural como es la suya y, al decir de la presentadora señora Esther González Palacios: “Desafío confirma, una vez más, que la creación de Maribel Barreto está determinada por la novela de tesis: presenta y desarrolla una situación que refleja y denuncia una realidad”.