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En El Hombre Víbora, Irina Ráfols plantea dos tiempos paralelos, uno de los cuales sugiere un ambiente y personajes de nuestros días, y otro que nos retrotrae a los días finales de la Guerra de la Triple Alianza, haciendo un claro énfasis en este último, en el que se ubica la trama central de la novela, desde nuestra perspectiva. En ese momento y en un ambiente que retrata la tragedia de un pueblo agonizante, la autora ubica, por un lado, a las fuerzas invasoras y, por otro, a un grupo de personajes que representan a los raleados y sufridos sobrevivientes de la larga guerra exterminadora. El contexto histórico, de por sí lo suficientemente fuerte para despertar el interés del lector y para señalar la inmersión en otro contexto íntimamente imbricado a aquel –el cultural–, no es sin embargo el único ingrediente para advertir esto último. Aquí se van introduciendo los primeros signos de un acercamiento que parte de lo histórico-cultural para abrirse a una perspectiva imaginativa, sensible y osada. Aquí, la obra transgrede –en el buen sentido– lo histórico y lo científico, para ingresar resueltamente en el ámbito que le es propio, con singulares logros y vuelo propio.
En un pequeño pueblo, llamativamente bautizado como Saraki –nombre travieso y alegre que marca un contraste con el drama de sus habitantes–, se desarrolla la historia central de la novela, de intensos visos románticos, que guarda parentesco con diversas historias que la memoria nos devuelve desde la literatura o el cine, desde Romeo y Julieta hasta La Bella y la Bestia, sin ninguna mengua de sus rasgos singulares. Aquí van apareciendo personajes y situaciones en los que emergen los signos culturales, como el sugestivo nombre de Yrasê, y la introducción paulatina de diálogos y palabras en guaraní que van regando el texto, imprimiéndole un claro sabor local.
Y aquí aparece un personaje inesperado: el mítico Kurupí de nuestros cuentos populares, que la autora revive incluyéndolo entre las figuras de una historia aparentemente planteada fuera del género de lo fantástico. Introducido en la novela por un científico, el recordado y respetado Guido Boggiani, es una especie de guiño pícaro de la autora, que marca la transgresión central de la obra. Ya en el plano de la fantasía plena, el Kurupí de El Hombre Víbora tiene ciertamente las señas de la mitología popular paraguaya, pero también algunos rasgos novedosos, abriéndose a nuevas transgresiones, como la bonomía y la capacidad de piedad y ternura que adornan al personaje, junto a una capacidad de coraje inaudito y de amor llevados al límite de la vida y la muerte, que solo pueden conmover profundamente al lector.
Junto a otros personajes e historias secundarias de El Hombre Víbora, este Kurupí amasado por Irina Ráfols compone una aventura deliciosa a la cultura paraguaya, a través del imaginario popular y del imaginario de la propia autora, desde un tiempo histórico en el que el amor y la crueldad, el heroísmo y la irracionalidad, la vida y la muerte, se mezclaban de modo incestuoso, hasta lo increíble. Dentro de esta aventura que adquiere claros sesos de homenaje, se destaca una clara reivindicación de la lengua guaraní, que más allá de prestarse a imprimir un color local a la novela, modela el carácter y el sino de los personajes.
Podríamos referirnos a varios otros aspectos de esta novela, desde ese juego de tiempos paralelos, pasando por otros recursos como la intertextualidad o el fuerte lenguaje poético que tiñe muchos capítulos. Preferimos ceñirnos a la perspectiva que hemos esbozado aquí, cediendo esos otros costados a otros comentaristas.
Después de todo, no es gratuito que Irina Ráfols, uruguaya de origen, emprenda este viaje a la cultura paraguaya, a esta altura de sus vivencias propias en nuestro país. Porque hablar de cultura paraguaya es hablar de cultura guaraní, de un modo de ver el mundo, de un modo de sentir y de expresar lo sentido, que alguna vez reinó en una amplia franja del continente americano, hasta ese lugar profusamente regado de nombres guaraníes, como el que nombra el país de su nacimiento, Uruguay. Irina, mujer dotada de aguda sensibilidad, además de su clara vocación literaria, por esas cosas de la vida ha iniciado tal vez sin saberlo –o sabiéndolo muy bien– su aventura personal hacia sus propias raíces, cuando recaló en Asunción hace varios lustros. Y hoy comparte con nosotros los felices hallazgos de esa aventura.
Ojehechaukávo ko hembiapo pyahu, ha’e Irina-pe: Tereguata poräite ko tape pyahu rejuhúvape, ha terejuhu rehovo ombopypuku ha ombojegua va’erä ne rembiapo.