El contexto histórico del desarrollo de la teoría de Marx

La revolución propugnada por Marx no se dio en ningún país industrializado, sino en la Rusia feudal: pese a Marx, pues, el marxismo no ha sido aplicado como originalmente se planteó, fue la tesis recientemente expuesta por el autor de este artículo en el encuentro «Pensar con Marx la clase obrera y el capitalismo actual», celebrado en conmemoración del Bicentenario de Karl Marx, que dio inicio al Ciclo de Análisis sobre Pensamiento Crítico en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción.

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Para entender en profundidad la teoría social, política y económica de Carlos Marx, considero de fundamental importancia conocer el contexto histórico en el que surge y se desarrolla el pensamiento marxista. Esto, debido a que toda la labor intelectual de Marx estaba dirigida a explicar la problemática social que se presentaba en Europa, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, y a darle soluciones prácticas, a partir, especialmente, de la publicación del Manifiesto Comunista de 1848, que coincide con el proceso revolucionario que se dio ese mismo año (1). En este sentido es muy elocuente lo que expresa en la Tesis XI sobre Feuerbach, donde se lee: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

La interpretación marxista de la realidad social de su época se basaba en una descripción objetiva que sería el materialismo dialéctico, como él lo denominó; también se denominó a su teoría «materialismo histórico», porque la historia de toda la sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases. «Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros artesanos y jornaleros; en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante», leemos en el Manifiesto Comunista, «mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que terminó siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, bien por la destrucción de alguna de las clases antagónicas».

También es importante destacar que a su teoría el propio Marx la denominaría «socialismo científico», calificando de «socialismo utópico» a todas las doctrinas, anteriores al Manifiesto Comunista, que trataban de ensayar una descripción de la problemática social de dicha época. El denominar «científica» a su teoría tiene que ver con que en aquella época, y por influjo del positivismo, el conocimiento científico era el de mayor jerarquía, por encima de las «meras» conjeturas filosóficas. Es desde este punto de vista que podemos calificar a la teoría marxista como una típica doctrina positivista.

Otros antecedentes históricos 

Además del socialismo utópico, entre los antecedentes de la teoría marxista se puede citar la relación entre el pensamiento revolucionario de Karl Marx y la filosofía de Hegel, que es uno de los temas más debatidos de la historia moderna de las ideas (Marx proviene de la corriente denominada izquierda hegeliana). Marx mismo reconoció siempre su deuda intelectual con el famoso filósofo que había dominado el pensamiento alemán durante las primeras tres décadas del siglo XIX, de quien tomó no solo su dialéctica sino también una visión de la historia como un proceso dividido en tres grandes fases que progresivamente lleva hacia un estado de plenitud humana. También como antecedentes podemos citar los orígenes del movimiento obrero moderno que se intensificó a comienzos del siglo XIX, en primer lugar desde Inglaterra con el movimiento denominado «ludismo», por uno de sus líderes Ned Ludd que propició la destrucción de las máquinas como mecanismo de protesta. El segundo movimiento sería el cartismo, denominado así por uno de sus documentos más importantes, La Carta del Pueblo, que se publicó en 1838 en Inglaterra, que iba dirigida al Parlamento y que propiciaba reformas políticas y sociales que mejorasen las condiciones de vida en las fábricas, es decir, de los obreros, y que concluye con la revolución de 1848.

La lógica revolucionaria 

En tiempos de la publicación del Manifiesto Comunista, toda Europa, podemos decir, se encontraba en plena efervescencia revolucionaria. Por un lado, atravesaba la Revolución Industrial, con todos los cambios que aparejaba esta, y, por otro lado, los ecos de la Revolución Francesa aún no habían desaparecido, como lo demuestran los intentos contrarrevolucionarios representados por el proceso denominado de Restauración, que en vano se esforzaba por restablecer el Antiguo Régimen. En este ambiente, es razonable que se apelara a la revolución (en tanto cambio drástico de estructuras) como herramienta prácticamente ineludible para conseguir una reforma de las estructuras sociales de la época. A esta situación podemos denominarla «lógica revolucionaria», que obviamente tendría aplicación en la teoría marxista. La pregunta que podemos hacernos hoy es: ¿sigue siendo la revolución, en el sentido que tenía en el siglo XIX, la principal herramienta para el cambio social, o deberíamos plantearnos la posibilidad de recurrir a otros mecanismos, como, por ejemplo, la reforma gradual y sistémica? En la actualidad tenemos que tener en cuenta el cambio de los paradigmas relacionado con el desarrollo tecnológico presente.

En nuestra cátedra, hemos puesto la teoría marxista como ejemplo de la dificultad de predecir el comportamiento social futuro. En este sentido y a pesar del agudo plan de acción propuesto por Marx, el marxismo, tal como fue concebido, no ha sido aplicado en el lugar ni en la forma en que fue planteado originalmente. Tal es así, que la revolución propugnada por Marx no se dio en ningún país industrializado, sino que en la Rusia feudal, con el movimiento que puso fin a la monarquía zarista y transformó a Rusia en una República Socialista.

Notas 

(1) Revolución o Revoluciones de 1848, Primavera de los Pueblos o Año de las Revoluciones son denominaciones historiográficas de la oleada revolucionaria que acabó con la Europa de la Restauración –y con el predominio del absolutismo en el continente europeo desde el Congreso de Viena de 1814-1815. Aunque su éxito inicial fue poco duradero, y todas ellas fueron reprimidas o reconducidas a situaciones políticas de tipo conservador (la espontaneidad de los movimientos y su mala organización lo facilitó), su trascendencia histórica fue decisiva. Quedó clara la imposibilidad de mantener sin cambios el Antiguo Régimen, como hasta entonces lo habían intentado las fuerzas contrarrevolucionarias de la Restauración.

*Titular de la cátedra de Seminario III, Bajo un Enfoque Interdisciplinario de las Ciencias Sociales, de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de la UNA.

fabiancal@hotmail.com

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