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Contra la visión vulgar que opone, en un dualismo esquemático, la nobleza del hidalgo «idealista, espiritual y soñador», estilizado y magro como un galgo de pura estirpe, etcétera, etcétera, es decir, el Quijote, por un lado, y, por otro, el «craso materialismo del plebeyo» Sancho Panza, tan tosco de carne como corto de entendederas y pobre de alma, etcétera, etcétera, ya en la primera década del siglo XX Franz Kafka vio en el escudero algo que probablemente nadie había osado ver antes que él, y menos escribir. Para empezar, lo reconoce como «ein freier Mann. Verantwortlichkeitsgefühl», como «un hombre libre y responsable», y luego, para completar ese espléndido giro, hace más: lo señala como el verdadero soñador y el mayor alucinado y loco de la tan conocida historia de Cervantes.
Kafka lo escribe así en octubre de 1917, en un breve texto, que consta, de hecho, de un solo párrafo, publicado póstumamente con el título «Die Wahrheit über Sancho Pansa», «La verdad sobre Sancho Panza». Las traducciones de este apólogo kafkiano a diversas lenguas difieren. Según las más difundidas versiones en español, por ejemplo, Sancho logró, con el tiempo, «mediante la composición» de novelas de caballería y bandoleros, alejar de sí a su demonio (así se lee en las Obras Completas editadas por Teorema en 1983). Pero en la versión francesa incluida en la edición crítica de la ópera omnia de Kafka dirigida por Marthe Robert (Oeuvres Complètes, édition critique établie sous la direction de Marthe Robert, París, Cercle du Livre Précieux), en cambio, lo logró «en dévorant». De modo semejante, en una de las versiones inglesas más conocidas (The Complete Stories and Parables, Nueva York, Schocken Books, 1971), lo hizo «by devouring».
En español, pues, el Sancho Panza kafkiano es escritor, mientras que, en francés e inglés, es lector. Tanto si es lector como si escritor, lo es de lo mismo, de «cuentos de caballeros andantes y de bandoleros» («Räuberromane in den Abend»).
Pero, sobre todo, en ambos casos Kafka invierte la relación tradicional entre el Quijote y Sancho: de haber sido hasta entonces visto el segundo como subsidiario del primero, pasa a ser su creador, en tanto que el Quijote no es sino un «Diablo» de Sancho Panza («seinen Teufel»).
Siempre me pareció que Sancho Panza era un personaje sublime, injustamente postergado y víctima de los prejuicios y de la mezquindad de la gran mayoría de los lectores, y, a partir de estos, es decir, por su influencia, incluso del público no necesariamente lector, pero que lo conoce indirectamente, de oídas. Y, sin embargo, y aun cuando su propio señor le llegue ocasionalmente a espetar a Sancho cosas tales como que posee «el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo», ¿qué pueden importar esas o cualesquiera otras palabras frente al hecho palmario de que, pese a ellas, y contra toda sensatez, Sancho lo sigue?
Aunque el mayor peso del delirio parece recaer en don Quijote, no es, según creo, menor, sino mayor aún el delirio de Sancho, precisamente porque no sufre las ilusiones visuales y los espejismos que, finalmente, justifican de algún modo las locuras de su señor, y porque, no obstante, lo respalda sin contar con ese respaldo alucinatorio, y a pesar de las evidencias, y a pesar de sus propias afirmaciones de que para él no hay castillos, sino ventas, de que no hay gigantes, sino molinos, de que no hay ejércitos, sino rebaños, de que no hay caballos, sino asnos. Y porque al cabo de todo eso Sancho Panza, confiado, leal, espera, sin dudar jamás del Quijote, gobernar la ínsula que este le ha prometido, es esa palabra juiciosa y realista de Sancho Panza –esa palabra de «ein freier Mann. Verantwortlichkeitsgefühl», de «un hombre libre y responsable»– más radical aún, más inexplicable, más extrema, más arrojada, más heroica que el delirio que ampara los sueños del Quijote.
La verdad sobre Sancho Panza
Con el correr del tiempo, Sancho Panza, que, por otra parte, jamás se vanaglorió de ello, consiguió, mediante la composición de una gran cantidad de cuentos de caballeros andantes y de bandoleros, escritos durante los atardeceres y las noches, separar a tal punto de sí a su demonio, a quién luego llamó Don Quixote, que este se lanzó inconteniblemente a las más locas aventuras; sin embargo, y por falta de un objeto preestablecido, que justamente hubiera debido ser Sancho Panza, hombre libre, siguió de manera imperturbable, tal vez en razón de un cierto sentido del compromiso, a Don Quixote en sus andanzas, y obtuvo con ello un grande y útil solaz hasta su muerte.
(Franz Kafka, Obras Completas, Barcelona, Editorial Teorema, 1983)
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