De cómic, cómix y anacronismos cómicos

Hoy es inexplicable y cómico que todavía queden (¡sí, aún quedan unos cuantos en países como el nuestro!) algunos anacronismos… es decir, algunas personas muy desactualizadas que siguen “reivindicando” (como si fuera necesario) los productos de la cultura pop.

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Pero aunque esa reivindicación sea tan redundante a estas alturas del siglo XXI que solo mueva a desdén o a risa, no siempre fue así.

Hace mucho, mucho tiempo, a mediados del siglo pasado, la elección, por parte de un brillante y respetado profesor de semiología, de productos de la cultura pop como materiales de análisis y estudio indignó a los círculos académicos más conservadores de la época. Y cuando publicó (en 1964, la primera edición en italiano) Apocalípticos e integrados, colección de artículos suyos aparecidos entre fines de la década de 1950 e inicios de la década de 1960 en periódicos, escandalizó y enfureció no solo a los anteriores, sino también a varios más.

En ese libro, que, entre otras cosas, también habla de cómics, Umberto Eco incluyó además alguna ponencia. Como aquella que había presentado en Roma en 1962, en un simposio sobre mitos del Instituto de Estudios Filosóficos.

En esa ponencia, el medievalista Eco decidió analizar el mito... de Superman. Y para ilustrar su exposición llevó varios ejemplares de sus propios cómics de las aventuras del hombre de acero, que puso sobre la mesa.

Al poco rato, Eco descubrió que sus cómics ya no estaban. Broncas aparte, eso le indicó que hay amigos de lo ajeno hasta en los ambientes supuestamente más cultos y que no te puedes fiar ni de tu sombra…

No, no era eso. Eso le indicó que a pesar de la resistencia de los sectores más tradicionales, el interés en el cómic, incluso como material de análisis académico, era mucho.

«In illo tempore», Apocalípticos e integrados todavía tomó por sorpresa a una parte de los intelectuales y generó un ruidoso debate mediático entre los que aplaudían y los que repudiaban su equiparación de la cultura popular y la entonces aún llamada «alta cultura».

Los guerreros enfrentados que dan a ese libro hoy ya clásico su combativo título han quedado ilustrados para la posteridad, entre otras, con las efigies del filósofo de la Escuela de Frankfurt Herbert Marcuse, por el ejército de los apocalípticos, y del erudito pensador canadiense Marshall McLuhan, por el equipo de los integrados.

Lejos ya de los años en los que el profe de semiótica organizaba en Roma y Turín cursos académicos sobre temas como el cómic con el enfoque hoy más normal (salvo para esos descubridores de la pólvora que, como decíamos al comienzo, aun quedan, cómicamente, en Paraguay), actualmente tenemos un sólido corpus teórico en permanente crecimiento y renovación sobre este arte, con inesperadas y cada vez más numerosas ramas laterales.

Ejemplo cercano es la obra (suyo es uno de los mejores libros en español de los últimos años sobre el tema, La arquitectura de las viñetas, Viaje a Bizancio, 2009) del doctor en Filología por la Universidad de Salamanca y experto en cómics –además de colaborador y amigo de El Suplemento Cultural, por cierto– Rubén Varillas, cerebro del notable blog Little Nemo’s Kat (si aún no lo han visitado, háganlo ya, que se están perdiendo de mucho).

Como dice Rubén en un ensayo, «existe poca duda acerca de la evolución del cómic en los últimos años por lo que respecta a su condición de medio artístico maduro y adulto, capaz de convertirse en vehículo para cualquier tipo de contenido cultural».

Esa evolución es demasiado compleja para poder hablar de ella hoy en estas breves líneas (baste considerar que «como vehículo cultural reconocido y aceptado por grandes estratos de la población, el cómic alcanzó su madurez en Japón antes que en Occidente», o que el cómic de autor europeo y sudamericano «comienza a popularizarse a partir de los años 60»).

Pese a ello, no quisiera dejar de nombrar aquí alguno de los desarrollos distintos del cómic clásico de superhéroes con que el enorme Eco alborotó aquel simposio romano de 1962. Por ejemplo, un factor de expansión del cómic como vehículo adulto fue el surgimiento de cierto «cómic contestatario, disidente y radical, que se vale de las estructuras y formatos precedentes (el comic book se convierte en comix book) para burlarse de ellos [...]. El comix de Robert Crumb, Gilbert Shelton y sus colegas de las revistas underground resulta, visto en perspectiva, la base de lanzamiento y el punto de partida esencial para entender la madurez actual que vive el cómic como vehículo no tanto (o únicamente) de entretenimiento, sino como medio artístico» (Rubén Varillas: «De la revolución del cómic y otros augurios», en: Cómic digital hoy. Una introducción en presente, ACDCómic / Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España, noviembre del 2016). [J. S.]

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