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El surrealismo europeo y la fotografía occidental del siglo XX son muy conocidos por todos nosotros, pero no lo son, o no lo son tanto, al menos, me parece, el surrealismo japonés y la fotografía oriental del siglo XX. Quiero decir que todos conocemos a Man Ray, por ejemplo, mientras que, en cambio, no nos es tan familiar el trabajo del «Man Ray japonés», como lo han llamado algunos críticos.
Y, sin embargo, la fascinación por Oriente es muy antigua. Oriente fascina por dos cualidades a primera vista opuestas: por su opacidad y porque su opacidad no es perfecta, porque no es absoluta, porque bajo la epidermis de las diferencias, lo impenetrable, lo críptico, fluye la corriente vital de algo demasiado humano, sin eliminar el misterio por completo, solo lo suficiente para acercar, y esa corriente anima oscuramente historias, imágenes, ideas, versos.
Como los versos y las imágenes de Kansuke Yamamoto (es a él, a Yamamoto, a quien algunos críticos han llamado el sobrenombre del Man Ray japonés), el artista que comenzó a escribir un nuevo capítulo del rico universo japonés de la imagen al fusionar los motivos tradicionales de su cultura con la iconografía revolucionaria del surrealismo.
Kansuke Yamamoto y Hiroshi Hamaya (1915-1999) son probablemente los dos nombres más importantes de la fotografía japonesa de su tiempo (un tiempo a cuyas transformaciones dieron con sus respectivas obras respuestas distintas: Hamaya se adentró en la atmósfera del mundo rural, en su perdurable belleza, en su sagrado silencio, y Yamamoto, en las zonas de penumbra de la realidad, pero generalmente dentro del mundo urbano).
NAGOYA, 1914: LA ERA TAISHO
El fotógrafo y poeta Kansuke Yamamoto nació en Nagoya, en la costa del Pacífico, como el primogénito entre sus hermanos, y empezó a escribir poemas a los quince años de edad. Primer hijo del también fotógrafo, y dueño de una tienda de artículos fotográficos, Goro Yamamoto, Kansuke nació hace este año exactamente un siglo, en 1914, durante la Era Taisho, la llamada «Era de la Gran Rectitud».
Era que duró desde 1912 hasta 1926 y que fue una época relativamente democrática a la que le siguió un periodo de militarismo y de nacionalismo extremos que influirían en las ansias imperialistas japonesas, y que definirían, tiempo después, en buena parte, la postura de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. La intensa agitación sociopolítica de su país sería, por cierto, contestada con el potente trabajo creador de Yamamoto durante toda su vida.
Kansuke Yamamoto dejó su Nagoya natal a finales de la década de 1920 para ir a estudiar literatura en Tokio y luego, después de volver a casa, hacia 1930, empezó a escribir poemas y hacer collages. Su interés por la fotografía se despertó en una época en la que dominaban el panorama dos grandes movimientos experimentales: Shinko Shashin (Nueva Fotografía) y Zen’ei Shashin (Fotografía Avant-garde), pero lo que marcó más profundamente a Yamamoto y su obra fue la espina dorsal de la fotografía del Japón de la década de 1930: el surrealismo. Yamamoto llevó la sensibilidad surrealista a su trabajo y cuando, a fines de los años treinta, se unió al grupo artístico de vanguardia VOU, ya era una de las figuras más interesantes y radicales de toda una nueva era que experimentaba en busca de una fotografía que definitivamente no seguiría ninguna corriente tradicional.
YORU NO FUNSUI Y LA POLICÍA DEL PENSAMIENTO
Entre 1938 y 1939, Kansuke Yamamoto publicó una revista llamada Yoru no Funsui –La Fuente Nocturna– con poemas, textos diversos, dibujos y fotografías, propios y de otros creadores contemporáneos. Con Yoru no Funsui se abrió un espacio para la difusión de un nuevo espíritu y para la expansión de las propuestas del surrealismo y las vanguardias, hasta que, como era de esperarse, la Fuerza Policial Especial japonesa, la Tokubetsu Koto Keisatsu, popularmente llamada el «Tokko» (y también conocida como la Shiso Keisatsu o «Policía del Pensamiento») se valió de algún medio para hacer llegar a Kansuke Yamamoto el sutilmente siniestro mensaje de que sus publicaciones eran vistas con desagrado por ese tipo de poder al que nadie que no esté pensando en cosas como tirarse de un sexto piso desea por lo general contar entre sus enemigos.
Kansuke Yamamoto tuvo, así, que cerrar La Fuente Nocturna, pero, como es natural, después de cerrarla siguió trabajando y produciendo hasta su muerte (en 1987) más obras y más ideas igual de desagradables que las antes censuradas, con total desfachatez. Lo hizo durante todas las décadas posteriores (después de su etapa temprana, como se conoce a su producción de la década de 1930, llamamos su etapa de madurez a las décadas de 1940, 1950 y 1960, y las de 1970 y 1980 forman su etapa tardía). Experimentó, entre otras cosas, con la composición de relatos visuales, de series narrativas de imágenes, es decir, de fotografías cuya secuencia narra una historia. Publicó su único libro en 1970.
AL BORDE DEL OJO
En gran medida, Kansuke Yamamoto se dedicó a documentar lo indocumentable, a indicar lo que no cabe retratar, la vida interior de los paisajes y de las superficies, como si en sus fotos lo importante no estuviera en las fotos, en lo fotografiado, sino en el filo de las imágenes, al borde del ojo. Al borde del ojo de la cámara, del ojo del cuerpo y del ojo de la consciencia. El trabajo de Kansuke Yamamoto, hijo de un tiempo de horror que vería las pesadillas sin remedio de la masacre nuclear, y que además vería esa barbarie muy de cerca, cayendo sobre su propio país con el inédito y monstruoso atuendo de la muerte atómica, es un trabajo acerca del misterio, de las oportunidades perdidas, de la salvación, de los errores y de todos esos porqués que no reciben respuesta. Kansuke Yamamoto fue fundamentalmente un gran provocador, y, a fuer de tal, utilizó casi siempre el arte para la crítica y para la rebelión, y por ello muchas imágenes de la obra de Yamamoto son imágenes de protesta, que reivindican la libertad y que repudian la guerra y la condenan. «El trabajo artístico surge de un espíritu desobediente y va en contra de todas las cosas prefabricadas que ofrece la sociedad», dejó escrito en una hoja del año 1941 de su diario. «Rebelarnos contra cada generación, y transformar a cada generación: ese es nuestro objetivo».
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