Si uno da un paseo distraído por las plazas y jardines cercanos al Real Alcázar de Sevilla, es probable que se tope con un imponente monumento a Cristóbal Colón de más de 20 metros de altura. En todo el mundo, unos 600 monumentos y estatuas, la mayoría erigidos en los siglos XIX y XX, exaltan a este explorador como al primer europeo en abrir las rutas marítimas entre Europa y el Nuevo Mundo.
Dependiendo del país, tienen sentidos diferentes. En España, sirvieron para exaltar la identidad nacional y la «misión civilizadora»; en los países de América, para presentar a Colón como principal protagonista de la conquista y colonización del continente, iniciador de «la civilización y la fe», símbolo del progreso occidental y de la expansión cristiana; en Estados Unidos y Argentina, países que han conocido una fuerte inmigración italiana, estas estatuas sirvieron a las comunidades italianas para reivindicar su aporte a la civilización occidental y su integración nacional.
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La mayoría continúan en pie, cumpliendo simbólicamente la función que les encomendaron al levantarlos. En los últimos 20 años, sin embargo, en distintas circunstancias, monumentos y estatuas de Colón han sido retirados, derribados o vandalizados en varias ciudades de América y Europa. En la mayoría de los casos, por multitudes de manifestantes que veían en ellos símbolos del colonialismo, del racismo, del genocidio y de la opresión racial de negros e indígenas. En algunos otros, por las propias autoridades nacionales.

¿Por qué algunos celebran la figura del almirante Colón y otros la repudian? Desde que, hace más de cinco siglos, la historia de España se enlazó con la de las tierras que fueron sus dominios en el continente americano, no existe consenso, a ambos lados del Atlántico, sobre la naturaleza de esa relación.
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Ya en las primeras décadas del dominio español en América se levantaron voces contra la manera en que España estaba forjando su imperio. Fray Bartolomé de las Casas denunció públicamente, en estos términos, los atropellos cometidos por los españoles contra los indígenas: «En estas ovejas mansas (…) entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad (…) La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos, ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días» (1).
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Lo que describió Las Casas fue lo que él mismo pudo ver. Algunos rivales de España, abocados a empresas imperiales semejantes, como los ingleses, franceses y holandeses, se valieron de este y otros relatos semejantes de los primeros años del imperio español en América para presentar a los españoles como especialmente crueles, fanáticos y codiciosos, con el fin de desprestigiarlos.

A estos relatos se los conoce en España, desde fines del siglo XIX, como «la leyenda negra». Julián Juderías, que popularizó la expresión «leyenda negra» en un libro de 1914, la definió así: «Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra Patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación, o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad» (2).
Si bien lo que describió Las Casas es cierto –no leyenda–, también lo es que la Corona española tomó en cuenta las críticas y buscó corregir esos excesos con las Leyes de Burgos de 1512, que regulaban el trabajo indígena en las encomiendas, y las Leyes Nuevas de 1542, que eliminaban progresivamente las encomiendas hereditarias, prohibían la esclavitud indígena y mejoraban el trato que los indígenas debían recibir de los españoles. Estas y otras reglamentaciones posteriores fueron resistidas por los españoles, por lo que el trabajo indígena, que debía ser libre, pagado y con un trato digno, no siempre se dio de esta manera en la práctica.
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Ciertamente, el sistema colonial se basó en jerarquías sociales que situaban a españoles y criollos por encima de indígenas y negros africanos esclavizados. El imperio español en América se construyó con la explotación y el sufrimiento de los subalternos, aun con el recaudo de hacerlo lo más humano posible, para los parámetros de la época.

Frente a la leyenda negra, ha surgido una narrativa bautizada como «leyenda rosa», que resalta lo positivo del imperio español en América, omitiendo lo negativo. Al decir de un historiador español: «Esta leyenda, dulcificante y cordial, quiere dejar fuera del análisis y del conocimiento de la opinión pública temas incómodos que pueden relacionarse con la intransigencia doctrinal, la pureza de sangre, la expulsión de minorías de un determinado territorio o la esclavitud como base de un sistema económico por el mero hecho de que podrían perjudicar a la reputación de un país. Marginándolos, la leyenda rosa aboga por una visión esencialista e inamovible de nuestra historia en la que solo tienen cabida las conmemoraciones y los fastos: las grandes gestas, los grandes viajes exploratorios, las magníficas construcciones arquitectónicas o las más bellas obras de la literatura, pero no todo lo demás. De este modo, plantea que en nuestra visión del pasado solo aparezca una parte, aquella por la que supuestamente habríamos de sentirnos orgullosos» (3).
Según la leyenda rosa, si se lo compara con otros imperios europeos, como el francés, el inglés o el portugués, el español hizo más bien que mal en el Nuevo Mundo, levantando universidades, hospitales y catedrales y eliminando prácticas salvajes como los sacrificios humanos y el canibalismo, además de no ser un imperio racista, pues el mestizaje fue común en sus dominios americanos.
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Al hacer un balance sobre la leyenda negra y la leyenda rosa, podemos afirmar que la primera se sustenta en hechos reales –y, habría que agregar, comunes a todos los imperios europeos–. Pero, dentro de la mentalidad de la época, el imperio español trató de amoldar su actuar en América a lo que en aquel tiempo se consideraba justo, sea en el trato a los indígenas y esclavos africanos, sea en cualquier otra materia.
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Tanto los partidarios de la leyenda negra como los de la leyenda rosa tienen su parte de razón. La verdad se encuentra en un punto intermedio entre estas dos posiciones. El imperio español en América tuvo luces y sombras, como todo lo humano. Ser partidario acérrimo de una de estas dos visiones y negar la contraria, en pleno siglo XXI, resulta estéril. Pese a esto, la controversia aún no ha sido resuelta.
Notas
(1) De Las Casas, B. (1991). Brevíssima relación de la destruyción de las Indias. Edaf., pp.8-9.
(2) Juderías, J. (1997). La leyenda negra: estudios acerca del concepto de España en el extranjero. Junta de Castilla y León, pp. 23-24
(3) Martín, D. (2024). El colonialismo y la leyenda rosa española. El País, 3 de febrero.
*Marcelo Bogado es licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción, máster en Estudios Latinoamericanos con énfasis en Antropología por la Sorbonne Nouvelle (París 3), docente y autor de los libros Representaciones y prácticas de salud en dos comunidades mbya guaraní de Caazapá (Kuña Aty, 2012), Antropología Social (Santillana, 2023) y Los antiguos y los nuevos. Pasado y presente del pueblo nivaclé (Tiempo de Historia, 2025).
