Cuenta Roland Barthes en La cámara lúcida que en una oportunidad encontró una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón, y mirándola pensó: «Veo los ojos que han visto al Emperador» (1). Cada vez que cruzo el río Tormes por el Puente Romano (dos mil años) de Salamanca me encuentro en una de sus cabeceras con ese «animal de piedra, que casi tiene forma de toro» (2) y no puedo dejar de pensar que es el mismo contra el cual el ciego estrelló la cabeza de Lázaro, que oficiaba entonces de su «lazarillo». He aquí el simple origen y significado de una palabra. Pero si nos negamos a confundir en una sola cosa realidad y ficción, pues entonces resta la posibilidad de que nuestros ojos se posen sobre la misma piedra en la que se posaron los ojos del autor anónimo de este maravilloso libro: La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, que se publicó por primera vez en tres ciudades, Burgos, Alcalá de Henares y Amberes, en 1554.
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Se han hecho centenares de conjeturas sobre su posible autor y todas las propuestas han quedado en eso: meras propuestas. Una de las posibilidades proviene de la propia Salamanca. A pocos quilómetros de aquí, 22 para ser exactos, se encuentra Alba de Tormes, adonde va la gente a visitar el sepulcro de Santa Teresa de Jesús. Pasa desapercibido el colegio-seminario San Jerónimo, donde posiblemente fue escrito Lazarillo de Tormes por fray Juan Ortega, que llegó a ser general de la orden de los jerónimos (1552-1555), pues a su muerte encontraron bajo su cama un baúl con enseres personales y una copia manuscrita del libro. Pero como no hay más pruebas, queda dentro del campo de la suposición.
La primera
Lazarillo de Tormes no sólo enriqueció el idioma con la suma de una nueva palabra, «lazarillo» –según la Real Academia: «Persona que guía y dirige a un ciego»–, sino que abrió las puertas a un nuevo género. Muchos consideran que es la primera novela moderna. ¿Habrá sido consciente el anónimo autor de lo que estaba haciendo? ¿O eligió justamente el anonimato para asestar un duro golpe a la literatura que se escribía entonces? Dos géneros fueron abatidos por su pluma: las novelas de caballería (Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo, Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell), llenas de actos heroicos celebrados por caballeros que buscaban conquistar a la joven que amaban; y los relatos pastoriles, en los que se vivían castos romances en paisajes idílicos. Aún faltaban como cien años para que Don Quijote les diera definitiva sepultura.
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¿En qué fue la primera Lazarillo de Tormes? El autor vuelve los ojos a las clases desposeídas; la pobreza, el hambre, las humillaciones sufridas por parte de los poderosos, la imposibilidad de escapar de aquel estado ocupan las páginas de este libro y de los que le sucedieron siguiendo su ejemplo. Lázaro es hijo de una familia deshecha y va de trabajo en trabajo desde que es un niño, pasando por todas estas calamidades. Que quede claro que no sólo hay drama, sino también humor, un humor ácido como la creatividad que pone Lazarillo, empujado por el hambre, para robarle el pan al cura que lo había contratado como monaguillo. El autor ya lo advierte nada más comenzar el prólogo: «pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite» (3).
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Muestra del humor que se respira en todo el libro y también de la inocencia e ingenuidad de Lazarillo es el pasaje en el que tropieza con un cortejo fúnebre. Atrás del ataúd camina la viuda, que va llorando y diciendo a grandes voces: «Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa donde nunca comen ni beben!». Al escuchar esto, Lázaro se sobresalta: «¡Oh, desdichado de mí! Para mi casa llevan ese muerto». Y corre a la casa del escudero para el cual trabajaba a cerrar puertas y ventanas (4).
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El libro abunda en críticas a la sociedad de entonces y quienes peor parados quedan son los curas avaros, egoístas, faltos de solidaridad con su prójimo, ambiciosos, codiciosos. Es explicable, entonces, que los tribunales de la Inquisición pusieran el libro en el Índice de lecturas prohibidas y que el libro mismo fuera retirado de circulación para hacerle correcciones que los inquisidores consideraban necesarias. Ocurrió en 1559, apenas cinco años después de su aparición, y no fue hasta 1573 que regresó en su versión original.
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El anónimo autor no sólo vuelve los ojos hacia las clases menos favorecidas sino también a la geografía de la península. Tanto las novelas de caballería como los relatos pastoriles transcurrían en un espacio indeterminado, y las distancias de pronto se recorrían en pocas horas y a veces en años. Había posiblemente referencias que hoy encienden la imaginación de los especialistas. Por ejemplo, ¿dónde queda esa Gaula a la que alude el nombre de Amadís? ¿Será el Gales británico? Es posible, en una época en que se leían con devoción y pasión los relatos de la saga artúrica, la Mesa Redonda, Camelot, el rey Arturo, sus caballeros, la espada Excálibur. ¿Cuánto tiempo le llevó al caballero Tirant lo Blanc llegar de Bretaña a Constantinopla? A falta de respuesta precisa, le tomó toda una vida.

Lazarillo es más cercano: parte de Tejares, caserío vecino de Salamanca, y se dan indicaciones muy precisas de los sitios por los cuales va pasando: Almorox, Escalona, Maqueda, para terminar en Toledo, además de informar sobre hechos y personajes históricos, como las Cortes de Toledo y el propio emperador Carlos V. Tan precisas son sus descripciones de la época, sus personajes, sus costumbres, que ha servido a historiadores y sociólogos para explicar aquellos primeros años en los que España entraba de lleno en el Renacimiento.
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No hay lugar a dudas de que, a pesar de las andanzas del Lazarillo, de los trucos a los que debe echar mano para sobrevivir en medio de una sociedad que le es hostil, que le agrede con su falta de preocupación por su sobrevivencia, todo el relato recorre una línea de solidaridad –incluso podría decir amor– que nos inclina a querer protegerlo. Al mismo tiempo que despiertan el rechazo del lector personajes secundarios como el vanidoso escudero que lo toma por ayudante, importándole más el lucimiento de su figura que lograr un pedazo de pan para el niño que desfallece de hambre.
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Esta intención crítica hacia la sociedad de entonces comienza, y no es gratuito, con un ciego, por ser, en medio de un tropel de pordioseros, mendicantes, menesterosos, una clase privilegiada, ya que eran los encargados de rezar por los muertos a cambio de una suma de dinero fijada de acuerdo a la extensión y frecuencia de esas oraciones. Tan pervertido estaba el negocio que el ciego le encarga a Lazarillo que le avise en qué momento se retiran los deudos del difunto que le han pagado por sus oraciones, para no seguir haciéndolo. Era aplicar la ley del menor esfuerzo.
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Todos estos datos mencionados con la rapidez que exigen hoy día los medios de comunicación pueden ayudar a comprender algunos motivos que me empujaron a fotografiar el río Tormes durante unos cinco años, aproximadamente, y exhibir parte de ese trabajo, pues, como dice el propio Lazarillo, «[los escritores] quieren ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben. Y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes”» (5).
Notas
(1) Barthes, Roland (2020). La cámara lúcida. Barcelona, Paidós, p. 25.
(2) Anónimo (2004). Lazarillo de Tormes. Madrid, Santillana, p. 28.
(3) Op. cit., p. 23.
(4) Op. cit., pp. 77, 78.
(5) Op. cit., p. 23.
*Jesús Ruiz Nestosa es novelista, fotógrafo y periodista. Con Carlos Saguier y Antonio Pecci, integró el grupo Cine Arte Experimental (CAE) en la década de 1960. Trabajó en La Tribuna de 1963 a 1966 y en ABC Color desde 1967. Cursó estudios de fotografía en el Rochester Institute of Technology, Nueva York (1982). Ha publicado Las musarañas (Centro Editor de América Latina, 1973), Los ensayos (Napa, 1982), Diálogos prohibidos y circulares (El Lector, 1995) y Madre de ciudades (Servilibro, 2016), entre otros libros. En 1992, el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo realizó una retrospectiva de su obra fotográfica.