Si uno quiere entender la realidad debería comprender la ficción. La narrativa tiende a reflejar, comprender y anticipar los fenómenos mejor que la más sesuda sociología… Buen ejemplo de ello es que Las almas muertas, de Gogol, explica mejor las causas de la revolución rusa que ningún libro de historia o teoría política. Similarmente, estas líneas intentan explicar, a partir de la narrativa popular, la actual epidemia de antiintelectualismo.
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Isaac Asimov y José Ortega y Gasset, novelista y filósofo respectivamente, coincidieron en denunciar una era de odio visceral a la inteligencia y para confirmar tal idea (o quizás desmentirla) sería conveniente hacer una reflexión sobre las causas y las consecuencias de que los géneros narrativos populares, en su gran mayoría, hagan de los personajes inteligentes sus malvados preferidos.

Con honrosas excepciones los comics, el cine de acción, las series televisivas, etc., han construido sus principales villanos como personajes excepcionalmente inteligentes. Basta con ver que los dos grandes adversarios de Superman, el superhéroe modélico por excelencia, son un empresario malvadísimo y en algunas versiones algo loco, aunque en todas brillante y exitoso, Lex Luthor, y un extraordinario genio tecnológico devenido casi máquina él mismo, Brainiac. El héroe, en cambio (como hace notar Batman en El Caballero de la noche, de Frank Miller) se muestra en casi todas sus versiones un poco (o a veces muy) corto de luces, aunque acaba imponiéndose siempre por sus «poderes» físicos, algo de suerte y no poca ayuda de los guionistas.
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De hecho, muchas de las parodias de tal tipo de historias (Megamente, Fenomeoide, Hombres Misteriosos, etc.) suelen explotar precisamente esa antinomia: villanos listos / héroes tontorrones. Tampoco es una idea exclusiva de la narrativa superheroica; las historias de «espada y brujería» suelen explotar una antinomia similar que es en esta ocasión: brujo estudioso y dominador de técnicas extraordinarias versus espadachín bruto, fuerte y valeroso. Podría decirse que hasta cierto punto es una exigencia genérica; pero no lo es en cambio en las caricaturas de comedia, donde sistemáticamente se ridiculiza a los personajes que sobresalen por su inteligencia, como Dexter, Lisa Simpson, etc.
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Dije al principio que existen honrosas excepciones, que desde luego desmienten que la inteligencia del villano y la tontería del héroe o la ridiculez de los listos de caricatura sean exigencias del género. Llegó el momento de citar algunos de ellos para ver el contraste: Batman o Costantine entre los superhéroes, la magnífica existencialista Daria, de MTV, y la paradojal Mandy, mi favorita, que es inteligente y malvada, pero que también es la heroína de la serie, que siempre termina salvando el día con su intelecto, por más que sea malhumorada y tan mala que hasta la muerte le tiene miedo.
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No es de extrañar que esta criminalización de la inteligencia en los universos imaginarios tenga como paralelismo, en el mundo real, un éxito cada vez más generalizado de políticos que rozan un analfabetismo del que están orgullosos y que se imponen con un arsenal de promesas imposibles, mentiras descaradas y diatribas agresivas… Evidentemente, la ignorancia no los convierte automáticamente en bondadosos héroes, sino en arrogantes; tanto o más peligrosos por su ignorancia engreída que por su ambición desmedida.
«Los especialistas no tienen nada que enseñarnos», clamaban los promotores del Brexit cuando economistas y politólogos se echaban las manos a la cabeza ante las previsibles consecuencias de una ruptura con la Unión Europea; ahora los ingleses lidian con el resultado de haberse dejado imponer la opinión de la ignorancia, desoyendo las advertencias del conocimiento, como profetizaban Asimov y Ortega.

Volviendo a la ficción: Tolkien, un muy conservador profesor al antiguo estilo británico (cuyas obras todo el mundo anda estropeando con intentos de «corregir su ideología poco actual» en cine y televisión), nos propuso una metáfora brillante con su «anillo único», una idea sorprendentemente cercana al anarquismo: no es sólo el poder lo que corrompe: Gollum y Boromir se corrompieron uno antes y el otro sin tener nunca el poder del anillo. No es entonces la posesión del poder lo que corrompe, sino el deseo de obtenerlo.
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Así pues, el horror por la inteligencia en la ficción no es sino el reflejo de la necedad entronizada en el mundo actual, que proclama la rebelión de la ignorancia que anticipó Ortega, casi con las mismas palabras de Asimov: «Mi ignorancia tiene más valor que tu conocimiento»… El resultado es una política obsesionada con la obtención de un poder que a la hora de la verdad no saben administrar porque son entusiastas practicantes del activismo de la ignorancia… Todo parecido de la realidad con la ficción es siempre impura coincidencia. ¿O no?

*Ángel Luis Carmona Calero es periodista, docente universitario y crítico de arte, de vasta trayectoria como columnista y autor de artículos de fondo en distintos medios de prensa, esencialmente en áreas culturales y de opinión, pero también en política internacional. Ha publicado Crítica de la sinrazón pura: epigramas ajaponesados o epihaikus (AranduBook, 2024).
