Brad Sigmon, al momento de su muerte, tenía dos claridades y una esperanza. Dos claridades: que moriría en la hora, fecha y lugar determinados por la Justicia estadounidense, y que contaba con un argumento sólido para librarse de ese destino labrado por la burocracia penal. Y una esperanza: ese argumento era la base de la cultura tanto suya propia como de la sociedad de la que formaba parte hasta el momento. Sigmon dijo muy sentidamente: «Quiero que mi declaración final sea de amor y disculpa». Y agregó: «Ya no vivimos bajo la ley del Antiguo Testamento, ahora vivimos bajo el Nuevo Testamento».
Lea más: Un condenado a muerte en Carolina del Sur será fusilado el viernes por elección propia
Comprobó, frente al pelotón de fusilamiento, que se había equivocado. El Nuevo Testamento había sido derrotado.
La influencia del Nuevo Testamento en la extensión social, cultural y geográfica que se llama cristianismo es cada vez menor, siendo desplazado entre quienes se llaman a sí mismos cristianos (independientemente de la denominación específica con la que se (o les) identifiquen) por el mayor peso del Antiguo Testamento. Ambos Testamentos conforman, para el mundo cristiano, el libro sagrado de sus creencias, la Biblia. Que el texto a interpretar (el Antiguo Testamento) haya abolido al texto guía, clave y llave de la interpretación, es un acontecimiento cultural, social, político e histórico de tal magnitud que la poca atención que le hemos prestado sólo se explica porque su eclosión ha sucedido tras una larga y lenta cocción de siglos, tantos siglos como tiene lo que, por no enterarnos, seguimos llamando cristianismo.

El Nuevo Testamento recoge la mirada y la perspectiva originales del cristianismo. Sin Nuevo Testamento en el centro no hay cristianismo. De hecho, el cristianismo del Nuevo Testamento contradice al Antiguo Testamento. Y viceversa. Por ello la relación entre ambos fue de usar el Nuevo como lente para ver el Antiguo. Lente que permitía entender lo antiguo con esa mirada nueva, mirada que se puede resumir en una rebelión permanente contra las formas culturales de lo antiguo. Frente a lo local, lo estipulado, lo burocrático, lo autoritario, lo dogmático, lo divisionista, lo guerrerista y lo punitivo de lo antiguo, el igualitarismo, la flexibilidad, el universalismo y lo antijerárquico de lo nuevo se resumía en una estrategia de crecimiento por radicalidad empática: de destruir los muros a trompetazos a amar a tu enemigo. De las siete plagas a poner la otra mejilla.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
De lo local, entonces, a lo universal, de la política del odio y la venganza a la estrategia subterránea de la empatía y la afirmación en la contradicción: me opongo tanto a lo que haces que te doy la otra mejilla para que la golpees. La fuerza de la impotencia frente a lo antiguo, que proponía la fuerza del castigo. El Nuevo Testamento, base del cristianismo, partía de una posición impotente como pilar de la construcción de su mirar: los últimos, es decir, los últimos de todas las escalas, las personas más débiles, serán las primeras. En una dialéctica insalvable proudhoniana, el cristianismo está asentado en un imposible: hacer de los últimos los primeros hasta que los nuevos últimos los desplacen. Un imposible que siempre encontró oposición en las institucionalidades del cristianismo.

Ser, entonces, los primeros casi dos milenios no puede sustentarse en una política tan revulsiva como la empatía radical. Por eso el Nuevo Testamento se presentó a los poderes que había en el momento de su expansión en conjunto con el Antiguo Testamento, que sí les ofrecía un lenguaje de poder que podía serles útil. Un juego de milenios ha permitido que el Nuevo Testamento siga cumpliendo su papel de interpretador, clave, llave y estrategia dentro del universo del cristianismo. Para adquirir una institucionalidad que alejara las persecuciones, el cristianismo debió entregar una herramienta para administrar desde el poder esa institucionalidad: el Antiguo Testamento. Lastrado por algo que lo contradice y condiciona, el cristianismo se expandió por el mundo diciendo a los últimos que serían los primeros y a los primeros que no se preocuparan, que seguirían siendo los primeros.
Lea más: Fusilan a un condenado a muerte en EEUU, la primera ejecución con este método en 15 años
No es, pues, sorpresa que vivamos tiempos de Trump, Musk y seres similares, de izquierda o derecha. La sorpresa es que no nos enteremos de que es inevitable que esta cultura haga surgir ese tipo de políticos en tanto el freno y contrapeso cultural que había en el cristianismo ha sido abolido: el Nuevo Testamento ya no importa. Cierto que otras construcciones culturales (los ateísmos de izquierda, las espiritualidades individualistas orientalistas, los fascismos neopaganos) han querido acabar desde afuera con la influencia del cristianismo, o disminuirla, pero quien ha tenido éxito en esa tarea ha sido el propio cristianismo, que se ha desplazado del Nuevo Testamento al Antiguo como eje y centro de su cultura. El cristianismo ha tenido éxito en la tarea de descristianizarse. Hoy, pues, no hay, o hay muy poco, cristianismo en lo que se llama con ese nombre. Cuando habla Trump, por ejemplo, lo que escuchamos es el Viejo Testamento. Cuando hablan Musk, Orbán o cualquier ejemplo similar lo que se dice es veterotestamentario. Y así todo bro, de toda edad, sexo y condición.
La agresividad, el servilismo no conflictivo frente a esa agresividad, la política de golpear con ventaja y alevosía, las criminalizaciones mediáticas desde posiciones de ventaja, el ladrido permanente como forma comunicativa, el recitar consignas sin capacidad de interpretarlas, las élites inundadas de la sensación de ser un pueblo elegido, sea en lo económico, en lo político o en lo estético, este incómodo momento de autoritarismo autojustificado en la autoridad y nada más que eso, en fin, la permanente gestión arbitraria por exceso de ego y egoísmo: todo ello configura la forma en la que opera la lógica social en esta cultura que, tras casi dos milenios, ha desechado el Nuevo Testamento y se ha pasado totalmente al Antiguo como pensamiento base. Estamos en ese momento en el cual la situación se ha terminado de explicitar. Aun cuando no tengamos nombre para ello y suene raro llamarlo cristianismo veterotestamentario. Cristianismo descristianizado. Es decir, sin esperanzas ni rebeldías, como descubrió Brad Sigmon (1) la noche del 7 de marzo de 2025 en Carolina del Sur, EE. UU.

Notas
(1) Ver https://www.bbc.com/mundo/articles/cx2836zw29zo
*Pelao Carvallo es anarquista, analista político, comunicador e integrante del Grupo Clacso de Trabajo Sobre Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia, de la red antimilitarista internacional War Resisters’ International (WRI-IRG) y de la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe (Ramalc).