Una larga amistad

A la memoria de Mario Licón (Chihuahua, México, 1949 - Sídney, Australia, 2025), «fotógrafo, poeta, carpintero, zapatero, maestro de primaria, alfarero, viajero y traductor» fallecido el lunes, dedica las siguientes palabras su amigo el historiador y politólogo italiano Claudio Albertani.

El poeta Mario Licón sonríe bajo el ala de su sombrero blanco en la segunda fila; arriba, segundo desde la izquierda, el autor de este artículo, Claudio Albertani. Maestros, maestras y amigos de la cooperativa escolar libertaria La Escuelita. Tepoztlán, Morelos (1981-1987). Cortesía de Claudio Albertani.
El poeta Mario Licón sonríe bajo el ala de su sombrero blanco en la segunda fila; arriba, segundo desde la izquierda, el autor de este artículo, Claudio Albertani. Maestros, maestras y amigos de la cooperativa escolar libertaria La Escuelita. Tepoztlán, Morelos (1981-1987). Cortesía de Claudio Albertani.MONSERRAT ALVAREZ

Para Jorma, Ollin y Lya.

Conocí a Mario en 1978 en Berkeley, California. Ambos trabajábamos de lavaplatos en el restaurante The Buttercup Bakery en el cruce de College con Alcatraz, no lejos del campus. Era una suerte de fast food de lujo; los dueños eran panaderos y producían desayunos, cuernitos, donas y tortas de calidad.

Un día se descompuso la lavavajillas y no me quedó más remedio que lavar los platos a mano. Cientos de platos, pues el lugar estaba lleno a reventar.

En pánico, el mánager aullaba:

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

–¡Más rápido, más rápido!

Enseguida, me fastidié:

–¿Más rápido? Aquí te va.

Y empecé a tirar los platos contra la pared con todo y las sobras de los clientes.

Las cosas se estaban poniendo tensas, cuando apareció Mario. Apenas nos conocíamos porque yo tenía muy poco tiempo en el lugar. Se puso a mi lado, rompió una botella y rugió en español:

–¡Órale, cabrones! ¡Dejen en paz al italiano o les parto la madre!

No recuerdo por qué no nos corrieron ni a él ni a mí. Tal vez los dueños, una pareja de ex hippies convertidos al business, tenían algo de sentido del humor. Lo cierto es que aquel acto surrealista, además de solidario, fue el principio de una larga amistad.

Recuerdos de Berkeley. Charlando sobre la revolución social. (Foto: Cortesía de Claudio Albertani).
Recuerdos de Berkeley. Charlando sobre la revolución social. (Foto: Cortesía de Claudio Albertani).

Con Mario y otros amigos –mexicanos, un griego, franceses e, incluso, norteamericanos– creamos una revista de tinte radical que llamamos What’s left, de la cual salió un solo número. El título quiere decir «Qué es la izquierda», pero también «Qué nos queda». Según recuerdo, lo propuso otro amigo entrañable, Robert Hurley, traductor al inglés de Foucault, Deleuze y Guattari. Escribíamos de humanidad varia, pero también sobre la (entonces pujante) revolución en Italia, las luchas antinucleares y las huelgas de los mineros en Estados Unidos. Manteníamos, por lo demás, un diálogo con Raya Dunayevskaya, ex secretaria de Trotsky y autora de libros fundamentales sobre marxismo y filosofía. Ella vivía en Chicago (o tal vez en Detroit, no estoy seguro), pero tenía parientes en Berkeley y cuando venía impartía conferencias sobre la Revolución Rusa. El público solía ser escaso, básicamente nuestro grupo y dos que tres personas más. Al final nos trasladábamos siempre a un café donde nos hablaba de su vida venturosa y de sus relaciones con C. L. R. James, unos de los creadores de la nueva izquierda, autor de Jacobinos negros, libro clásico sobre la independencia de Haití.

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Mario sabía hacer muchas cosas. Cuando lo conocí se dedicaba a la fotografía en blanco y negro, especialmente retratos, y ya era poeta. Más tarde se hizo traductor, pero en Berkeley su inglés era bastante peor que el mío.

En el Buttercup conocí a Patricia Barreto, ex compañera de Mario, quien sería la mamá de mis dos hijos, Valentina y Marcello, hoy cuarentones. Puesto que Patricia es también la mamá de Jorma, el hijo mayor de Mario, nos volvimos algo así como una familia con afectos y conflictos. En esta época, Mario vivía con Murielle Horry y juntos dejamos Estados Unidos para mudarnos a México. Ese fue un viaje inolvidable. Tres meses, o algo así, de Berkeley a la Selva Lacandona, vía Hermosillo, Obregón, Mazatlán, la Ciudad de México, Oaxaca. Estaba también un queridísimo amigo mío, Andrea Morra, que habíamos pescado en Los Ángeles. Todos nos amontonamos en mi vieja combi Volkswagen estilo Freak Brothers cargada de libros y utensilios de cocina. Recuerdo una borrachera descomunal en Monte Albán. Y es que uno de los rasgos característicos de Mario era, digamos, emular a Malcolm Lowry, aquel gran bebedor de mezcal

La combi Volkswagen estilo Freak Brothers en la cual viajaban Licón, Albertani y compañía.
La vieja camioneta combi Volkswagen estilo Freak Brothers. (Cortesía de Claudio Albertani).

Patricia y yo nos establecimos en Mazatlán, donde yo cambié de rubro: de lavaplatos pasé a ser profesor universitario. Mario y Murielle –posteriormente mamá de Lya y Ollin, sus dos hijas menores– no podían faltar y compartimos una casa en un barrio maloliente del puerto, no lejos de la actual zona turística. El problema era que en Mazatlán hace un calor del demonio y ninguno de nosotros aguantó. Entonces nos mudamos a Erongaricuaro, Michoacán, que era un verdadero paraíso. Todo paz y amor, nada de narcotráfico. Rentamos dos cuartos con don Silvestre, de profesión herrero pues hacía ruedas para carretas (sólo quedaba él en todo el estado). El hombre había luchado en la revolución a lado del general Múgica y nos presentó a la viuda del prócer, doña Carolina, una mujer fuera de serie, que nos hablaba de feminismo y luchas sociales. Personaje singular, don Silvestre nos contó que por su casa había pasado mucha gente, entre otros Trotsky y Natalia, en compañía de Breton y Jacqueline Lamba, en ocasión de su viaje de 1938, cuando los dos revolucionarios redactaron el Manifiesto por un arte independiente.

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Hacia 1981 todos nos mudamos a Tepoztlán, Morelos. Mario y Murielle llegaron algunos meses después. Luego nos alcanzó Manuel Lepe, también fotógrafo, miembro distinguido de nuestro grupo en Berkeley. En realidad, Mario era de Chihuahua, pero se había criado en Hermosillo, Sonora, donde había conocido al resto de la banda, la cual, tras el movimiento universitario de 1972, se refugió primero en San Diego, California, y luego en Berkeley, pues el gobierno los quería matar a todos.

En The poet’s land (Ferlinghetti dixit), o sea en Tepoztlán, nos sumamos a la Escuelita, aventura pedagógica de carácter libertario promovida por Jacques Gabayet, Lucero González y Jorge Velasco gracias al apoyo solidario de la maestra Osbelia Quiroz, a la sazón directora de la escuela pública de Tierra Blanca, quien más tarde se haría famosa como luchadora social y celosa defensora del medio ambiente.

"Recuerdo una borrachera descomunal en Monte Albán. Y es que uno de los rasgos característicos de Mario era, digamos, emular a Malcolm Lowry, aquel gran bebedor de mezcal…"
Mario Licón y Murielle Horry en Monte Albán, enero de 1980. (Foto: Cortesía de Claudio Albertani).
"Recuerdo una borrachera descomunal en Monte Albán. Y es que uno de los rasgos característicos de Mario era, digamos, emular a Malcolm Lowry, aquel gran bebedor de mezcal…" Mario Licón y Murielle Horry en Monte Albán, enero de 1980. (Foto: Cortesía de Claudio Albertani).

En la Escuelita, Mario enseñaba a los niños los rudimentos de la carpintería, Rita Escobar, actriz colombiana, impartía clases de teatro, Patricia, de cerámica, yo, de cocina (italiana) e historia. Roger Von Gunten (sí, nada menos que el conocido pintor de la Generación de la Ruptura) era maestro de pintura, y Jorge, gran literato, iniciaba a los niños a la escritura creativa imprimiendo sus textos en un mimeógrafo hecho por él, según las indicaciones de Célestin Freinet, creador en Francia de la Escuela Moderna. Fueron años memorables: en Tepoztlán había muchos refugiados guatemaltecos cuyos hijos se integraron al proyecto, retroalimentándolo. Recuerdo las dramatizaciones del Popol Vuh realizadas por Rita y las fiestas pantagruélicas que hacíamos para recaudar fondos

En algún momento, debe de haber sido a finales de los ochenta, Mario y Lepe se volvieron zapateros: producían sandalias hechas a mano, bolsos, portafolios y otras artesanías en cuero en Xochipilli, un changarro que rentaban detrás de la catedral.

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A principios de los noventa, Mario emigró a Sídney, Australia, donde por algún tiempo se dedicó a la alfarería, oficio que aprendió de su amigo Lino, otro sonorense. Hacían hornos tipo tandoori que los aussies (australianos) apreciaban por ser amantes de la comida hindú.

A partir de ese momento, forzosamente, nuestra relación se diluyó, pero siempre nos mantuvimos en contacto. En una ocasión le pedí que me mandara Island of Bali, un libro de Miguel Covarrubias, imposible de encontrar en México. A cambio, le obsequié mi versión de los Diarios de Victor Serge, que él anhelaba leer. Sé que la Universidad de Sonora le publicó varios libros de poesía y que era traductor bilingüe. La última vez que lo vi fue el año pasado, en ocasión de su vuelta a México, después de muchos años. Nos juntamos en una cafetería de Tepoztlán y, como hacen los setentones, evocamos los viejos tiempos. Estaba contento. Me dijo que Australia lo había tratado bien, incluso tenía una pequeña pensión, pero quería regresar a vivir a México con su compañera, de la cual no he retenido el nombre. Hace poco me mandó un mensaje para avisar que vendrían en diciembre y pensaba ofrecerles una comida suntuosa. Pero en la mañana José Ángel Leyva me envía la terrible noticia. No le creí, pensé que era un maldito error, pero era cierto. Mario Licón Cabrera, poeta y todo lo demás, dejó de existir por las secuelas de una estúpida caída. No es justo. ¡Hasta siempre, hermano!

Mario Licón (Chihuahua, México, 1949 - Sídney, Australia, 2025).
Mario Licón (Chihuahua, México, 1949 - Sídney, Australia, 2025).

*Claudio Albertani (Milán, 1952) es politólogo, historiador y periodista; doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Milán; colaborador del diario mexicano La Jornada y de las fundaciones Andrés Nin y Victor Serge; profesor de la Academia de Historia de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y fundador del Centro Vlady de dicha universidad. Es autor de ensayos sobre las luchas indígenas en Guatemala y en Chiapas y sobre el movimiento anarquista publicados en revistas mexicanas, guatemaltecas, europeas y estadounidenses. Es autor de las ediciones críticas de El Príncipe de Maquiavelo (UACM, 2008), ¿Qué es la propiedad? de Proudhon (UACM, 2009) y Diarios de un revolucionario (1936-47) de Victor Serge (UACM / BUAP, 2021). Ha publicado El espejo de México. Crónicas de barbarie y resistencia (Costa Amic, 2009), entre otros libros. Está en prensa Rebelión y anarquía. Victor Serge 1890-1919 (Pepitas de Calabaza, 2025).

Claudio Albertani fotografiado por Mario Licón cuando eran lavaplatos en The Buttercup Bakery, Berkeley, California, 1978.
Claudio Albertani fotografiado por Mario Licón cuando eran lavaplatos en The Buttercup Bakery, Berkeley, California, 1978.

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