Hace seis años, la antropóloga mexicana Eugenia Iturriaga publicó un estudio sobre la élite económico-social de la ciudad de Mérida titulado Las élites de la ciudad blanca. Discursos racistas sobre la otredad. Allí realiza una minuciosa disección de las costumbres y prácticas de ese grupo social, de las cuales una nos interesa para abrir nuestro texto: el «Baile de las debutantes», organizado en el Club Campestre de Mérida en diciembre de cada año, en donde las jóvenes de las familias más pudientes son «presentadas en sociedad».
Este ritual colectivo de la élite merideña resulta anacrónico en pleno siglo XXI. Es difícil encontrar ejemplos actuales donde permanezca esta costumbre alrededor del mundo. Es inexistente en países de la región como Argentina, Uruguay, Brasil, o Chile. Sin embargo, en Paraguay –más concretamente, en Asunción–, desde 1953 hasta la actualidad se lleva a cabo un rito anual: el «Debut de Primavera» en el exclusivo Club Centenario, donde cada año las jóvenes hijas de la élite paraguaya de entre 16 y 18 años son «presentadas en sociedad» ante otros miembros de su clase social.

Entre 1937 y 1946 se realizaron esporádicamente algunas presentaciones en sociedad de hijas de socios, pero en forma secundaria, en el marco de las fiestas de fin de año. Previo a la consolidación del «Baile de Primavera», en el Centenario se llevaba a cabo el «dinner danzant» como inauguración de la temporada. Llamado indistintamente «Baile de Primavera» o «Fiesta de Primavera», a partir de 1964 se lo empezó a denominar «Debut de Primavera» y se utilizó recurrentemente la palabra «debut». Fue recién a partir de 1953 que comenzó a celebrarse como un evento especial, en el que cada año se repite la misma secuencia: inicio con una foto grupal, como la que acompaña el presente artículo, y descenso de cada debutante por una escalera-pasarela luego de que se mencione su nombre. Este rito de pasaje significaba la oficialización de la pertenencia a la élite paraguaya de estas jóvenes, tal como era explicitado en la prensa.

A este ritual se lo puede analizar desde múltiples enfoques. Por ejemplo, de género, señalando que está impregnado de un evidente machismo –se lo analice con los parámetros de los años sesenta o con los actuales–, en el cual las jóvenes desfilan como si fueran ganado de una exposición rural, actividad propia de esa élite. Y esto no se trata de una analogía de quien escribe estas líneas, sino que es como se sintió una de las entrevistadas por Iturriaga para su estudio (1), y del mismo modo lo experimentó una mujer paraguaya que fue debutante en 1967 y a quien entrevisté. En definitiva, no dejaba de representar una práctica de la élite paraguaya cuyo fin principal era que sus hijas conocieran y se casaran con un hombre de su misma clase social. Sin embargo, nosotros haremos foco en otro aspecto de este ritual: la composición de la élite de poder del Paraguay. Andrew Nickson planteó la hipótesis de una reconfiguración de dicha composición de la élite paraguaya desde 1948 en adelante, en donde a partir del control del Estado por la ANR, y continuado durante la dictadura estronista, surgió y se integró a la élite agroexportadora tradicional un sector de nuevos ricos vinculados a actividades controladas por el Estado.

A través del análisis de los apellidos de aquellas jóvenes debutantes de la élite entre 1953 y 1970, se confirma la hipótesis de Nickson, sumando como pruebas noticias de la prensa de la época sobre los enlaces matrimoniales, en donde importantes funcionarios del nuevo régimen se casaban con mujeres de familias pertenecientes a la élite tradicional del Paraguay, liberal y agroexportadora. Se puede considerar esta práctica como un eslabón más de aquella descripta por Francoise Héritier en su Masculino/Femenino (Buenos Aires, FCE, 2007), una extensión de aquel intercambio de mujeres entre dos grandes grupos o tribus, en nuestro caso, colorados y liberales, o nuevos ricos con la élite tradicional agroexportadora. Una forma aggiornada de las prácticas descriptas en los estudios de parentesco aplicados desde el siglo XIX a las «sociedades primitivas» o «no occidentales», como los raptos de novias, etc. Este aspecto interpela a la comunidad de antropólogos paraguayos, quienes producen infinidad de papers sobre diferentes comunidades indígenas, pero eluden el estudio de las élites y sus prácticas sociales. Es sabido que a la tribu no le gusta ser estudiada por uno de sus miembros.

Del análisis de las debutantes surge el siguiente resultado: la pertenencia de los/as historiadores/as más representativos/as del país a ese mismo núcleo de sociabilidad, lo que sugiere un fuerte vínculo entre campo historiográfico y élites en el Paraguay. Por una cuestión de espacio, no podemos detallar cada caso en particular. Tan solo mencionar que, junto a parientes de importantes propietarios agroganaderos, industriales, banqueros y grandes empresarios, aparecen hijas, sobrinas, hermanas o primas de los/as historiadores/as que dominaban el campo historiográfico del país. Entre 1953 y 1970 debutaron hijas de Julio César Chaves, Juan B. Gill Aguinaga, Emilio Saguier Aceval, Hipólito Sánchez Quell, Beatriz Rodríguez Alcalá e Idalia Flores de Zarza, quienes conformaban parte del núcleo activo del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas (IPIH), Academia Paraguaya de la Historia (APH) a partir de 1966. En el Centenario, estos historiadores socializaban con familias que luego quedarían relacionadas con denuncias de haber sido adjudicatarios de tierras malhabidas durante el estronismo (Abreu, Zavala, Fretes Dávalos), otras de funcionarios vinculados directamente con las tareas de represión del régimen (Montanaro, López Moreira, Fretes Dávalos, Fúster) o con altos cargos en el mismo (Gorostiaga, Sánchez Quell). Incluso con el mismo clan del dictador. En septiembre de 1954, apenas asumió la presidencia de la República, Stroessner fue nombrado socio vitalicio del Club Centenario. Los Stroessner se integraron rápidamente a la nueva élite. De este modo, el debut de 1964 contó con la presencia de Eligia Mora de Stroessner, la esposa del dictador, y en 1966 Freddy Stroessner, uno de sus hijos, fue el acompañante de una de las debutantes de aquel año, Ana Teresa Argaña Guanes, además de que ese mismo año se realizó en el club el casamiento de su hija, Graciela Stroessner, con Humberto Domínguez Dibb.
Esta adscripción de clase de los/as historiadores/as paraguayos/as y su espacio de sociabilidad en el reducto más exclusivo de la élite, en el que establecían vínculos con figuras connotadas del régimen –a través del análisis micro del ritual de las debutantes del Centenario–, permite adoptar una mirada diferente sobre la historiografía paraguaya y sus condicionamientos sociales y políticos, además de abrir una línea de investigación para una antropología de la élite paraguaya y sus prácticas de sociabilidad.

Referencias
(1) Iturriaga, Eugenia (2018). Las élites de la ciudad blanca. Discursos racistas sobre la otredad, p. 165.
*Extraído del libro Super Omnia Veritas. La Academia Paraguaya de la Historia y la dictadura de Stroessner (Arandurã, 2025).
*Mariano Damián Montero es historiador por la Universidad de Buenos Aires, maestrando en Historia Intelectual por la Universidad Nacional de Quilmes, investigador y autor de artículos sobre historia reciente del Paraguay publicados en revistas de diversos países. Ha publicado los libros Agapito Valiente. Stroessner kyhyjeha (Arandurã, 2019), Lincoln Silva: Obras completas (Arandurã, 2021) y Super omnia veritas (Arandurã, 2025).
