«No somos nada», de Hugo Robles: El humor como reflexión sobre la sociedad (y II)

El humor negro de la comedia «No somos nada», escrita y dirigida por Hugo Luis Robles, inspira al maestro Agustín Núñez un importante ensayo cuya segunda y última parte publicamos hoy.

El excelente elenco de "No somos nada", de Hugo Robles.
El excelente elenco de "No somos nada", de Hugo Robles.Gentileza

Vitare es una nueva productora de Víctor Barrientos y Emilio Areco, actores profesionales que deciden incursionar en la producción de espectáculos teatrales donde, a la vez, actúan. Esto responde a una necesidad enorme que se está dando en el medio teatral: hay una gran oferta de actores para pocos directores y obras. Al crear su propia productora, ya no dependen de que los llamen; pueden hacer sus propios proyectos y dar trabajo a muchos compañeros. Es plausible que gente tan joven asuma, con un pensamiento maduro y comprometido, una empresa como esta.

Como primer trabajo han elegido No somos nada, comedia de humor negro escrita por Hugo Luis Robles, que yo creo es el resultado de décadas de oficio de escritura. En ella veo unificadas varias ideas ya insinuadas en obras anteriores, con las cuales corrió también con buena suerte, pero aquí parece haber una utilización ya madura de todo su estilo y su capacidad de narrar en la escena.

Hugo Robles y el elenco de No somos nada en una conferencia de prensa en abril
Hugo Robles y el elenco de No somos nada en una conferencia de prensa en abril.

De comienzo a fin, la obra produce cierta risa amarga. Amarga en tanto reflexiva, en una sociedad que está en un momento de grandes crisis, tanto a nivel político como ético, moral e inclusive familiar; una sociedad en la que urge replantearse muchas cosas. Yo creo que, en eso, Robles tiene mucha influencia de uno de los más grandes dramaturgos alemanes del siglo XX, Bertolt Brecht, que propone el teatro épico, donde el espectador necesariamente sale de la sala cambiado en su pensamiento respecto a su lugar en la sociedad y a la importancia de su actuar para mejorar la condición humana.

En 1919, Bertolt Brecht escribió una comedia dramática de teatro épico, en la que, so pretexto de una boda pequeñoburguesa, presenta personajes estereotípicos con los cuales le toca compartir la mesa, el alimento, la bebida... y una grandísima hipocresía social. En el curso de la obra, se van destruyendo hasta los muebles hechos por el novio con mucho esfuerzo. Al final prácticamente todo termina destruyéndose, mostrando que lo que nos salva son los verdaderos sentimientos, no las tradiciones vacías.

En La boda de los pequeños burgueses, los personajes son caricaturas de sectores de la sociedad, representaciones exageradas, grotescas. Se llegó a considerar expresionista esta obra de Brecht. En ciertos momentos, con canciones, logra producir un distanciamiento de lo que está pasando en la acción dramática.

Bertold Brecht sintetiza los experimentos de Erwin Piscator y Vsevolod Meyerhold en su “teatro épico".
Bertold Brecht sintetiza los experimentos de Erwin Piscator y Vsevolod Meyerhold en su “teatro épico".

Hay varios elementos de Brecht en la obra de Robles. Quiero pensar que, inclusive, Robles ha sido influenciado –sin restarle mérito– por el teatro de Moncho Azuaga: un teatro con personajes caricaturescos, críticos, polémicos y con un humor muy particular.

Vemos la presencia de Brecht desde el comienzo, porque todos sus personajes –excepto el joven Junior, hijo de uno de los matrimonios– tienen pelucas. Pelucas notoriamente falsas, estridentes, que les dan apariencia de marionetas, muñecos o títeres. Con ese aspecto, nos invitan a una observación más profunda: a ver qué hay detrás de esos muñecos que, al comienzo, nos producen cierto desconcierto.

El recurso de anticipación se presenta de diversas formas. Por ejemplo, la historia comienza con la muerte de una señora –madre de una hermana y dos hermanos–, y una llamada para comunicar la noticia. Para sorpresa nuestra, el hermano –Rolo (Jorge Báez)– está acompañado por una chica tipo sponsor en su casa y aparece con un salto de cama bastante peculiar y con una tanga de lentejuelas plateadas. En el transcurso de la obra vamos entendiendo por qué está vestido así. En varios momentos como este, algo anticipa lo que va a pasar, y el efecto cómico se desata cuando se aclara o confirma lo que teníamos en duda.

Leticia Panambí Sosa, Letizia Medina,Andrea Quattrocchi y Vicky Erico, elenco femenino de “No somos nada”.
Leticia Panambí Sosa, Letizia Medina,Andrea Quattrocchi y Vicky Erico, elenco femenino de “No somos nada”.

Hijos, acompañantes y nietos van apareciendo en la funeraria. Un detalle muy interesante, y muy brechtiano, de Robles es no centrarse en la muerta. Si bien es un personaje fundamental –sin ella la obra no tendría sentido–, nunca aparece. La vemos a través de un retrato que su madre manda a Junior (Emilio Areco) a buscar con otros enseres de la señora –entre ellos un pañuelo colorado y el famoso chanchito-futbolista-alcancía–. El mundo del personaje se va construyendo a partir de símbolos generados por objetos, y a través de las relaciones de los demás personajes con esos objetos.

Uno de los hijos, Papucho (Silvio Rodas), es una persona muy seria y con un trabajo bastante particular. El actor –creo– entendió muy bien al personaje, y lo muestra como una persona más bien seca, tirando a antipática, dominado por una mujer –Lilita (Letizia Medina)– que tiene todas las características de una seccionalera y que resulta sumamente peligrosa en su forma de actuar y de manejar sus sentimientos. En determinado momento, Papucho –sabiendo las ideas políticas de la difunta–, rompe la cuarta pared y ensaya las palabras de despedida para su madre. Aprovecha para lanzar un típico discurso político e integrar a la platea como parte del entierro, destacando a varias figuras de nuestra fauna política que los asistentes a esta y cualquier otra obra sabemos que jamás pisarían un teatro –ya que nadie los ha visto nunca en una función, a pesar de lo cual manejan nuestras vidas, nuestros intereses, nuestra cultura–, aguda crítica bien identificada por el público.

Brecht también se hace presente cuando, de pronto, en medio del maremágnum de los hermanos y las personas allegadas, llega Roger (Víctor Barrientos), pintoresco personaje, con un equipo de sonido para amenizar ese momento tan difícil para todos. El impacto de la música, muy popular, en un grupo de gente que supuestamente está sufriendo muchísimo, pero que al oírla se olvida de dónde está, produce un distanciamiento de toda la acción.

Y así vamos viendo elementos interesantes que, al terminar la obra, y después de habernos reído muchísimo, nos dejan con interrogantes. Por esos elementos, como pude confirmar a lo largo de los días posteriores, conversando con otras personas que también la vieron, esta historia persiste en la memoria de la audiencia.

Théâtre des Noctambules, 1968: estreno de "La cantante calva", de Eugène Ionesco, obra emblemática del "teatro del absurdo", bajo la dirección de Nicolas Bataille.
Théâtre des Noctambules, 1968: estreno de "La cantante calva", de Eugène Ionesco, obra emblemática del "teatro del absurdo", bajo la dirección de Nicolas Bataille.

No somos nada tiene también elementos de teatro del absurdo, al mostrar la incomunicación, el poco valor de la palabra en un mundo donde nadie cree a nadie y todos engañan a todos, a través del sinsentido de ciertas conversaciones: así, por ejemplo, la hija, Mirtha (Letizia Sosa), chocada por la idea de cremar a la muerta, dice –palabras más, palabras menos– que por lo menos quiere verla, y cuando le responden que en ese momento está en el refrigerador entra en confusión y en crisis con el paso de la refrigeración a la cremación.

O cuando el personaje de Lilita, la esposa de Papucho, que no quiere a la suegra pero finge, por supuesto, que está dolidísima, comenta que no va a dedicarle una lágrima más a la difunta. De más está decir que no le ha dedicado ninguna: es una frase vacía, mentirosa, pero de rigor entre cierto tipo de personas. A los diez minutos Lilita va a ver al cadáver, que está en una habitación cercana, vuelve, supuestamente, muy golpeada, y dice de forma particularmente dramática: «Estoy deshidratada de tanto llorar». Frases que nos muestran de una forma descarnada cómo gran parte de lo que vemos, escuchamos, percibimos, «no es nada», es un vacío. Y el «no somos nada» del título, que es un cliché, se convierte en una reflexión, porque ya tiene una doble lectura: no somos nada mientras no existan valores, mientras no exista solidaridad, mientras no existan sentimientos reales. No somos NADA, así de claro.

Lo absurdo y lo surrealista se manifiestan también en clichés típicos de los velorios que Robles coloca estratégicamente en situaciones muy diferentes de aquellas en las que solemos decirlos. El cliché en esta obra es un elemento de suma importancia: todos los actores muestran su personaje, pero también su lado crítico del personaje. Es, una vez más, el distanciamiento brechtiano: el actor que se distancia del personaje para mostrar la parte crítica. Y eso está muy logrado. Esa dialéctica en el desarrollo de cada personaje, como la dialéctica que se da permanentemente en las relaciones, las situaciones y la construcción general de la obra es muy difícil de lograr y realmente, para quien desee disfrutar de una comedia inteligente, no tiene desperdicio.

Un velatorio dará pie a diversas situaciones en la obra teatral "No somos nada".
Un velatorio dará pie a diversas situaciones en la obra teatral "No somos nada".

La originalidad de la parte visual también está en los elementos kitsch, cómo son utilizados y cómo están ubicados. Las pelucas, de hechura y peinados súper especiales, estuvieron a cargo de Eddy Romero. Luis Arce, hoy famoso actor, es el encargado del maquillaje, un campo en el que lleva incursionando muchos años. Todo esto le da un toque especial al espectáculo; está muy cuidado en los mínimos detalles. Actores de gran trayectoria nos sorprenden; por ejemplo, Jorge Báez haciendo un personaje muy mesurado, que no se involucra con nada, siempre tratando de zafarse de cualquier problema, y de cualquier compromiso.

Dos actores jóvenes, Vicky Erico y Emilio Areco, hacen, respectivamente, de Yesi y Junior. La construcción del rol de Junior, que está saliendo de la adolescencia y entrando en la adultez, es muy fresca. Yesi, hija de Mirtha y nieta de la muerta, es tiktoker. Internet es su vida. La vida pasa por la cámara que, a la caza de momentos que le pueden ayudar a ganar seguidores, siempre irrumpe produciendo un distanciamiento en la acción. Es como un personaje que entra y sale de la obra permanentemente y que refleja un presente en el que vivimos pendientes de lo virtual, no de lo real, algo que Robles y la actriz Vicky Erico nos muestran que es bastante alarmante.

El personaje de Shirley es la mujer frívola. Andrea Quattrocchi nos muestra que el cuerpo no sirve solo para ser admirado, sino también para criticar ese mundo armado alrededor del valor del cuerpo como mercancía: «mucho cuerpo y poco seso». Pero no se queda en el cliché: es un cliché con contenido. Reímos porque nos identificamos con lo que dice su personaje, y también reflexionamos. Es el primer velorio al que ella asiste en su vida, con todo lo que eso implica y desata.

Es una obra donde todos los personajes tienen su momento de lucimiento, hasta que la cosa se va complicando y, obviamente, se llega al caos total, inevitable fin de personas narcisistas, vacías, superficiales, con valores endebles. Robles y este equipo de excelentes actores nos regalan un divertimento inteligente, resultado de un oficio permanente y de la observación constante de nuestra idiosincrasia, recordándonos que el teatro es el reflejo de la vida y que ese es su valor: enfrentarnos a nuestro tiempo histórico y a los acontecimientos que nos toca vivir. ¡No somos nada! Entonces… ¿qué somos?

"No somos nada", de Hugo Robles.
"No somos nada", de Hugo Robles.

*Agustín Núñez es actor, director, dramaturgo, cocreador del grupo Tiempoovillo y de El Estudio, la primera escuela de actuación y dirección de teatro de Paraguay. Ha recibido el Colombino de Oro por el montaje de Pedro Páramo (Colombia) y el premio Molière (Embajada de Francia) al Mejor Director entre otros reconocimientos nacionales e internacionales. Ha publicado Pasión de Teatro (1995, premio Fundación Arlequín), 108 y un quemado (2002) y Augusto Roa Bastos en la escena (2017), entre otros libros.

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