Cuando pasó la Noche de la Candelaria y amaneció el 3 de febrero de 1989 en un Paraguay que por primera vez en 35 años no tenía a Stroessner en el gobierno, el Arlequín Teatro ya llevaba casi una década desafiando el constante control policial y las amenazas de censura que pendían como una espada de Damocles sobre las artes durante el régimen del derrocado general. Fue inaugurado en plena dictadura, el lunes 3 de mayo de 1982, en una esquina del barrio Villa Morra con una función en la que Edda de los Ríos, Amanda Cooper, Gustavo Calderini y Rudi Torga leyeron textos de José María Rivarola Matto, Josefina Plá, Jorge Aguadé y Laureano Pelayo García escritos especialmente para la ocasión y el Ensamble Asunceno de Música Antigua, dirigido por Nelly Jiménez, dio un concierto.

El fundador de aquella sala, que con el tiempo se convertiría en parte fundamental de la historia del teatro paraguayo y de la vida, la memoria y la movida cultural asuncenas, era José Luis Ardissone, arquitecto de profesión, nacido en Asunción en 1940 y graduado en 1963 en Río de Janeiro. Había subido por primera vez a un escenario a los ocho años, en la escuela República Argentina, para interpretar al Mariscal López en una obra estudiantil.
Después había estudiado otra carrera. Pero la arquitectura, más que impedir que siguiera su vocación, contribuyó a empujarlo a ella. Un día de 1970, a su tienda de muebles y artículos de decoración en la calle 25 de Mayo casi Molas llegó una clienta que reconoció como la actriz Teresita Torcida. La había visto hacía poco en una obra teatral que transcurría en casa de un arquitecto, y había encontrado inverosímil que un arquitecto viviera en un lugar tan feo. Así que aprovechó la ocasión para deslizarle que, si usted alguna vez necesitara ayuda con alguna escenografía, contara con él (1). Ella lo llamó días después para ponerlo en contacto con María Elena Sachero y Mario Prono, directores de la compañía del Ateneo Paraguayo, que le ofrecieron hacer la escenografía de Un rostro para Ana, de Mario Halley Mora. Al primer trabajo profesional en el mundo de las tablas siguieron otros, y así formó el Grupo Gente de Teatro con Teresita Torcida, Rafael Arriola, Clotilde Cabral, Gustavo Calderini y Mario Kravetz.

José Luis Ardissone no volvió a sacar los pies del escenario nunca más. Fue actor, director, escenógrafo, vestuarista, dirigió más de cincuenta obras, interpretó cientos de personajes, participó en numerosos festivales internacionales, fue director del Teatro Municipal Ignacio A. Pane luego de la caída de Stroessner…

De ese mismo Teatro Municipal al que Gente de Teatro no podía acceder bajo la dictadura, que no simpatizaba con su trabajo. A los que no tenían cabida en el Municipal les quedaba el Teatro de las Américas del Centro Cultural Paraguayo Americano, salón de actos que él, en su faceta de arquitecto, había convertido en teatro en 1980. Pero les daban dos semanas de temporada, lo cual era muy poco. Él quería más. Un teatro propio. Para él y para quienes tuvieran el mismo sueño: hacer teatro sin depender de plazos o temporadas ni someterse a aprobaciones superiores. Habló con su pareja, María Teresa, que estuvo de acuerdo con el proyecto. Y al poco tiempo encontró una discoteca abandonada, vacía, salvo por la basura y las ratas, en la que, con ojos de arquitecto, vio una sala teatral. Esa sería la primera sede del Arlequín Teatro, en Quesada y Charles de Gaulle.

La contribución del Arlequín Teatro a la escena paraguaya es inmensa. En sus escenarios –desde el primero, en el local ochentero de Villa Morra, hasta su actual sede de Antequera, en el centro de Asunción, pasando por la Fundación La Piedad– ha brillado una imponente lista de directores y actores. El comienzo supuso un gran esfuerzo y requirió mucho trabajo. José Luis invirtió todos sus ahorros y pidió un préstamo, y contó también con la ayuda de algunos amigos. Fue una apuesta importante. Abrir una sala de teatro en los 80 en Asunción durante la dictadura de Stroessner. El equipo eran él, su esposa y sus cinco hijos, que desde pequeños lo ayudaron en todo: barrían el lugar, atendían la boletería, actuaban en obras infantiles como parte del coro. Juntos se embarcaron en esa aventura.
Las obras que se presentaron en el Arlequín Teatro fueron en los 80 blanco de vigilancia y motivo de amedrentamiento. Cuando llevaron a escena Las troyanas, el doctor Raúl Peña, entonces ministro de Educación, llamó a José Luis y a la protagonista, la actriz María Elena Sachero, para advertirles que había una orden de clausura del teatro por hacer una puesta subversiva de un autor comunista (presumiblemente, se refería a Sartre; era suya la versión del clásico de Eurípides que utilizaron). Al año siguiente presentaron Hamlet, dirigido por el uruguayo Carlos Aguilera, que sugirió una relación homosexual entre Hamlet y Horacio, interpretados por José Luis y Francis Ruiz, respectivamente. Hubo llamadas telefónicas que anunciaban: «Esperen una bomba esta noche, comunistas de mierda»; «Les vamos a hacer volar, putos de mierda» (2).

La primera obra presentada en el Arlequín Teatro fue En navidad te venimos a buscar, del dramaturgo brasileño Naum Alves de Sousa, bajo la dirección del argentino Mario Marcel. La siguieron varias otras obras durante ese primer año, pero el verdadero boom ocurrió al año siguiente, 1983, con el estreno de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. «Eso fue algo absolutamente increíble», recordaría en una entrevista, un cuarto de siglo después, José Luis Ardissone. «Literalmente, la gente cerraba la calle De Gaulle, formando cola... bueno, no formaba cola, se amontonaba –al estilo Paraguay–. El teatro, en De Gaulle y Quesada, estaba como escondido detrás de las ruinas de un shopping que poco antes se había incendiado y todo estaba rodeado de vallas, además, entonces la calle, que era todavía empedrada, tenía una esquina sin luces» (3).
«Fueron los años duros del estronismo y la gente encontraba en el teatro un espacio de expresión, de liberación», proseguía Ardissone en aquella ocasión. «La gente se iba al teatro y veía que todo lo que hacíamos tenía alguna relación con lo que nos pasaba. La gente se iba al teatro y escuchaba en boca de los actores lo que tenía ganas de decir, pero no podía decir en la calle; por ejemplo, cuando Bernarda levantaba el bastón y decía: “¡Aquí mando yo y aquí se cerrarán las puertas y ventanas...!” y cosas por el estilo, la gente vibraba, porque realmente era lo que le estaba pasando. Se sentía eso y la gente sentía que era eso lo que nos estaba pasando como sociedad».

«Cuando hicimos El burgués gentilhombre, el tema era el de los nuevos ricos y los propios chicos identificaban eso: “¿No le parece a Mario Abdo ese personaje?: Burro, ignorante y pretendiendo ser un tipo muy elegante”. Cuando hicimos Las troyanas, teníamos la orden de clausura por orden de la Policía, por una denuncia hecha por un director español que estaba en Asunción en ese momento... El teatro no se cerró aquella vez porque estaba como ministro una persona que, digamos, razonaba, como el doctor Raúl Peña, cuya intervención impidió que la Policía cerrara el teatro».

Cuando se descubrió el Archivo del Terror, entre los documentos allí conservados apareció una denuncia del siniestro jefe de Investigaciones de la Policía de la dictadura estronista, Pastor Coronel, que informaba que en el Arlequín Teatro se estaba presentando una «obra subversiva», Las troyanas, en la cual la protagonista, María Elena Sachero, «gritaba desde el escenario “¡Abajo los militares, viva la democracia!”». Desde 1985 hasta el viernes 3 de febrero de 1989, hubo policías en todas las funciones del Arlequín Teatro. Anotaban las chapas de los autos, los nombres de los actores...

En 1998 llegó un gran éxito con La tierra sin mal, adaptación de una obra de Augusto Roa Bastos. «Tuve un encuentro casual con Roa, al terminar una función de alguna obra que se representaba en Arlequín, cuando él me pidió que llamara un taxi para volver a su casa y me ofrecí a llevarlo. Charlamos en el camino, y me comentó que había escrito una obra de teatro sobre la expulsión de los jesuitas de las misiones por orden del rey de España, y me preguntó si tenía interés en conocerlo. Desde luego que respondí afirmativamente, y al llegar a su casa, me pidió que esperara mientras él buscaba el texto. Volvió al rato y me entregó un grueso volumen de hojas dactilografiadas», relataba Ardissone hace unos años en un artículo. Convocó a un gran elenco: Jesús Pérez, Julio Saldaña, Ramón del Río, Rubén Visokolán, Arturo Fleitas, Jorge Ramos, Gustavo Calderini, William Valverde, y se reservó el papel del Padre Asperger. Convirtió en ángeles de piedra tallados en las misiones a Hedy González Frutos y María Elena Sachero, y en hechicera indígena a Margarita Irún. A esos personajes se sumaron varios actores que integraron el coro de sacerdotes e indígenas. Del vestuario se encargó el artista plástico Ricardo Migliorisi, de la música, Jorge Garbett, y de la escenografía el propio José Luis Ardissone. «El estreno fue apoteósico», escribió en aquel texto, «con la presencia del ilustre escritor Ernesto Sábato, el nuncio de Su Santidad, monseñor Lorenzo Baldisseri, el arzobispo de Asunción, monseñor Felipe Santiago Benítez, y varias otras personalidades del mundo cultural asunceño. La obra se constituyó en el mayor éxito en la historia de Arlequín hasta aquel momento» (4).
José Luis Ardissone recibió numerosos reconocimientos, como la Orden Nacional al Mérito en el Grado de Cavalieri otorgada por el Gobierno de la República de Italia, los títulos de Maestro del Arte y de Hijo Dilecto de la Ciudad de Asunción y los premios Oscar Trinidad y Molière, entre otros. Y ante todo creó un espacio de ilusión y de libertad que iluminó con arte los tiempos más oscuros y se volvió parte de la vida y la movida asuncenas para siempre. Nos mostró que sí es posible hacer de la propia existencia pasión, vocación y magia. El jueves 23 de mayo –mes del aniversario de la creación del Arlequín Teatro–, día gris, tristón y lluvioso, cayó el telón de la última función para el viejo maestro. Pero volveremos a encontrarnos con su amable fantasma cada vez que crucemos las puertas de un teatro.

Notas
(1) «Los caminos de Arlequín (a propósito de los 40 años de Arlequín Teatro)», La Nación, 08/05/2022: https://www.lanacion.com.py/gran-diario-domingo/2022/05/08/los-caminos-de-arlequin-a-proposito-de-los-40-anos-de-arlequin-teatro/
(2) «Arlequín Teatro. Cuarenta y dos años de travesía escénica». Pausa, 20/05/2024: https://www.pausa.com.py/actualidad/nota-de-tapa/arlequin-teatro/7401/
(3) «La plenitud de la vida y del arte», ABC Color, 29/04/2007.
(4) José Luis Ardissone: «Tres obras de Roa Bastos en mi repertorio». En: VV. AA. (2022). Augusto Roa Bastos, entre lo temporal y lo eterno. Diálogos abiertos. Asunción, Servilibro, 220 pp.