Manuel Antonio Palacios: repercusiones de una tragedia

En los tétricos escenarios de San Fernando, a orillas del Tebicuary, hacia el final de la guerra, el obispo Palacios lanzó una maldición a las siguientes cinco generaciones de paraguayos antes de morir fusilado.

Obispo Manuel Antonio Palacios (1824-1868).
Obispo Manuel Antonio Palacios (1824-1868).Gentileza

Hijo de Francisco Palacios y María Ana Pereyra, Manuel Antonio Palacios nació en Luque el 16 de julio de 1824 y fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de esa ciudad por el cura rector de la misma, el presbítero Pedro Pascual Prieto. El obispo Basilio López lo ordenó sacerdote en septiembre de 1848, y recibió el cargo de cura párroco de Villeta, donde estuvo hasta noviembre de 1862. Fue propuesto por Francisco Solano López ante el papa Pío IX como obispo auxiliar del Paraguay, y una vez obtenido el nombramiento monseñor Gregorio Urbieta lo consagró obispo en la Catedral de Asunción el 30 de agosto de 1863. Fallecido el obispo diocesano, lo sucedió en el gobierno de la Iglesia el 29 de enero de 1865.

Desde el comienzo de la Guerra Grande, el obispo Palacios acompañó solícito al Mariscal López como primer capellán del Ejército paraguayo. Su fama era la de un incondicional del presidente, a quien elogiaba sin mesura. Tuvo gran resonancia su intempestivo fin frente a un pelotón de fusilamiento en los tétricos escenarios de San Fernando, en la orilla derecha del río Tebicuary, hacia el final de la hecatombe de la Triple Alianza.

El mariscal López (a la izquierda) y el general Díaz (a la derecha) cabalgando en un óleo de Héctor Da Ponte.
El mariscal López (a la izquierda) y el general Díaz (a la derecha) cabalgando en un óleo de Héctor Da Ponte.

El obispo Palacios y el Mariscal López se conocieron siendo alumnos en la Academia Literaria. Su director interino, Miguel Albornoz, escribió: «Certifico yo el infra escrito Director Interino de la Academia Literaria que el joven Manuel Antonio Palacios ha sido aprobado y reputado por uno de los mas aprovechados en los exámenes que ha sufrido». El documento está fechado el 13 de diciembre de 1845. Palacios recibió del presidente Carlos Antonio López una medalla de oro por su aplicación al estudio.

Un episodio poco estudiado de su trayectoria fue haber dado la extremaunción a José Eduvigis Díaz, herido de muerte en la ribera del río Paraguay, desde donde, oteando los movimientos de los acorazados brasileños, observó que, por el calor reinante, la tripulación bajaba a tierra para dormir, dejando indefensos los navíos de noche.

Retrato del general José Eduvigis Díaz en "La Ilustración Paraguaya", año 1, nº 15, 15 de julio de 1888.
Retrato del general José Eduvigis Díaz en "La Ilustración Paraguaya", año 1, nº 15, 15 de julio de 1888.

La guerra siguió su curso. Y a medida que la suerte de nuestras armas decaía, iba in crescendo la desconfianza del Mariscal Presidente hacia quienes lo rodeaban.

Luego de varios días de enfrentamientos en Lomas Valentinas, López, a punto de caer prisionero de una avanzada brasileña, fue rescatado por la valiente acción de una adolescente que servía en el grupo de cocina del presidente –para lo cual se necesitaba la garantía del apoyo superior, dado el temor al envenenamiento–.

El nombre de esa joven era Ramona Martínez. Empuñando una espada y con gritos desaforados, ella consiguió distraer a los soldados, situación aprovechada por López para desplazarse hacia San Fernando.

Escultura en homenaje a Ramona Martínez, la guerrera de Lomas Valentinas.
Escultura en homenaje a Ramona Martínez, la guerrera de Lomas Valentinas.

Los episodios de San Fernando<b> </b>

En ese paraje, la furia del presidente se desató sin control. La lista de personas cercanas a él que engrosaron los pedidos de juicio por traición incluyó a su propia madre, Juana Pabla Carrillo, a su hermano Benigno, al canciller José Berges, a su cuñado, el general Vicente Barrios, al deán de la Catedral, presbítero Eugenio Bogado, al cónsul de Portugal, José María Leite Pereira, a sus dos hermanas, Inocencia y Rafaela, al coronel Paulino Alén y a tres mujeres no emparentadas con él, Juliana Insfrán, Dolores Recalde y Mercedes Egusquiza.

Juez, por supuesto, había uno solo, y era el propio Mariscal.

Fue el sacerdote Fidel Maíz el fiscal que, a cargo del Consejo de Guerra, obtuvo la condena del obispo Palacios a la horca, por insistencia del general Resquín. Tal vez consciente de la seriedad del caso, Solano López no firmo la sentencia, y a pedido suyo se restableció el fusilamiento, con el agregado: «por la espalda», según Juan Silvano Godoi.

Madame Elisa Alicia Lynch, Rafaela López de Bedoya e Inocencia López de Barrios -hermanas de Francisco Solano López-. Excolección Rio Branco.
Madame Elisa Alicia Lynch. Excolección Rio Branco.

Fidel Maíz tuvo una trayectoria zigzagueante. Encarcelado por negarse a celebrar el bautismo de uno de los hijos de Madame Lynch en su domicilio, una vez libre cambió sustancialmente de actitud y se convirtió en un adulador.

Su doble condición de hombre de iglesia y de letras le fue útil para preparar el alegato paraguayo enviado al Vaticano en protesta por la subordinación del Obispado a la ciudad de Buenos Aires. Y también para ser designado como fiscal de sangre, con Juan Crisóstomo Centurión, Silvestre Aveiro y el presbítero Justo Román, entre otros.

Dada la condición eclesiástica del obispo Palacios, López ordenó a Fidel Maíz que preparara la acusación y solicitara la pena capital.

Coronel Juan Crisóstomo Centurión. Biblioteca Nacional del Paraguay.
Coronel Juan Crisóstomo Centurión. Biblioteca Nacional del Paraguay.

Maíz nunca tomó la tarea con convicción. Incluso después de acabada la guerra, siempre hablaba de la «supuesta» conspiración que acabó con la vida de Palacios. Y aun así, se encargó de relatar las acusaciones y, como fiscal juez, solicitó la pena capital.

En su descargo, pasados los años, según el estudioso Rvdo. Padre Carlos Heyn, Maíz reconocía: «No tuve el coraje para ser héroe ni la fortaleza para ser mártir».

Mucho se escribió sobre la maldición que el obispo Palacios, antes de ser fusilado, lanzó sobre las siguientes cinco generaciones de paraguayos.

Al mismo tiempo, bendijo por varias generaciones a los descendientes de su familia, entre los cuales estaría en el futuro el político, médico, antropólogo y folclorista Gustavo González, autor de Ñandutí (1967), entre otros libros. El anillo del obispo Palacios se encuentra en el acervo de esta familia, además de un relicario y una cruz que le pertenecieron.

Gustavo González: Ñandutí (1967). Fotografía de Juan Carlos Meza.
Gustavo González: Ñandutí (1967). Fotografía de Juan Carlos Meza.

Las repercusiones de un fusilamiento inusual

La primera víctima fue el propio Francisco Solano López, pues, al querer depositar sus restos en el Panteón de los Héroes el presidente Rafael Franco en octubre de 1936, el Vaticano se negó a admitir que alguien que ordenó el fusilamiento de un obispo diocesano fuera enterrado en terreno consagrado.

La polémica fue tan encendida que, antes de convertir el Panteón en Oratorio de la Virgen de la Asunción, durante el gobierno de Félix Paiva, en 1937, se solicitaron opiniones a historiadores como el Dr. Efraim Cardozo, quien dictaminó que la Iglesia podía quedarse tranquila porque los restos ahí depositados como pertenecientes a López en realidad no lo eran.

Efraím Cardozo (Archivo de ABC Color).
Efraím Cardozo (Archivo de ABC Color).

Otro protagonista del fusilamiento de Palacios que sufrió consecuencias de por vida fue Fidel Maíz, quien, como veremos enseguida, cuando se presentó como candidato a obispo de Paraguay en la posguerra y tuvo que visitar el Vaticano, recibió reprimendas y fue enviado como párroco a la entonces remota población de Arroyos y Esteros.

Las lapidarias acusaciones del fiscal Maíz contra el obispo Palacios fueron escritas luego de que la suerte del obispo quedó sellada: «Una vez que el Obispo Palacios ha atacado por su base el sistema gubernamental de la Nación, y ha calumniado gratuita y negramente a su Gobierno, no puede ya sustraerse a un cargo general de haber quebrantado y contrariado todos los lazos del orden público». Nadie hubiera sobrevivido a tamaña acusación en aquellas circunstancias.

El padre Fidel Maíz durante la Guerra contra la Triple Alianza.
El padre Fidel Maíz durante la Guerra contra la Triple Alianza.

El padre Fidel Maíz en la posguerra

Nada ilustra tan bien la gravedad de la acusación y ejecución de un obispo diocesano como las peripecias de Fidel Maíz luego de Cerro Corá. Se tienen cartas muy ilustrativas donde sale a la superficie su oportunismo, como aquella al Conde D’Eu en la que condena a López a escasas semanas de su muerte, ocurrida el 1 de marzo de 1870.

Maíz, por otro lado, redescubrió su nacionalismo al enterarse de que la diócesis estaba presidida por un vicario foráneo, fray Fidelis María de Abola, brasileño, pues la Constitución de 1870 ya en vigencia ordenaba que el obispo fuera de nacionalidad paraguaya. Consciente de su capacidad intelectual, Maíz se ofreció para el cargo y años más tarde hasta logró un decreto del presidente Juan Bautista Gill para ejercer el obispado.

María Concepción Díaz de Bedoya y Juan Bautista Gill.
El presidente Juan Bautista Gill y su esposa, María Concepción Díaz de Bedoya.

Sin embargo, el Vaticano nunca escondió su malestar por la condena de un obispo. Maíz pronto fue suspendido en su tarea religiosa y conminado a defenderse de un juicio eclesiástico en la Santa Sede, donde fue castigado con la orden de hacer penitencia y finalmente con el alejamiento a una parroquia rural sin jamás poder tentar nuevamente su exaltación a obispo.

Fidel Maíz tuvo una existencia lo suficientemente larga para observar la reivindicación del papel de Solano López.

Sin embargo, nunca se discutió la seriedad de la condena del obispo Palacios. Ese es el punto débil de la reivindicación nacionalista, pues no solo no se presentaron pruebas de que fuera parte de conspiración alguna, sino que su trayectoria se caracterizó por una actitud aduladora hacia el Mariscal, y parece obvio que su condena se debió a alguna de las intrigas palaciegas que por entonces alcanzaron a familiares y allegados de López, muchos de los cuales perecieron en aquel triste paraje de San Fernando.

El padre Fidel Maíz hacia 1890.
El padre Fidel Maíz hacia 1890.

*Beatriz González de Bosio es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción y licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Asunción, miembro del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica (Ceaduc), vicepresidenta de la Academia Paraguaya de Historia y presidenta del Centro Unesco Asunción. Ha publicado Periodismo escrito paraguayo, 1845-2001: de la afición a la profesión (2001) y El Paraguay durante los Gobiernos de Francia y los López (en coautoría con Nidia Areces, 2010), entre otros libros.

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