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Hay restos que confirman que los seres humanos han practicado la decapitación de otros seres humanos desde hace milenios. Existen sitios arqueológicos con cuerpos decapitados en todos los rincones del globo. El más antiguo se encontró en Jericó, Palestina, y data de unos 9500 años atrás. Fuentes escritas de la Antigüedad mencionan que los escitas, los celtas y los íberos, entre otros pueblos, decapitaban a sus enemigos.
Conservar las cabezas de los enemigos cumplía dos funciones para estos pueblos antiguos. La primera, exhibir orgullosamente trofeos de guerra y atemorizar, además, con ellos. La segunda era de tipo mágico-ritual: mantener cerca sus almas y obtener poder sobrenatural de ellas (1).
Otra práctica similar a la de la decapitación es arrancar el cuero cabelludo (scalp, en inglés). Más conocida como costumbre guerrera de los pueblos indígenas de Norteamérica, se ha practicado en diferentes latitudes del mundo, desde Asia, pasando por África y Europa, hasta el continente americano (2).
En Sudamérica, se ha encontrado la práctica de decapitar enemigos en varios pueblos indígenas, desde amazónicos hasta andinos. La práctica de arrancar el cuero cabelludo, sin embargo, sólo se encontró entre los pueblos chaqueños. Se realizó hasta inicios de la década de 1940, cuando los grupos que la practicaban dejaron la guerra.

Entre los pueblos chaqueños que arrancaban las cabelleras de sus enemigos muertos en la guerra se encontraban los guaicurúes, los wichís, los tobas, los mocovíes, los pilagás, los manjuis y los nivaclés. En todos ellos esta práctica tenía elementos en común, como la participación de las mujeres en rituales de purificación de los muertos y en la preparación de bebidas alcohólicas fermentadas para celebrar la llegada de los guerreros con su botín, el ocultamiento temporal de los guerreros dueños de cabelleras para no ser reconocidos por las almas de sus víctimas y evitar su venganza, la utilización de los cráneos para beber, el recibimiento triunfal de los guerreros portadores de cabelleras en la aldea y el posterior festejo de su hazaña con danzas de victoria, el prestigio emanado de la posesión de cabelleras, que otorgaba a los guerreros un lugar privilegiado en la jerarquía social, además de conferirles un poder sobrenatural, la celebración de rituales para someter a las almas de los dueños originales de las cabelleras (3).
En el caso de los nivaclés, la práctica de arrancar cabelleras se daba en el marco de la guerra tradicional, inserta en una dinámica de venganzas entre grupos vecinos. Era el resultado de una ofensa de un grupo a otro, que como venganza debía retribuirla. Según observó Nordenskiöld a comienzos del siglo XX: «Generalmente, la causa de la guerra entre estas tribus es la pesca y el vicio del saqueo. Una tribu corta el río de tal manera que los peces no pueden subir a los lugares de pesca de otra tribu. Esta intenta destruir el corte, una de las tribus hiere o mata a uno de la tribu contrincante y empieza la guerra» (4).
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El mayor orgullo al que podía aspirar un hombre nivaclé adulto era ser un gran guerrero. Su posición social dependía del número de enemigos que hubiese matado; lo cual se sabía por el número de cabelleras, vatcashatech, que hubiese podido conseguir.
Las cabelleras eran obtenidas de diferentes formas. En ocasiones, el enemigo era decapitado y en camino a la aldea, a salvo de los rivales, se le arrancaba, dejando la cabeza para que la comieran los animales salvajes. En otros casos, el cuero cabelludo era arrancado de la cabeza del enemigo aún vivo, una vez sometido. A veces, el enemigo era llevado con vida a la aldea y se le arrancaba la cabellera frente a las mujeres. Esta última forma era la más valorada pero la menos frecuente (5).
El número de cabelleras que tuviera un guerrero nivaclé era tan importante que la influencia de los caciques, vatvaĉles, dependía de él. Cuantas más cabelleras poseía un caanvaĉle, mayor era su autoridad. Por eso eran respetados y obedecidos los viejos guerreros que habían matado a muchos enemigos y tenían sus cabelleras en su poder.
Aparte de los jefes de guerra, vatvaĉles, otros guerreros que adquirían prestigio en la guerra eran los chamanes de guerra, los qu’eishei; término que significa «hacer gritar». Este era el nombre del canto que entonaban estos chamanes a las almas de los guerreros que mataban y a quienes convertían en sus almas auxiliares. Podían atemorizar y confundir al enemigo por medio de sus almas esclavas. Para esto, debían usar un alma del mismo pueblo al que querían vencer. No podían usar, por ejemplo, el alma de un guerrero pilagá para luchar contra los tobas, sino que debían valerse del alma de otro guerrero toba, a quien hubieran matado en la guerra.
El jefe guerrero, caanvaĉle, era al mismo tiempo un qu’eishei, porque entonaba el canto qu’eishei a las almas de sus muertos. Al joven guerrero se le llamaba caanvaĉle, y al viejo, qu’eishei, porque ya solo se dedicaba a cantar a sus espíritus auxiliares y comunicarse con ellos para ayudar sobrenaturalmente a sus compañeros en la guerra.
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Para convertirse en caanvaĉle o en qu’eishei no bastaba matar enemigos y obtener prestigio por ello. Era necesario que quienes poseían cabelleras realizaran un ritual para apoderarse de las almas de sus enemigos. Las cabelleras no tenían valor por sí mismas, sino por el poder mágico que daban a sus dueños, una vez realizado el ritual.
Luego de arrancar del enemigo la cabellera, vatcashatech, el guerrero tenía que seguir una serie de pasos para lograr la total sumisión de su alma. Tenía que limpiar la cabellera por dentro de cualquier resto de carne o grasa que pudiera haber quedado. Esto lo hacía mientras cantaba. Una vez limpia, la ponía en una argolla de madera, que era un molde para que tomase forma, y cosía sus bordes con hilo rojo, usando la grasa y la carne que sacó de debajo del cuero cabelludo como pintura, para pintarse él. Antes de ponerla en el molde, le echaba ceniza caliente.

A la noche la colgaba en una horqueta de dos metros de alto, mezclaba chicha de tusca, junshatayuc, con miel, bebía y esperaba hasta escuchar un canto proveniente de la cabellera. Para incitarla a cantar, entonaba una canción. Cuando escuchaba el canto proveniente de la cabellera, le contestaba cantando la misma canción. De esta manera, el guerrero nivaclé se hacía dueño del alma del enemigo muerto.
Estas almas auxiliares se comunicaban con sus dueños a través del canto de la lechuza. Les informaban si los miembros de su pueblo se acercaban, si pretendían atacar la aldea, cuáles eran sus movimientos, sus intenciones, etc.; con lo cual sus dueños tenían una ventaja para vencer a sus enemigos y evadir sus ataques.
Al llegar a la aldea un guerrero, luego de haber realizado el ritual para adueñarse del alma del enemigo, era recibido con una gran fiesta por la comunidad para conmemorar su hazaña. A la par, los guerreros debían realizar un ritual de purificación para evitar enfermedades provenientes del contacto con la sangre de la víctima (6).
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Poseer cabelleras de enemigos ataba a los guerreros nivaclés a un compromiso con los espíritus de los muertos y les exigía mantenerse en armonía con ellos durante toda su vida. El guerrero que tenía cabelleras era responsable de cuidarlas hasta el día de su muerte, y cuando se retiraba de su vida como guerrero debía realizar un ritual específico para entregarlas (7).
Hace casi cien años que los nivaclés y sus vecinos dejaron de coleccionar cabelleras, pues ya han abandonado la guerra, el matar enemigos y el obtener prestigio de sus trofeos. Hace tiempo que ya no existen vatvaĉles como los de antes –grandes coleccionistas de cabelleras–, puesto que hoy están en paz con sus vecinos. En lugar de ser temidos por estos como bravos guerreros, suelen ser conocidos por su carácter mayormente afable y alegre.
Notas
(1) Herradón, O. (2025). Decapitación ritual. Muy Interesante, feb., pp. 108-114.
(2) Burton R. F. (1864). Notes on Scalping. The Anthropological Review, 2(4): 49-52.
(3) Mendoza, M. (2006). Skulls Collected for Scalping in the Gran Chaco. En: Bonogofsky, M. Skull Collection, Modification, and Decoration. Archaeopress Editors, pp.113-118; Mendoza, M. (2007). Human Trophy Taking in the South American Gran Chaco. En: The Taking and Displaying of Human Body Parts as Trophies by Amerindians, Boston, Springer, pp. 575-590.
(4) Nordenskiöld, E. (2002). La vida de los indios. El gran Chaco (Sudamérica), La Paz, Apcob, p. 119
(5) Sterpin, A. (1993). La chasse aux scalps chez les Nivacle du Gran Chaco. En: Journal de la Société des Américanistes, p. 40.
(6) Bogado, M. (2025). Los antiguos y los nuevos. Pasado y presente del pueblo nivaclé. Asunción, Tiempo de historia, pp. 58-62.
(7) Vidal, A., et al. (2021). El Pueblo Nivaclé. Relatos históricos de su diáspora en el Gran Chaco. Buenos Aires, Editorial SB, pp. 91-92.
*Marcelo Bogado es licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (UNA), máster en Estudios Latinoamericanos con énfasis en Antropología por la Sorbonne Nouvelle (París 3), investigador, docente y autor de los libros Representaciones y prácticas de salud en dos comunidades mbya guaraní de Caazapá (Kuña Aty, 2012) y Antropología Social (Santillana, 2023).