Aún estoy aquí, o A buen juez mejor testigo

Tanto la historia relatada en la pantalla por Walter Salles en su última y oscarizada película como la historia de la oscarización de esa película fuera de la pantalla exponen bajo formas diferentes –la laboriosa militancia que vence a la injusticia, el galardón al trabajo bien hecho– el mismo y perseverante leitmotiv burgués por excelencia. Desde Buenos Aires, the one and only Alfredo Grieco y Bavio escribe en exclusiva para El Suplemento Cultural.

Aún estoy aquí, una historia con doble moraleja de justicias y oscarizaciones.
Aún estoy aquí, una historia con doble moraleja de justicias y oscarizaciones.

Cargando...

Cuando el miércoles 13 de marzo de 2013 el cardenal francés Jean-Louis Tauran anunció que Jorge Mario Bergoglio había sido elegido pontífice máximo de la Iglesia Católica Apostólica Romana y sucesor n° 266 de San Pedro, los parabienes de Cristina Fernández de Kirchner fueron de una moderación tan extrema como poco característica. En vez de felicitar al ex arzobispo de Buenos Aires por su victoria electoral vaticana, expresó una íntima satisfacción personal suya propia y formuló una impersonal pero atingente reflexión histórica. En el cenit de su segundo mandato, la presidenta argentina se congratulaba de que el cónclave cardenalicio convocado el martes 12 para escoger entre sus 117 miembros al sustituto del renunciante Benedicto XVI hubiera finalmente reunido, en quinta vuelta, los votos necesarios para consagrar la candidatura de un papa latinoamericano. Con la elección del jesuita que adoptaría el nombre simple de Francisco, que evocaba adrede la opción por los pobres del santo de Asís, había llegado su turno a un continente subalterno y se había reparado una postergación que era una injusticia.

Cuando el domingo 2 de marzo de 2025 la actriz española Penélope Cruz anunció que Aún estoy aquí había ganado el Oscar a la mejor película internacional, la alegría brasileña, vociferada sin morigeración alguna, sonó entre quienes festejaban con los decibeles bombásticos de un final feliz de Copa FIFA. Con el film de Walter Salles, Brasil ganaba por primera vez el premio mayor de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. El día del triunfo nacionalista podía ser percibido, en buena ley, como una jornada de justicia que al tiempo que acababa con una postergación consumaba una reparación o al menos representaba una compensación.

Curiosamente, o no, este tema burgués por excelencia –el del galardón que espera al trabajo bien hecho, el de la laboriosa militancia que vence a la injusticia– es el perseverante leitmotiv del que no se distrae Aún estoy aquí. Las virtudes de extricar los objetivos, de fijarse un plan racional de acción, de dotarse de recursos y medios adecuados para perseguirlos y alcanzarlos, son a la vez recomendadas y premiadas, en el film, y por quienes premiaron el film.

La actriz brasileña Fernanda Torres en una imagen de la película "Aún estoy aquí", nominada al Globo de Oro y firme candidata para los Óscar.
"En la práctica de esas virtudes nunca desfallece Eunice Facciolla Paiva..." (Foto: Fernanda Torres como Eunice Paiva)

En la práctica de esas virtudes nunca desfallece Eunice Facciolla Paiva, protagonista del biopic. Lucha por obtener reconocimiento de la responsabilidad del Estado por el fin de su esposo, el ingeniero y ex diputado federal Rubens Paiva, secuestrado por agentes parapoliciales de la dictadura gobernante desde 1964 y torturado y muerto en dependencias de un cuartel militar en enero de 1971. Lo obtiene. Aunque no el juicio de los culpables. Pero muere intentándolo, y el film mismo es otro paso adelante en un camino de orden y progreso desde la injusticia hacia la justicia. En el film de Salles, las violencias de la dictadura militar son ante todo un escándalo jurídico, una burla flagrante del Estado de derecho: la desaparición de personas pisotea el debido proceso, el secuestro es un sacrilegio afrentoso del sacrosanto derecho individual de habeas corpus.

Cuando Bergoglio fue elegido papa, la presidenta Dilma Rousseff, en su primer mandato, único concluido completo, y antes de las protestas de junio de 2013 que determinarían los diez próximos años de política en Brasil, comentó informalmente: «El papa es argentino, pero Dios es brasileño». El primer gran viaje de Francisco pontífice fue a Brasil, y pudo celebrar en Río de Janeiro, con ella presente, el buen humor del chiste, que en nada lo ofendía, de la presidenta petista. El «papa peronista» conocía poco de antemano Brasil. En la mayor nación católica de la tierra –según los censos–, en un país de remanida religiosidad popular, lo sorprendió el desapego de las autoridades políticas ante su peregrinar. No lo abandonaban, pero lo dejaban obrar a solas sin trabas. En contra del cliché que opondría una Argentina moderna a un Brasil más arcaico en lo que a fe se refiere, el recuerdo del Pontífice de su patria es el de un territorio donde jamás un político se pierde una misa o una procesión o las festividades de vírgenes o santos locales. Del otro lado, un Estado federal donde el evangelismo tiene bancadas propias en el Congreso Federal de Brasilia y donde sin embargo funcionarios y cargos electivos derrochan un laicismo práctico y desenvuelto en sus conductas jurídicas cotidianas y (para ellos) productivas. A ojos argentinos o chilenos, la ausencia de la religión católica y de toda religión como guía de acción es notable en el film. En los films argentinos, el clero secular y la jerarquía eclesiástica son cómplices de la dictadura (en el caso del clero regular, como la Compañía de Jesús, la imagen es más matizada, o más confusa; en los chilenos, está la memoria de la Vicaría de la Solidaridad antipinochetista).

La Iglesia católica es una monarquía electiva y vitalicia. La renuncia de Joseph Ratzinger, primer papa alemán, que en 2005 había sucedido a Juan Pablo II, primer papa polaco, era una novedad o una anomalía en una historia que al menos desde 1978 no había hecho más que acumularlas. Al papa lo eligen 117 cardenales. Es la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood la que confiere los premios Óscar. Veamos en qué se parece y en qué no al cónclave cardenalicio. Como el nombre no deja de insinuarlo, la artística Academia californiana no es un sindicato sino un club. Como a muchos clubes privados, se ingresa por un proceso de selección endogámico (como al colegio cardenalicio) y el pago de una membresía anual (a diferencia del colegio cardenalicio, al que no se paga nada, porque paga a sus miembros). Como también suele suceder con los clubes exclusivos, la magra diversidad de la Academia salta a vista: de sus diez mil y pico miembros, más del 80% son blancos (sólo el 50% entre los cardenales), el 70% son varones (el 100% entre los cardenales) y, en promedio, es un grupo que se acerca a la tercera edad (la tercera edad es la edad canónica de los Príncipes de la Iglesia).

Aún estoy aquí película
Fernanda Torres en "Aún estoy aquí"

En los últimos diez años, la ceremonia del Óscar ha pasado de ser un espectáculo que veían 40 millones en EEUU y 200 millones fuera de EEUU a uno que ven menos de 20 en EEUU y menos de 40 fuera. En 2025, por primera vez en la historia de los Óscar –iniciada en 1929–, con Aún estoy aquí, una película brasileña fue nominada como mejor película internacional (premio que ganó) y como mejor película (a secas, premio que no ganó). En 1999, Estación Central, del mismo Salles, había sido nominada como mejor película internacional. En 2025, por segunda vez, una actriz brasileña, Fernanda Torres, había sido nominada como mejor actriz. La primera fue su madre, la protagonista de Estación Central, Fernanda Montenegro (que en las escenas finales de Aún estoy aquí interpreta a Eunice Paiva, que murió en 2018, durante sus últimos días, nublados por el Alzheimer).

Como en tantos grupos, en la Academia californiana hay un gusto dominante. Una década atrás, se decía que la Academia prefería películas de largo aliento, épicas, sobre los que consideraba temas serios y dramáticos (mejor si históricos), narradas en un lenguaje cinematográfico clásico y en un estilo siempre al borde de la grandilocuencia o de la pomposidad. Basta un recuento rápido de los ganadores recientes del Óscar para sumirnos en el escepticismo sobre un canon hegemónico conservador: en los últimos diez años, han ganado el premio a la mejor película producciones independientes intimistas e idiosincráticas. Nunca como en ese mismo decenio fue tan profunda la grieta entre lo que el Óscar premia y lo que el público va a ver, en masa. Con Aún estoy aquí ha sido diferente. Ha sido vista en masa en todo Brasil. El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva recomienda ir a ver el film. Que es más intimista que épico: su única epopeya es la de una mujer a la que le han secuestrado el marido que se muda de Rio a San Pablo con su familia para retomar sus estudios de Derecho, recibirse de abogada y conseguir que el Estado le extienda una partida de defunción: un desaparecido que deja de ser tal porque fue asesinado.

¿Por qué había sido desaparecido el desaparecido? Por acciones de solidaridad con perseguidos por la dictadura, poco más se nos dice en este film de Salles. En 1999, Estación Central deploraba el analfabetismo subsistente en Brasil. La protagonista, Dora Teixeira, era una maestra jubilada que trabajaba en la Estación Central carioca escribiendo cartas para clientes que no sabían leer ni escribir, para pagarse el alquiler. En 2025, Aún estoy aquí deplora la renuencia del Estado brasileño para reconocer su participación en las desapariciones de la dictadura que terminó en 1985 y elogia el saneamiento constitucional que aportó la nueva Constitución de 1988. Si menos personas son analfabetas, si hay menos impunidad en Brasil, nadie puede negar que la alegría por el Óscar que finalmente llegó donde debía, un cuarto de siglo después, sea legítima, y legal.

Rubens Paiva con su familia
Rubens Paiva con su familia

*Alfredo Grieco y Bavio es filólogo, escritor y periodista. Ha sido editor de Internacionales en los diarios Página/12 (Argentina), Crítica (Argentina) y La Razón (Bolivia) e investigador en la Universidad de Buenos Aires y la Fundación Carlos Pusineri (Paraguay). Con Sergio Di Nucci y Nicolás Recoaro compiló las antologías Los chongos de Roa Bastos: Narrativa contemporánea de Paraguay (2011) y De la Tricolor a la Whipala: Narrativa contemporánea de Bolivia (2014). Es jefe de Política Internacional en elDiarioAR.com. Colabora con revistas académicas y con Revista Ñ (diario Clarín, Argentina), El Suplemento Cultural (diario ABC Color, Paraguay) y Radar (diario Página/12, Argentina). Ha publicado Cómo fueron los 60 (Espasa-Calpe, 1995), Días felices. Los usos del orden: de la Escuela de Chicago al Funcionalismo (Eudeba, 1999) y Plato Paceño (Plural, 2015), entre otros libros.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...