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Obreros, panaderos, tipógrafos, albañiles, pintores de obra, mucamas, carpinteros, operadores de maquinarias, trabajadores asalariados y jornaleros formaron parte de la izquierda paraguaya hace cien años. Ya no. La «izquierda» paraguaya de hoy está integrada enteramente por miembros de la pequeña burguesía, las ideas que expresa son las ideas de la pequeña burguesía y los intereses que defiende son los intereses de la pequeña burguesía. Por eso precisamente lo que usurpa hoy el nombre de «izquierda» en Paraguay insiste en decir que habla por las «clases trabajadoras», expresión deliberadamente ambigua cuyo propósito es maquillar la inocultable ausencia, en su composición socioeconómica, de los sectores cuya representación se atribuye.
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Por eso la «izquierda» reproduce los rangos de la sociedad de clases esperando que los que dice representar cedan su capacidad de pensar y actuar a intelectuales y políticos pequeñoburgueses; por eso sus partidos, aunque se llamen «socialistas» o «comunistas», en vez de ser expresiones organizadas del proceso histórico del proletariado como clase son parte funcional de la sociedad burguesa como su necesaria «oposición»; por eso no repudia las derivas contrarrevolucionarias que imponen el dominio político propio de la lógica capitalista que dice combatir.

En la variopinta familia de la «izquierda» paraguaya de hoy los parientes pobres no son invitados a los grandes banquetes pero están siempre dispuestos a secundar desde sus medios de prensa, órganos y organismos, partidos y movimientos a sus primos más cultos y prestigiosos. La familia de la «izquierda» paraguaya es variopinta porque la pequeña burguesía es variopinta. Siéndolo por definición todas las clases sociales, este peculiar sector de la burguesía es quizá el de mayor heterogeneidad en lo económico –median auténticos abismos entre quienes vivimos a salto de mata y nuestros tíos ricachones–, aunque en las ideas prevalezca una homogeneidad desoladora.
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La pequeña burguesía es una clase cerrada que por instinto de supervivencia preserva con uñas y dientes su capital cultural y su hegemonía en el terreno ideológico, las únicas herramientas que tiene para el ascenso social y para sellar, como hace cada vez que puede, alianzas con el poder, sea estatal o corporativo, integrando gabinetes o dirigiendo instituciones. Es, por eso, sumamente competitiva y celosa. No puede permitir que su discurso sea desplazado por otro, ya que en el consenso sobre su autoridad intelectual descansa toda su capacidad de negociación y asociación con el capital. La aparente oposición entre la pequeña burguesía que hoy en Paraguay usurpa el nombre de «izquierda» y la gran burguesía que no necesita ocultar sus ideas de derecha esconde fructíferas relaciones, y si despojáramos a la primera del leve ropaje de retórica revolucionaria con que se legitima veríamos que comparten, entre otras cosas, el culto nada anecdótico a figuras patriarcales de autoridad –sean Fidel Castro, Stroessner, el Mariscal López o el Doctor Francia–, con todo lo que conlleva. No en vano los movimientos guerrilleros han sabido siempre reclutar militantes entre la pequeña burguesía, con su apego al orden y la verticalidad, su incapacidad de soportar relaciones humanas verdaderamente igualitarias y libres, su necesidad de reproducir el autoritarismo y las jerarquías de la sociedad de clases a la que supuestamente se opone. Ser parte de la pequeña burguesía no necesariamente impide ser revolucionario –no seamos fatalistas–. Pero suele impedirlo.
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Entre lo que usurpa el nombre de «izquierda» están los restos de Patria Libre, movimiento de un nacionalismo pequeñoburgués incompatible con el verdadero socialismo. Un libro de su antiguo militante Anuncio Martí, que tiene orden de captura en Paraguay por un secuestro cometido hace más de veinte años y vive como refugiado político en Finlandia (aunque al parecer ahora está en Brasil), se iba a presentar el domingo pasado en una feria auspiciada por la Secretaría de Cultura. Como no parece muy coherente que un brazo (la Justicia) persiga lo que otro brazo (la Cultura) auspicia, cabe suponer que, o en la Secretaría no leyeron el programa, o alguien lo cambió por el camino. El caso es que se desató una pelea de pigmeos. La Secretaría emitió un comunicado que tendría que haber dicho sencillamente: «Lamentamos tener que suspender esta presentación, pero el Estado paraguayo no puede auspiciar el evento de un prófugo del Estado paraguayo», y que en cambio, entre palabras como «dolor y luto», dio por sentada la culpabilidad de un señor que aún no ha sido llevado a juicio y que por ende tiene derecho a la presunción de inocencia, mientras las sociedades de escritores paraguayos terciaban para lamerle las botas al gobierno y, coronando el grotesco cuadro, en la otra esquina del cuadrilátero la «izquierda» pequeñoburguesa, no sé si por mala fe o por pura estupidez, confundía el retiro de auspicio con la supuesta «censura» de un libro cuya difusión no se ha prohibido, que nadie ha retirado de estantería alguna, del que no se ha confiscado un solo ejemplar y que puede ser presentado en cualquier otro sitio, vendido en todas las librerías, reimpreso cuantas veces se quiera y circular libremente por todo el país.

Censura fue, por ejemplo, la del libro de Jorge Canese Paloma blanca, paloma negra, retirado de circulación en 1982 por el régimen de Stroessner, que impidió su presentación desterrando al presentador, Roa Bastos: que Roa aceptara presentar el libro motivó su expulsión del país, según declaraciones del subsecretario de Informaciones y Cultura, A. Fernández (1). Censura fundada, a fuer de tal, no en problemas de incoherencia entre los brazos judicial y cultural de un gobierno ni nada parecido, sino en el libro mismo, por supuesto, descrito por las autoridades como «folleto anarquizante» contrario «a la moral y las buenas costumbres» (2), entre otras cosas. Cuando un libro es censurado, lo es por su contenido subversivo, a mucha honra. Es el mejor premio que puede recibir un escritor. No hay atisbos de nada semejante en el caso del libro de Martí. Se ha distorsionado sospechosamente lo ocurrido esta semana, e ignoro qué hay detrás de eso; supongo que rencillas interburguesas, pugnas por el dominio de los espacios institucionales, disputas por el control del discurso público. Probablemente, nunca lo sabré.
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Uno de los instrumentos con los cuales la pequeña burguesía que en Paraguay usurpa el nombre de «izquierda» consigue firmar alianzas con el gran capital es la posición –el posicionamiento, si se quiere, ya que todo esto es, al cabo, estrategia comercial– de su discurso como supuestamente contrahegemónico, pero manteniendo sin embargo su efectiva hegemonía en términos de capital simbólico: necesitan aparecer ante la opinión pública como única clase letrada y merecedora, por ende, de los cargos que suelen ocupar, al tiempo que cimentan la confianza generalizada en su calidad moral. El pequeñoburgués tiene que demostrarle constantemente a la burguesía que sabe defender sus intereses mejor que un perro guardián sin dejar de aparecer por ello ante el conjunto de la sociedad como éticamente intachable y lleno de mérito, fingiendo incluso, para conseguirlo, que se le opone.
Notas
(1) «El señor Aníbal Fernández se refirió a la expulsión del escritor: “Roa Bastos es comunista peligroso”». Diario Hoy, Asunción, viernes 7 de mayo de 1982, p. 11.
(2) Ídem.

*Montserrat Álvarez: escritora. Dirige El Suplemento Cultural. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza (España), la Universidad Católica (Perú) y el Instituto de Estudios Humanísticos y Filosóficos (Paraguay). Su libro más reciente es Nómade, publicado en Buenos Aires en 2023.