El amigo de los pobres

Adiós al teólogo y sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez Merino (Lima, 8 de junio de 1928 - 22 de octubre de 2024), padre de la teología de la liberación.

El padre Gustavo Gutiérrez en un dibujo de Lucho Rossell, al estilo del cronista Guamán Poma de Ayala
El padre Gustavo Gutiérrez en un dibujo de Lucho Rossell, al estilo del cronista Guamán Poma de Ayala

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El padre Gustavo Gutiérrez Merino nació en el centro de Lima en junio de 1928, apagados ya los últimos rescoldos coloniales de la República Aristocrática por el vendaval de la modernización del Oncenio de Leguía, y próximo el trágico –por sus consecuencias– desplome de la Bolsa de Nueva York, aquel memorable «Crack del 29» que detonaría la primera gran crisis internacional de la economía capitalista. Fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián, como San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima.

La familia del padre Gutiérrez se mudó al barrio limeño de Barranco cuando él era un niño. Años de crecimiento y desorden: fábricas, polución, obreros, oleadas de inmigrantes provincianos (de «serranos») y brotes de «pueblos jóvenes» en acelerada expansión fueron cambiando el rostro de la ciudad en sucesivas décadas de metamorfosis hasta que llegó el momento crítico en el que las apariencias de industrialización comenzaron a desvanecerse en el aire dejando por doquier centros fabriles oscuros y vacíos como cáscaras huecas. «La mayor violencia es la pobreza», diría el padre Gutiérrez a un periodista muchos años después.

El padre Gustavo Gutiérrez en su oficina del Instituto Bartolomé de las Casas, en Lima
El padre Gustavo Gutiérrez en su oficina del Instituto Bartolomé de las Casas, en Lima

Muy pronto, quizá en parte gracias a una osteomielitis que lo tuvo postrado y en silla de ruedas hasta los 18 años, el padre Gutiérrez se convirtió en un gran lector. Terminó la secundaria en el colegio José María Eguren, de Barranco, con el poeta Juan Gonzalo Rose, condiscípulo y, desde entonces hasta el fin, gran amigo suyo. Alternó cursos de Medicina en la Universidad Mayor de San Marcos y cursos de Letras en la Universidad Católica hasta que en 1950 los dejó para seguir su vocación sacerdotal. Ya como seminarista, estudió Filosofía y Psicología en la Universidad de Lovaina y Teología en la Universidad de Lyon, con posgrados en la Gregoriana de Roma. Se ordenó como sacerdote diocesano a los 31 años y tardó décadas en hacerse dominico, pero permaneció en la ordo praedicatorum hasta el día de su muerte, ocurrida el martes.

Desde ese día hasta hoy, domingo, el fallecimiento del padre Gustavo Gutiérrez ha engendrado la habitual procesión luctuosa de lamentos en las redes sociales y obituarios en la prensa, lo cual no es de extrañar dada su relevancia como uno de los fundadores de la «teología de la liberación», junto con los brasileños Rubem Alvez y Leonardo Boff (aunque, según Boff declaró una vez a O Globo, «el primero en escribir a fondo sobre la teología de la liberación» fue Alvez).

Teología de la liberación es precisamente el título del libro del padre Gutiérrez que salió de la imprenta en Lima el viernes 31 de diciembre de 1971, último día del año, entre botellas de sidra rotas y restos de panetón (peruanismo por panettone, navideño bisabuelo italiano del rioplatense pan dulce). Como imitando al Marx que en la undécima tesis sobre Feuerbach reclama un modo nuevo de hacer filosofía, el padre Gutiérrez y los demás autores del movimiento que ese libro, entre otros, impulsó hicieron lo propio con la teología. (Me permito, no obstante, señalar que, a mi modesto juicio, y pese a la exagerada reacción de la derecha más alarmista, la relación de la teología de la liberación con el trabajo teórico de Marx dista de ser profunda.) En otras palabras, la teología de la liberación no se presentó como mero cambio temático en un quehacer teológico por lo demás intacto, sino como un nuevo modo de hacer teología, con la praxis y la «opción preferencial por los pobres» como ejes y con un concepto del pecado como realidad que (cito a continuación al padre Gutiérrez) «se da en estructuras opresoras, en la explotación del hombre por el hombre, en la dominación y esclavitud de los pueblos, razas y clases sociales».

La familia del padre Gutiérrez se mudó al barrio limeño de Barranco cuando él era niño (Foto: Parque municipal de Barranco. Archivo de El Comercio).
La familia del padre Gutiérrez se mudó al barrio limeño de Barranco cuando él era niño (Foto: Parque municipal de Barranco. Archivo de El Comercio).

Es decir que para los teólogos de la liberación el pecado ya no era exclusiva ni principalmente una realidad individual, sino también, y ante todo, un hecho social. Tal como la expresión –que fue acuñada, según entiendo, por el padre Gutiérrez– «opción preferencial por los pobres», esta idea de pecado, por secular y profana que parezca –o, mejor dicho, justamente por lo secular y profana que realmente era–, al igual que el resto, no solo de los contenidos del discurso de los teólogos de la liberación, sino de su retórica, su léxico, su estilo, sintonizó con las inquietudes y demandas de la juventud latinoamericana de aquella esquina del siglo XX. Como movimiento social en sentido amplio y polimorfo, la teología de la liberación alcanzó su esplendor en la década de 1980, y en las postrimerías de esa década empezó su ocaso, porque, con independencia de las convicciones e intenciones de sus mentores, el padre Gutiérrez entre ellos, la teología de la liberación debió en gran parte su enorme repercusión a las ilusiones que cayeron derribadas en 1989 con el muro de Berlín.

El padre Gustavo Gutiérrez fue fundador del Instituto Bartolomé de las Casas, con sedes en Lima y en Cuzco. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski y el padre Gutiérrez recibieron en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, en palabras del jurado, «por su coincidente preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».

Gustavo Gutiérrez en su oficina en los años 70
Gustavo Gutiérrez en su oficina en los años 70

Más allá de los acuerdos o desacuerdos personales con las ideas del padre Gustavo Gutiérrez y con la teología de la liberación, contemplo su mutismo definitivo como parte de un silencio más amplio, el de un variopinto conjunto de voces, gratas o no, pero todas ellas fundamentales para la existencia de cierto Zeitgeist, y ese silencio creciente me llena de melancolía. Quizá por eso a veces se tiene la impresión de que la muerte de un individuo pone fin a un capítulo de la historia reciente. Despidámoslo con «La pregunta» (1954), esas palabras de su amigo Juan Gonzalo Rose (1927 - 1983) que, como las suyas, hablan de Dios:

Mi madre me decía:

si matas a pedradas los pajaritos blancos,

Dios te va a castigar;

si pegas a tu amigo

el de carita de asno,

Dios te va a castigar.

Era el signo de Dios

de dos palitos,

y sus diez teologales mandamientos

cabían en mi mano

como diez dedos más.

Hoy me dicen:

si no matas diariamente una paloma,

Dios te castigará;

si no pegas al negro,

si no odias al rojo,

Dios te castigará;

si al pobre das ideas

en vez de darle un beso,

si le hablas de justicia

en vez de caridad

Dios te castigará

Dios te castigará.

No es este nuestro Dios,

¿verdad, mamá?

Juan Gonzalo Rose (1927 - 1983)
Juan Gonzalo Rose (1927 - 1983)
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