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El pasado mes de septiembre, dos películas, una de producción enteramente nacional y la otra en coproducción argentino / paraguaya / chilena, se estrenaron en el circuito comercial de salas de cine. La primera, el documental Los últimos, escrito y dirigido por Sebastián Peña Escobar, representará al Paraguay, por decisión de la Academia de Cine del Paraguay, en el arduo camino de preselecciones y nominaciones que concluyen con la concesión del Oscar a la mejor película internacional que concede la Academia de Cine de Estados Unidos. La realización de Peña, además, competirá por el Goya a la mejor película iberoamericana, premio otorgado por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, también por selección de la academia paraguaya.
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El otro filme es Una sola primavera, dirigido por el argentino Joaquín Pedretti y ambientado en uno de los momentos históricos cruciales de nuestro país, la guerra civil de 1947, lucha fratricida que concluyó con el triunfo del partido colorado y el establecimiento del orden conservador que 77 años después aun rige en el Paraguay. Esta visita cinematográfica a nuestro pasado reviste a la película de particular interés.
En breves líneas expreso mis impresiones sobre ambos filmes.
Los últimos
El documental de Sebastián Peña relata los viajes del realizador al extremo norte del Chaco Boreal, en las proximidades del cerro Chovoreca y de la frontera con Bolivia, en compañía del entomólogo alemán Ulf Drechsel y el ornitólogo paraguayo Jota Escobar. Los tres buscan llegar a los últimos bosques intactos del Paraguay.
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La narrativa visual de Escobar sobresale y se desgaja armoniosamente, las imágenes del viaje por rutas y senderos chaqueños, acampadas, charlas y reflexiones que se suceden entre el cineasta y ambos naturalistas se yuxtaponen con logrados planos cenitales del bosque chaqueño, que develan ante nuestros ojos toda su poderosa e inmemorial exuberancia natural así como la angustiante fragilidad de estos últimos bosques ante la actividad humana. Esta pericia en la narrativa visual del realizador otorga a su opera prima una impronta que captura la sensibilidad del espectador
Las carismáticas personalidades de Drechsel y Escobar, que con desparpajo, humor y pesimismo reflexionan sobre el futuro del derrotero humano en el planeta, les hacen acreedores del calificativo de hombres civilizados, de los pocos que existen, de los últimos que quedan. En una de las secuencias finales, que concreta uno de los aciertos visuales del director de la película, los vemos internándose por un sendero en el bosque, rodeados por las brumas de los incendios cercanos; sus figuras se alejan y difuminan en un melancólico plano secuencia.
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Trágicamente, el estreno de Los últimos coincidió con un gran incendio forestal en los bosques que rodean el cerro Chovoreca, en la frontera paraguayo-boliviana, aumentando la sensación de pérdida inexorable que nos embarga luego de ver el documental.
Una sola primavera
De los hechos históricos que fueron dando forma al Paraguay contemporáneo, quizás el más determinante en labrar el perfil conservador que hoy exhibe el país fue la guerra civil o revolución de 1947. Por esta razón es interesante que un filme de ficción tome aquel tiempo como contexto temporal de su trama. Lamentablemente, la película dirigida por el argentino Pedretti es una decepción.
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Una sola primavera narra la historia de una joven militante del Partido Comunista, Nina, encarnada por Salma Vera, que, en una Asunción en manos de las fuerzas gubernistas, funge de estafeta clandestina que comunica a los camaradas presos con el exterior. Lleva adelante esta arriesgada labor pese a que se encuentra alojada, junto con su hermana, en la casa de un pariente, un tío, que es un importante jerarca del partido colorado recién instalado en el poder (Ever Enciso). Pronto surge la atracción romántica entre Nina y uno de los presos que suele visitar.
Esta prometedora historia, sin embargo, con el correr del filme va decayendo. La trama se diluye, transmutándose en un dramón sensiblero digno de la peor telenovela turca imaginable. La historia que se narra y sus protagonistas están aprisionados por una irrealidad a ratos insufrible, defecto notable si tenemos en cuenta que la película se basa en hechos reales. La Guerra Civil es apenas un eco borroso, nebuloso e inexplicado, ninguno de sus hechos importantes –el golpe de estado colorado de enero, la sublevación de Concepción o los combates en las proximidades de Asunción– son mencionados en el filme, ni tan siquiera como sucesos que jalonan circunstancialmente la trama.
Suele llamarse «españoladas» a determinadas obras artísticas del romanticismo del siglo XIX que exageran y falsean el carácter español deformándolo, cayendo en estereotipos de gitanos y toreros, transformando el país en tierra exótica y diferente a los ojos de los demás países de la Europa occidental. Arquetipo de este tipo de creaciones es la novela corta Carmen, del francés Prosper Mérimée (llevada a la ópera por Bizet). Precisamente uno de los problemas de la película de Pedretti es que cae en lo que por extensión podríamos llamar «paraguayada» a fuerza de diálogos en guaraní que suenan impostados y numeritos musicales artificiosos que tejen un entramado de tópicos y lugares comunes que perjudican su narración cinematográfica.
La enorme dificultad logística y de recursos que trae aparejada una recreación de la Asunción de los años cuarenta es afrontada por Pedretti, que evidentemente debió encarar el rodaje con economía de recursos, adoptando planos cortos, primeros planos y locaciones interiores. Para resultar convincente, este proceder descansa en la capacidad de los actores de otorgar realismo a sus personajes y aquí tampoco Una sola primavera sale indemne. En vista de la calidad del elenco, conformado por buenos actores y actrices, no se puede concluir sino que el cineasta no pudo o no supo sacar lo mejor de ellos.
La película tiene el indudable mérito de estar ambientada en un momento histórico del Paraguay que es necesario conocer para entender nuestro complejo presente; sin embargo, esto no quita el hecho de que verla es una experiencia ardua para el espectador.
*Gustavo Reinoso es abogado por la Universidad Nacional de Asunción (UNA), con estudios de Filosofía Política en la Universidad de Navarra (UNAV), España, y crítico cinematográfico. Ha publicado trabajos sobre temas que van desde las ideas estéticas de Heidegger y Lukács hasta el derecho laboral en varios medios de prensa y colabora regularmente en El Suplemento Cultural de ABC Color con artículos sobre el cine y sus relaciones con cuestiones de historia, música y literatura.