Cargando...
«¡Yacaaaa, qué hacés Yacaaaaa!». El saludo se repite siempre, y ya van 18 años. Viene de un vendedor ambulante que tiene su puesto sobre la calle Palma casi Independencia Nacional. En la esquina de ambas calles había un kiosquito donde cada semana, en mi rol de distribuidor de El Yacaré, dejaba una partida de ejemplares que luego retiraban los lectores.
Justamente fue en ese kiosquito donde descubrí con sorpresa que mi primer artículo había sido publicado apenas unos días después de dejarlo en la oficina del Yaca, que estaba en el altillo del Centro Cultural Alternativo Espacio Sajonia Siglo XXI. Si, así de largos, como tren lechero, eran los nombres y apellidos completos del primer Espacio.
Lea más: Dossier Espacio Sajonia
Mi primer artículo fue un ñembo réquiem al Cine Yguazú cuando se cerró definitivamente en enero del 2002. Unos meses después pasé de ser un lector puntual cada semana y colaborador esporádico a formar parte del plantel permanente del Yacaré. Nadie me lo pidió explícitamente, pero tampoco molestaba a nadie, parece; por eso me quedé hasta el último número. También fui un habitante más de El (Otro) Espacio (así de cortito nomás era su nombre) y del último Espacio.
¿Qué lo que era El Yacaré? En los otros artículos ya explicaron qué lo que era el semanario cultural gratuito destinado a pea que amóa. Pero básicamente constaba de ocho páginas (hubo una ocasión en que tuvo más) en blanco y negro, hasta las publicidades y las fotos. Bueno, hubo una publicidad de caña que salió en colores.
En su interior encontrabas opiniones, coberturas y calendario semanal (la cartelera) de obras teatrales, ciclos de cine, exposiciones, danzas, conciertos, eré ereva culturoso. También notas, algo de reportajes y más opiniones. Ah, también fotos, dibujos e ilustraciones. Y tiras cómicas ja’e chupe. Un ejemplo era Barrio Chernobyl, creación de Charles Da Ponte. Esta tira vos leías y no entendías lo que pasó en ese número. Luego leías el siguiente y tampoco entendías. Pero cuando llegaba el otro, ahí sí ya te convencías de que no ibas a entender nomás luego.
Lea más: El baúl de los re-cuerdos y los re-locos
Otra tira que tuvo breve duración y de la cual me tocó ser el guionista fue Higinio el Iconoclasta. Otro de los guionistas fue Robert Irrazábal. Los dibujos eran de Pablo Cáceres, quien encabezó la llegaba de los resistentes (de Resistencia, Argentina). Tenía como protagonista a Higinio, un sujeto que vivía en el campo y tenía que cumplir una misión (nunca decidimos cuál), y finalmente terminó en el cuarto capítulo, donde ganó una pelea épica. Alguna vez la publicaremos de nuevo, como de seguro saldrá el número 10 de Los Cronopios.
Backstage
Las suscripciones, sobre todo, y las publicidades sostenían el periódico. Al principio, los suscriptores –que podían ser desde una alta funcionaria que luego veías en mitines partidarios, pasando por un sociólogo y además colaborador como Tomás Palau, hasta un jefe de la barra brava de Cerro– recibían regalos como libros, entradas, canjes para ir a algunos lugares como La Plazita y cosas así. Al final ya era un Dio se lo pague mante. Gracias, suscriptores, dicho sea de paso.
Lea más: El Espacio Sajonia de aniversario: 25 años de un hito de la cultura asuncena
¿Cómo era la rutina semanal del Yaca? En los primeros tres años solía empezar la tarde-noche del domingo. Recogíamos de la imprenta las dos pilas de pliegos y las transportábamos en el vehículo de algún alma caritativa o en bicicleta dentro de dos mochilas de viajeros. Una vez arribados los ejemplares, empezaba el proceso que Eulo García llegó a describir como el último bastión del subdesarrollo: doblar a mano los dos pliegos para formar un Yaca. En esa época eran entre 1500 y 1800 ejemplares semanales.
Los lunes la tarea consistía en meter los yacas en las bolsitas con las cuales llegarían a los suscriptos y preparar los demás para la distribución en distintos lugares, de Asunción, sobre todo. Esto último empezaba básicamente entre la tarde de ese día y la mañana del martes. El costo de la suscripción era de G. 10.000 al mes. Nunca fue más que eso. Y aún así y todo nio hubo gente que nos dejó unos monos al no cumplir con su pago.
También los lunes eran los días en que se hacían las reuniones para definir los temas del próximo número. El resto de la semana se dividía en hacer las notas, fotos, escribir los materiales, cobrar a los suscriptores, repartir El Yacaré y cada uno dedicarse a sus actividades particulares. La semana pasaba volando… o nadando, en este caso, porque los yacarés pues nadan. Gracias por los aplausos.
Lea más: Dossier Miguel Méndez (1975-2020)
El viernes, a la tardecita-noche, era el cierre de edición. Juan Heilborn se encargaba del diseño del futuro número y de las puteadas porque no enviaban (mos) las notas a tiempo. Eulo, Nelson, Ale y otros corregían lo que estaba casi listo y Charles ilustraba ao vivo los artículos que irían con los dibujitos. De fondo había música y también birra.
Los lectores del Yaca no lo saben, pero ahora van a saberlo: iba a haber ko un libro que compilaba los mejores artículos hasta el número 100. Incluso llegamos a hacer la selección. Finalmente, quedó en una intención, y no recuerdo por qué.
Mirando desde lejos, hubiese sido un buen documento que serviría como muestra del trabajo realizado por esos años. Y capaz hubiera dado pie a otro libro, luego una película, luego una trilogía de películas, años después una serie y luego una remake de esa trilogía.
Sobre todo, hubiera podido cimentar el plan que perseguimos desde siempre en El Yacaré: conquistar el mundo. Ojalá que Buda y Jebús se alíen para que sea posible en algún momento de este siglo rescatar los ejemplares viejos y hacer un folio tipo Enciclopedia Británica o Condorito de Oro.
Lea más: Amarcord
Alejandro Lanas y Miguel Méndez, entre otros, fueron quienes tuvieron la idea de llevar adelante el Yaca. Miguel tenía luego la idea de armar tipo un emporio comunicacional o algo así. Lo que si llegó a pensar seriamente fue en instalar una radio comunitaria en El (Otro) Espacio.
Ma’embo
Existen muy pocos datos sobre El Yacaré en internet. Nada, prácticamente. A la nueva generación de periodistos y periodistas me imagino que le costará imaginar que existió una publicación hecha a pulmón y demás churas del cuerpo, cuyos integrantes no cobraban ni un guaraní ni otra moneda extranjera, que en formato físico llegaba a la gente y con una disciplina implícita que, en medio de todo, permitió lanzar un número a la calle cada semana durante cinco años. Hasta suena como una utopía en estos tiempos de TikTok, Instagram, Facebook, X y Tinder.
Aunque era claramente un medio que reflejaba las reivindicaciones sociales y las luchas por la igualdad, El Yacaré no se encorsetaba en dogmatismos. A causa de eso, justamente, la izquierda más dura miraba al grupo del Yaca y El Espacio con cierto desdén. Bueno, también hacían lo mismo los de la derecha. Pero al final ko todos tomaban birra en la misma mesa de una noche espacial. Hubo un ñembo crítico que le dio poco tiempo de vida al periódico. Tuvo que llevarse al monte del olvido su pronóstico.
Lea más: Ecos de piedritas en un río
Una mañana de lunes, cuando Ale y yo estábamos preparando los ejemplares, entró un señor con un maletín. Empezó a hablar así, todo buena onda, y de repente nos preguntó: «¿Por cuánto venderían la marca El Yacaré?». Con Ale nos miramos como diciendo: WTF? Y le aclaramos que la marca no estaba en venta. Y el señor, así como vino, se fue, llevándose quizás en ese maletín el resto de nuestras vidas recostados en reposeras en islas paradisíacas.
¿Pudo El Yacaré haberse consolidado hasta permitir vivir de él? Tal vez sí. Ya tenía cinco años y un público ganado. ¿Por qué terminó El Yacaré? Porque así tenía que ser. Y fue en el momento justo.
Pasaron 18 años desde la vez que entregué el último número del Yaca en ese lugar. El kiosko ya no está, Toribio, el señor que lo atendía, falleció hace años de un infarto, Asunción mucho cambió. Sigue, sí, el vendedor que con su saludo replica el recuerdo de un medio que marcó su propia época. Esta mañana me volví a encontrar con él, y me volvió a saludar como siempre. Y ese saludo es el eco, ondas infinitas en el océano del tiempo llegando al borde mismo de la memoria.
Elbo E. Mio
(Qué bien se siente volver a firmar así)