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La historia del arte está llena de extrañas premoniciones. En el Suplemento Cultural hemos hablado ya de los casos del cineasta italiano Federico Fellini y del poeta franco-ítalo-polaco Guillaume Apollinaire y el pintor griego Giorgio De Chirico. Hoy hablaremos de una obra teatral de Federico García Lorca cuyo título, como ahora sabemos retrospectivamente, encierra un trágico presagio: Así que pasen cinco años.
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Federico García Lorca era un caso raro. Tenía tan buen oído que muchos, sin saber leer, repetían de memoria sus romanceros, como quien canta los hits del verano. Parecía hacerlo todo mejor que los demás y sin esfuerzo, como si lo que para otros era trabajo para él fuera juego. Y además de poeta y dramaturgo, y director teatral, y actor, y diseñador, podría haber sido músico y pintor y el diablo sabe cuántas cosas más. Manuel de Falla dijo que Lorca tenía talento para ser un gran concertista internacional de piano, y Dalí organizó una vez una exposición de dibujos de Lorca en Barcelona que fue un éxito. Lorca era, además, espontáneamente aclamado y querido en todas partes –en España, en Nueva York, en Argentina, en Cuba…
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Lorca tuvo que haber suscitado la envidia de los dioses. No era para menos. Murió fusilado en la oscuridad de la noche el 19 de agosto de 1936. Exactamente cinco años antes, el 19 de agosto de 1931, había puesto el punto final a su obra teatral en tres actos Así que pasen cinco años.
Cinco años pasaron, en efecto.