Conociendo a Noam

Todos conocemos a Noam Chomsky, pero no por los mismos motivos.

Noam Chomsky fotografiado en los años 70 por Lee Lockwood
Noam Chomsky fotografiado en los años 70 por Lee Lockwood

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Todos conocemos a Noam Chomsky, pero no por los mismos motivos. Si no todos, casi todos (y más esta semana, ya que ha sido «tendencia»). Noam Chomsky es un lingüista estadounidense que nació en Filadelfia en 1928, que terció en un largo debate filosófico tomando partido por el innatismo cartesiano y enarbolando, contra el empirismo de la tabula rasa a lo John Locke, su teoría de la «gramática universal», sólidamente expuesta en Syntactic Structures (1957), que se convirtió en una figura mediática sumamente popular en todo el mundo por sus críticas sistemáticas a la política exterior de su país y que falleció el martes pasado a los 95 años de edad en la ciudad de Sao Paulo, Brasil… para resucitar horas después, sumándose a la selecta minoría de los ilustres que han vuelto del otro mundo a secar las lágrimas de sus discípulos, y poniéndose así a la altura de maestros como Jesucristo y Goku.

Todos conocemos a Noam Chomsky, pero no por los mismos motivos. Lo interesante de Chomsky, en mi modesta opinión, es su elegante contribución a una polémica tan antigua como, al menos, los diálogos platónicos. Puedo remontar el origen de su dispositivo innato y universal, capaz de generar universos semánticos virtualmente infinitos a partir de una estructura sintáctica finita, al luminoso momento en el que Sócrates, en lugar de «enseñarle» geometría al esclavo –en lugar de «ingresar» conocimientos geométricos en la tabula rasa de su alma iletrada–, lo guió para que él, maravillado, descubriera por sí mismo que ya sabía geometría –descubriera, en otros términos, que «aprender es recordar»–. Y puedo también trazar la sinuosa línea que lleva desde aquel antiguo día en Atenas hasta los locos años de la posguerra, el rock y el babyboom en los cuales el joven Chomsky desafió por vez primera las doctrinas conductistas del prestigioso profesor Skinner.

Noam Chomsky, Syntactic Structures, 1957
Noam Chomsky, Syntactic Structures, 1957

Todos conocemos a Noam Chomsky, pero no por los mismos motivos. Yo lo conocí por azar. Es decir, porque quiso el Padre Azar que a los dieciséis años cayera en mis manos ese breve y desconcertante delirio semionírico llamado el Discurso del método (1637) y que, parafraseando el eslogan de Nescafé, una cosa llevara a la otra, o, más bien, que un autor –Descartes– llevara a otro –Chomsky–. El Chomsky que conozco es el lingüista. El Chomsky que los admiradores de Chomsky conocen, en cambio, es el crítico de la manipulación mediática, el analista político, el activista humanitario, el intelectual engagé. Ni ellos han leído los libros del primero, ni yo los del segundo. De las ideas del segundo apenas sé lo que dice la prensa, lo escuchado al pasar, lo leído al vuelo; y, por su parte, aunque lo llamen «brillante lingüista», «genio de la lingüística», etcétera, etcétera, los admiradores de Chomsky apenas tienen atisbos –en el mejor de los casos– de la obra del primero.

Nunca seguí los trabajos de Chomsky sobre los medios de comunicación como herramientas de propaganda y sobre la «fabricación del consentimiento» porque mi impresión inicial fue que no había nada allí que no estuviera ya en Gramsci, con sus descripciones del dominio sin coerción y de la hegemonía que lo impregna todo por medio del consenso, and so on (1). Ahora empiezo, no obstante, a sospechar que tal vez pasé irreflexivamente por alto la posibilidad de interpretar las críticas chomskianas de «las garras de la propaganda occidental» como ejemplos paradójicos de los mismos mecanismos de distorsión que denuncian, lo cual es interesante.

Tomemos, por ejemplo, el artículo de Noam Chomsky y Edward Herman «Distortions at Fourth Hand», publicado en junio de 1977 en The Nation (2) y velozmente resumido hace unos años por Zizek en una frase: «¡No, los jemeres rojos no son tan horribles, eso es propaganda occidental!» (los jemeres rojos –los militantes del Partido Comunista liderado por Pol Pot exterminaron en cuatro años a la cuarta parte de la población de Camboya). Y consideremos seriamente que, por más que la falta de neutralidad de Chomsky no le impida a Zizek, correctamente, darle la razón cuando recomienda escepticismo ante los medios de prensa occidentales, sesgados por intereses políticos y económicos, lo cierto es que Chomsky se hizo el ñembotavy (3) frente al genocidio camboyano porque hacerse el ñembotavy cuadraba, en el caso concreto de ese genocidio, con sus prejuicios, preferencias y opiniones personales (o tal vez por otros factores, desconocidos hasta el momento para nosotros), y por eso su artículo está tan sesgado como la prensa occidental que critica.

Ese sesgo, dice Zizek, es la ideología. La ideología como conjunto de creencias, convicciones, valores que moldean nuestra percepción de la realidad y que, en el caso de Chomsky, no solo afectan sus versiones del régimen maoísta de los jemeres rojos en Camboya sino también las de la posguerra yugoslava, entre varios otros ejemplos (4).

Noam Chomsky en 1977 (AP)
Noam Chomsky en 1977 (AP)

Exponer los sesgos ideológicos del adversario es arriesgarse a dejar al descubierto los propios, o al menos esa es la in-moraleja que parece desprenderse de las agudas críticas de Zizek arriba citadas. Añadiré que los sesgos propios y los del adversario a veces se asemejan más de lo que quisiéramos. Con esto me refiero a que la sistemática oposición de Chomsky a la política exterior estadounidense, siendo correcta y necesaria, es insuficiente, y a que sus limitaciones conllevan esquematismos tan tendenciosos como los de la derecha: si la derecha apoya a los ucranianos y no a los palestinos, la «izquierda» hace lo mismo, pero al revés. Son en verdad una sola, desdoblada ante el espejo en dos gemelas inversas. ¿Podrían acaso existir la una sin la otra? El parentesco es inocultable: que quienes critican al régimen cubano mientras apoyan a Israel en medio de un genocidio, por un lado, y quienes apoyan a Palestina mientras lamen las botas del gobierno cubano en alguna embajada, por el otro, son por igual deshonestos es cuestión de mera lógica. Los sesgos chomskianos, por desgracia, no son propios solo de Chomsky, y de hecho pienso que Chomsky debe en parte su influencia al hecho de que no lo sean. Sobre todo porque tales sesgos caracterizan a esa «izquierda» a la que la mayoría de los admiradores de Chomsky (los estoy nombrando tanto que casi me tienta escribir: «en adelante, ADC») pertenece.

Esa «izquierda» se identifica con los sesgos derivados de la sostenida y sistemática (y justa, por otro lado, cabe aclarar) oposición de Chomsky a la política exterior de su país porque es una izquierda «antiimperialista», es decir, reaccionaria. ¿Por qué considero que el antiimperialismo es reaccionario? Porque pone la lucha entre los Estados por encima de la lucha de clases y aspira, en consecuencia, a alcanzar la igualdad entre los Estados manteniendo la sociedad de clases, mientras que la verdadera izquierda –según, al menos, mi concepción– aspira a abolir el Estado y las clases sociales. Por eso el antiimperialismo de Chomsky seduce naturalmente a la pseudo-izquierda reaccionaria de toda Latinoamérica.

Desde que Chomsky denunció en 1988 la «fábrica del consentimiento» de los grandes medios de comunicación, en esa pseudo-izquierda proliferaron las diatribas contra la «prensa corporativa» y cundió la fe ciega en la necesidad de un periodismo «alternativo» e «independiente» frente a las mentiras de la «prensa empresarial». Bajo el resplandor de esta levemente conspiranoica luz, las redes sociales aparecieron como lo más próximo a una utopía de información descentralizada y libre y hasta como espacios de resistencia ciudadana a la manipulación y de deconstrucción de la propaganda del capitalismo mediático, deconstrucción muchas veces consistente en descubrir y revelar «hechos» que los medios «tradicionales» de comunicación pasan por alto o, directamente, «nos ocultan». ¿No es este casi el principio de un poema de amor a las fake news?

La revista estadounidense Jacobin publicó el martes 18 de junio el obituario “Recordamos a Noam Chomsky, el gigante intelectual y moral”.
La revista estadounidense Jacobin publicó el martes 18 de junio el obituario “Recordamos a Noam Chomsky, el gigante intelectual y moral”.

La muerte de Noam Chomsky por fortuna fue solo eso, una noticia falsa (5). Que no vino de la perversa prensa corporativa, ni de las plataformas de ultraderecha, ni de los corruptos esclavos de los medios empresariales, ni de los obsoletos diarios tradicionales, sino de las redes sociales y los periodistas «independientes» de la prensa «de izquierda» más hipster y más cool. Un tuit gorjeó –perdón por el anacronismo– la elegía, que se viralizó, migró, proliferó, se multiplicó por mitosis en las heroicas y combativas nostalgias sepia de Ignacio Ramonet, de Pablo Iglesias, de Íñigo Errejón, mutó en largo obituario en Jacobin, saltó traviesa-aviesamente a Página 12

Mientras tanto, en el mundo real, Noam Chomsky no solo sigue vivo, sino que el miércoles, al día siguiente de su muerte y resurrección virtuales, fue dado de alta en el hospital de Sao Paulo en el que estaba recuperándose de un accidente cerebrovascular que sufrió el año pasado, y se marchó a proseguir el tratamiento en su casa. Personalmente, me alegro; es una buena noticia. Echaría mucho de menos estar en desacuerdo con todo lo que dice. Espero que disfrute la lectura de sus propios obituarios, un placer reservado a muy pocos mortales.

Todos conocemos a Noam Chomsky, pero no por los mismos motivos.

Un momento del debate de 1971: de izquierda a derecha, Michel Foucault, el moderador (Fons Elders) y Noam Chomsky.
Un momento del debate de 1971: de izquierda a derecha, Michel Foucault, el moderador (Fons Elders) y Noam Chomsky.

Notas

(1) Montserrat Álvarez: Gramsci, hoy. El Suplemento Cultural, 21 de enero de 2017. En línea: https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/gramsci-hoy-1557931.html

(2) Noam Chomsky y Edward S. Herman: Distortions at Fourth Hand. The Nation, 6 de junio de 1977. En línea: https://chomsky.info/19770625/

(3) Hacerse el ñembotavy: Hacer la vista gorda.

(4) Slavoj Zizek: Some Bewildered Clarifications: A Response to Noam Chomsky by Slavoj Zizek. Verso Books, 25 de julio de 2013. En línea: https://www.versobooks.com/en-gb/blogs/news/1365-some-bewildered-clarifications-a-response-to-noam-chomsky-by-slavoj-zizek

(5) Montserrat Álvarez: ¡Inmortal! Noam Chomsky vive, la lucha sigue. ABC Color, 18 de junio de 2024. En línea: https://www.abc.com.py/internacionales/2024/06/18/inmortal-noam-chomsky-vive-la-lucha-sigue/

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