Los rugbiers de Villa Gesell y el fuego de Cromañón

Dos hechos trágicos públicamente conocidos –la Tragedia de Cromañón (2004) y el Crimen de Villa Gesell (2020)– y un recuerdo personal de infancia inspiran esta reflexión del psicoanalista Alejandro Pascolini sobre el sentido de lo que llamamos una «vida digna». Desde Buenos Aires, en exclusiva para los lectores de El Suplemento Cultural.

El 30 de diciembre de 2004 se incendió la discoteca República Cromañón durante un recital de la banda Callejeros
El 30 de diciembre de 2004 se incendió la discoteca República Cromañón durante un recital de la banda Callejeros

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El brutal asesinato del joven Fernando Báez Sosa, hijo de paraguayos, al salir de un boliche en la localidad balnearia de Villa Gesell la noche del 18 de enero de 2020, trajo a mi mente un recuerdo de cuando tenía 10 años en un colegio del barrio porteño de Versalles.

En ese entonces –corría el año de 1985–, yo tenía el hábito incómodo de agarrarme a trompadas con otros estudiantes, tanto de mi grado (quinto) como de los inmediatamente superiores (sexto y séptimo). Aunque el resultado final de las peleas era aleatorio, su común denominador era que estaban regidas por el principio de no pelear nunca con alguien menor que yo.

Testigos permanentes de este oficio tormentoso, mis compañeros me organizaron un enfrentamiento con un muchacho que me llevaba dos años (diferencia que a esas edades supone una considerable ventaja física), a los fines de alegrar morbosamente los rutinarios días de una escuela primaria de la década de los ochenta.

La gestión pugilística consistió básicamente en rumorearle a Diego que yo pensaba que él no tenía las agallas necesarias para intercambiar golpes en una plaza cercana a la institución.

Lo mismo, pero a la inversa (que él pensaba que yo no las tenía), me fue comunicado a mí, doble discurso que con los años reconocí tan tendencioso y contradictorio como necesita serlo toda mentira.

Empujados de un lado y del otro simultáneamente, tanto mi oponente como yo sucumbimos a esa presión social que nos arrastraba a la plaza de Versalles a demostrar que no teníamos miedo.

Fernando Báez Sosa falleció tras brutalmente golpeado por una patota, en Villa Gessel, Argentina.
Fernando Báez Sosa falleció tras brutalmente golpeado en Villa Gesell, Argentina.

Por mi parte, más que temor sentía cansancio y hastío ante la perspectiva de tener que realizar una vez más la misma rutina de siempre para sostener mi virilidad. En el fondo, solo quería volver a casa y seguir estudiando sobre el cometa Halley, cuya órbita ese año se acercaba a nuestro planeta. Me fascinaba que un cuerpo celeste cumpliera puntualmente el pacto de pasar por el mismo lugar cada 75 años, en un ritual lejano y luminoso. Quizás anhelaba que códigos tan respetuosos reinasen entre los seres que me rodeaban.

El encuentro fue una tarde soleada y calurosa al salir de la escuela.

Varios compañeros arengaban mi apellido, y nadie el de Diego, seguramente porque el que más ánimos necesitaba para la contienda era yo, ya que, como comenté antes, mi edad y mi cuerpo se encontraban en clara desventaja.

Diego me sujetó e intentó hacerme caer con una llave clásica de judo, pero lo que no sabía era que hacía años que yo también practicaba esa disciplina, por lo cual no logró cumplir su objetivo. Tras el fracaso de su técnica, pude observar cómo el grandote se daba media vuelta y se dirigía, cansino, hacia un automóvil desde el cual una señora (seguramente la madre) lo retaba.

Eufórico, coroné mi victoria con la frase «No tenés huevos», solo para darle un cierre apoteótico al evento, con la exultante aprobación de la concurrencia.

Imagen de la esperada serie "Cromañón", sobre la tragedia desatada en 2004 durante un recital de Callejeros (Foto: Prime Video)
Imagen de la esperada serie "Cromañón", sobre la tragedia desatada en 2004 durante un recital de Callejeros (Foto: Prime Video)

Promediando mis cuarenta años, nos reunimos en una parrilla antiguos compañeros de escuela. Entrada la noche, una excompañera me comentó que en la tragedia de Cromañón había fallecido un alumno de la institución, pero de un grado superior al nuestro. Cuando le pregunté su nombre, me dijo:

–Vos no lo conocías. Se llamaba Diego Maggio.

–Claro que lo conocía –respondí–. Un día nos peleamos, no me acuerdo por qué.

Y agregué, dirigiéndome a todos los allí presentes:

Maggio, después del entuerto, me llamó aparte y me dijo: «No sabía qué hacías judo; se nota, intenté hacerte caer pero siempre te mantuviste en posición. Seguí con eso, sos bueno».

Y en el preciso instante en que relataba esto, un súbito pensamiento me sorprendió como una toma de judo y caí en la siguiente certeza: «Maggio era mucho más grande que yo; si él hubiera querido, de un cachetazo me dejaba en el suelo. Pero no lo hizo. Siempre pensé que yo había ganado la pelea, pero la verdad es que Maggio no quiso aprovecharse de su ventaja y prefirió irse sin lastimarme».

Así como los ocho muchachos en Villa Gesell, abusando de su superioridad numérica, mataron a Fernando, así también, abusando de su impunidad, y aprovechando la eterna indiferencia general, políticos, policías e inspectores corruptos mataron a Diego y a otras 193 personas.

Maggio me enseñó que la condición para pelear es no abusar de nadie. O, mejor aún, que una vida digna consiste en pelear para que quienes intentan someter a un indefenso queden definitivamente fuera de juego.

Ustedes saben que el recorrido de un cometa se debe a que está cayendo permanentemente; esa caída es la causa de su movimiento continuo.

El cometa Halley seguramente tardará muchos años en regresar, pero, al igual que él, yo retorno siempre a la misma posición, esa que Diego Maggio consideró la correcta.

El cometa Halley en 1986 (NASA, vía WikiCommons)
El cometa Halley en 1986 (NASA, vía WikiCommons)

*Alejandro Pascolini es licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), psicoanalista de orientación lacaniana, docente, investigador, comunicador, conductor del programa Seguimos Perdiendo, de Radio Brújula TV, Buenos Aires, colaborador de El Suplemento Cultural y autor del libro Huellas, silencios, horizontes. Una introducción crítica a la función del acompañante terapéutico (Buenos Aires, Letra Viva, 2014).

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