El gran enigma del universo (y II)

Este ensayo del antropólogo José Zanardini plantea la inesperada posibilidad de una coincidencia entre los modernos avances científicos y los antiguos mitos de origen de los pueblos indígenas.

W. Nernst, Albert Einstein, Max Planck, R. A. Millikan y Von Laue en Berlín, 1931
W. Nernst, Albert Einstein, Max Planck, R. A. Millikan y Von Laue en Berlín, 1931

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Cuando la hipótesis del Big Bang se confirma en 1964 gracias al descubrimiento de la radiación cósmica de fondo, los defensores del universo eterno se sienten desestabilizados. ¿Cómo negar que el Big Bang sea el comienzo absoluto del universo? En esos años aparece la teoría del Big Crunch o Gran Colapso, doble invertido del Big Bang. Durante decenios, parece la más sólida para conservar la idea de un universo eterno, postulando una sucesión repetida de ciclos. Pero en 1998 se descubre que la expansión del universo se acelera, y la hipótesis del Big Crunch se desmorona.

El principio del siglo XX marca un giro decisivo en el conocimiento del universo. Empieza con dos ideas fulgurantes: el universo tiene un comienzo, y ese comienzo debe corresponder a una entropía muy baja, o sea, a un orden muy elevado, a un ajuste sumamente fino. Esas ideas revolucionarias se deducen de los principios de la termodinámica, que serán verificados posteriormente, y que nunca se han puesto en tela de juicio.

La expansión acelerada del universo ha sido confirmada por la observación y es actualmente un hecho ampliamente admitido. Se estima hoy en 93.000 millones de años luz el diámetro del universo observable, que existe desde hace 13.800 millones de años, y su expansión se acelera, como lo han probado las observaciones realizadas a partir de 1998 por Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess, laureados con el Premio Nobel de Física en 2011.

Los ganadores del Premios Nobel de Física 2011, Saul Perlmutter, Brian P. Schmidt y Adam Riess en Estocolmo
Los ganadores del Premios Nobel de Física 2011, Saul Perlmutter, Brian P. Schmidt y Adam Riess en Estocolmo

Dialogando con Albert Einstein

En 1922, Albert Einstein enseñaba Física en la Universidad de Berlín, tras recibir el Nobel en 1921 por su teoría de la relatividad general. En una clase, una alumna, Esther Salaman, le preguntó: «Profesor, ¿qué busca con sus cálculos y ecuaciones?». Einstein respondió: «Quiero saber cómo creó Dios el universo. No me interesa tal o cual fenómeno, tal o cual detalle. Lo que quiero conocer es el pensamiento de Dios».

El 29 de mayo de 1923 se publicó en la revista científica Zeitschrift für Physik un artículo de Einstein que da la razón a la hipótesis de Friedmann de que el universo no es fijo y reconoce que las ecuaciones de la relatividad describen un universo en expansión. Esto causó alboroto en la Unión Soviética y en Alemania, y Einstein se convirtió en una persona incómoda para el nazismo y para el comunismo soviético; en ese clima hostil, tuvo que exiliarse en Estados Unidos.

En numerosas ocasiones, Einstein declaró que creía en un Creador, pero no en un Dios personal como el de las religiones. En su famosa «Carta sobre Dios», se definió como «un no creyente profundamente religioso». En una entrevista de 1930, dijo: «No soy ateo, y no sé si puedo considerarme panteísta. El problema es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas. […] Estamos en la situación de un niño pequeño que entra en una enorme biblioteca con las paredes repletas hasta el techo de libros en muchas lenguas. El niño sabe que alguien tiene que haberlos escrito. No sabe quién ni cómo. No entiende las lenguas en que están escritos. Nota un plan en la disposición de los libros, un orden misterioso, que solo sospecha vagamente. Me parece que esa es la actitud de la mente humana, incluso de la más grande y culta, ante Dios. Vemos un universo maravillosamente ordenado, que obedece ciertas leyes que solo entendemos vagamente. Nuestras mentes limitadas no pueden concebir la fuerza misteriosa que mueve las constelaciones» (G. S. Viereck, Glimpses of the Great, Nueva York, Macauley, 1930, pp. 372-373).

Primera página de la famosa misiva de Albert Einstein conocida como la "Carta de Dios"
Primera página de la famosa misiva de Albert Einstein conocida como la "Carta de Dios"

Los fabulosos ajustes del universo

Sumirse en los fabulosos ajustes que han permitido la evolución del universo, culminando con la aparición de la vida, desemboca en una evidencia: el azar no es una explicación creíble. Esta constatación, tan revolucionaria como reciente, es lo que se conoce también desde los años 1970 como el «principio antrópico».

El Premio Nobel de Física de 2006, George Smoot, escribía: «Si se lo estudia detenidamente, el Big Bang, el mayor cataclismo que podamos imaginar, se muestra como un evento sutilmente orquestado».

¿Cuáles son esos ajustes? El universo, su génesis, su evolución y su funcionamiento se fundan en una veintena de valores numéricos determinados desde el instante de su aparición e invariables en el tiempo y el espacio. Estos son: la fuerza de gravedad, la fuerza electromagnética, la interacción fuerte, la interacción débil, la velocidad de la luz, la constante de Planck, la constante de Boltzmann, la carga del protón y del electrón, la masa del protón, la masa del neutrón, la masa del electrón, la densidad masa/energía del universo en su origen, la velocidad de expansión del universo en su origen, la constante cosmológica que fija la curvatura inicial del universo, la densidad de masa y energía del universo poco después del Big Bang, la velocidad de expansión del universo poco después del Big Bang.

Esos números no son fruto del azar sino de cálculos complejos; son los pilares del universo, que determinan su existencia, su funcionamiento y su evolución, y eso desde el principio.

El Premio Nobel de Física de 1978, Arno Penzias, dijo: «La astronomía nos conduce a un acontecimiento único, un universo creado de la nada y delicadamente equilibrado para brindar las condiciones necesarias para la aparición de la vida, un universo que obedece a un plan subyacente».

El salto vertiginoso de lo inerte a lo vivo

La biología moderna puso en evidencia la complejidad insólita de la menor de las células vivas, comparable a una fábrica ultrasofisticada. Se sabe hoy que el paso de lo inerte a lo vivo se dio en un corto intervalo de tiempo. La consecuencia de todo ello se impone por sí sola: la tesis de la emergencia de la vida como mero resultado del azar, en un universo no concebido de antemano para favorecer su aparición, resulta insostenible.

Un «ajuste fino» de orden biológico se suma al cosmológico. La única explicación racional para la aparición de la vida en nuestro planeta es que se trata del resultado de leyes del universo aún desconocidas o, al menos, de efectos aun desconocidos de leyes que prevalecieron en la época de ese salto y que fueron ajustadas de manera muy precisa. Lo que equivale a admitir que existe un segundo principio antrópico del universo, el de lo viviente, que vendría a añadirse al que ya hemos visto para la constitución del universo.

Max Planck en su despacho en la década de 1930.
Max Planck en su despacho en la década de 1930.

Opiniones de destacados científicos

Christian Anfinsen (1916-1995), Premio Nobel de Química en 1972: «Pienso que solo un idiota puede ser ateo. Debemos admitir que existe una potencia o una fuerza incomprensible, dotada de una clarividencia y de un saber ilimitados, que hizo nacer el universo en el origen».

Alfred Kastler (1902-1984), Premio Nobel de Física en 1966, inventor del láser: «La idea de que el mundo, el universo material, se creó sólo, me parece absurda; no concibo el mundo sin un Creador, es decir, sin un Dios. Para un físico, un solo átomo es tan complicado, tan rebosante de inteligencia que el universo materialista carece de sentido. No hay ninguna esperanza de explicar la aparición de la vida y su evolución por la única acción de las fuerzas del azar».

Max Planck (1858-1947), fundador de la física cuántica y Premio Nobel de Física en 1918: «Una realidad metafísica aparece en el horizonte de lo real experimental. Toda persona que se interesa seriamente por la ciencia, sea cual sea su campo de estudio, leerá la inscripción siguiente sobre la puerta del templo del conocimiento: cree. La fe es una característica que un científico no puede obviar. Toda la materia encuentra su origen y existe solamente en virtud de una fuerza. Debemos suponer detrás de esa fuerza la existencia de un Espíritu consciente e inteligente».

Werner Arber (nacido en 1929), microbiólogo, Premio Nobel de Medicina en 1978: «La vida solo comienza con la primera célula funcional, que puede exigir, aun siendo la más primitiva, al menos varios centenares de macromoléculas biológicas especificas diferentes. ¿Cómo lograron ensamblarse semejantes estructuras más bien complejas? Sigue siendo para mí un misterio. La posibilidad de la existencia de un Creador representa para mí una solución satisfactoria a este problema».

Hay una convergencia impresionante entre los grandes científicos contemporáneos sobre los temas arriba mencionados. La majestuosa belleza, grandiosidad y precisión del Universo siguen siendo un misterio inexplicable que no se puede atribuir al azar.

Los pueblos indígenas, sin haber frecuentado ninguna universidad, sin saber leer ni escribir, hace aproximadamente cien mil años ya habían descubierto empíricamente lo que los científicos contemporáneos descubrieron tras dificultosas y avanzadas investigaciones.

No todos podemos contemplar la hermosura del universo mediante poderosos telescopios, pero todos podemos, en una noche sin luna, admirar el extraordinario esplendor del cielo brillante de estrellas y galaxias.

Sistema solar
Sistema solar

Referencias bibliográficas

Bolloré, Michel Yves; Bonassies, Oliver (2023). Dios, la ciencia, las pruebas. Madrid, Editorial Funambulista.

Cadogan, León (1997). Ayvu Rapyta. Asunción, Ceaduc-Cepag.

Chase Sardi, Miguel; Zanardini, José (1999). Textos Míticos de los Indígenas del Paraguay. Asunción, Ceaduc.

Hendry, Joy (2008). Sharing Our Worlds: An Introduction to Cultural and Social Anthropology. Nueva York, NYU Press.

*José Zanardini es doctor en Ingeniería Química por el Politécnico de Milán, antropólogo por la Universidad de Londres, teólogo por la Universidad de Roma y sacerdote salesiano. Nacido en Reggio (Lombardía, Italia), está radicado desde 1978 en Paraguay. Ha publicado, entre otros libros, Textos míticos de los indígenas del Paraguay (1999, con Miguel Chase-Sardi), Voces de la selva (2016, con Deisy Amarilla), Entre la selva y el Vaticano (2020, novela) y Ayoeode Oijane / Relatos de la selva (2024, con Chiqueno Picanera y Aji Vicente), y colabora regularmente con El Suplemento Cultural. En 2001, el Gobierno de la Región de Lombardía, su tierra natal, le otorgó el Premio Internacional de la Paz.

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