La sabiduría de los ignorantes

¿Hay algo que se pueda hacer para impedir que la sabiduría de los pueblos originarios se pierda? Qué los que atesoran esos conocimientos tradicionales sean justamente valorados como lo que son, como sabios, podría ser un buen comienzo. Escribe Marcelo Bogado.

Richard Evans Schultes en la Amazonía en compañía de dos informantes, década de 1940
Richard Evans Schultes en la Amazonía en compañía de dos informantes, década de 1940

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«El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir».

José Saramago.

Con estas palabras comienza su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura el escritor portugués José Saramago (1922-2010), evocando a su abuelo, un humilde y analfabeto hombre de campo, con una vida muy sencilla, quien, cuando era niño, le contaba en las noches calurosas, al amparo de una higuera, historias maravillosas con las cuales hacía volar su imaginación.

Llegando a lo más alto que puede llegar un escritor, Saramago elogia a aquellos que no han leído ni mucho menos escrito nada en toda su vida, a aquellos que no saben leer ni escribir, dando a entender que pueden tener tanta sabiduría como la que proporciona la lectura. Esa sabiduría que no conoce de autores, citas ni libros, dice Saramago a su audiencia, posee un mérito que no será reconocido por la academia, que no recibirá premios y cuyo mundo pasa por otro lado, distinto del universo de los amantes de la lectura.

La aparición de la escritura en Mesopotamia y Egipto hace unos 5000 años permitió transmitir todo el conocimiento humano sin importar la distancia ni el tiempo. Por eso hoy, con solo leer a quienes escribieron algo hace mucho o a nuestros contemporáneos de otras latitudes, podemos saber de historia y literatura antigua, así como de la producción científica de todos los rincones del planeta.

Pero no todo el saber humano se encuentra escrito. Más bien es al contrario. Una minúscula parte de aquello que los humanos aprendimos a lo largo de generaciones de observaciones sistemáticas y experiencias personales ha sido escrito. El resto, la mayor parte, se ha trasmitido y se transmite aún de boca en boca, aunque esta vía de transmisión del saber no tenga el prestigio de la lectura. Aquellos que no saben cosas provenientes de libros muchas veces son considerados ignorantes. Pueden, sin embargo, conocer muchas cosas y ser sabios, teniendo que recorrer, en ocasiones, un camino muy largo para llegar a serlo.

José Saramago
José Saramago

Sabemos, por ejemplo, que el camino que llevaba a un aprendiz a convertirse en druida entre los antiguos celtas podía durar unos veinte años, a lo largo de los cuales aprendía de memoria la historia de su pueblo, además de la manera de realizar rituales y de preparar pociones medicinales. Todo lo cual era transmitido de forma oral, de maestro a discípulo, de ancianos a jóvenes. A este conocimiento accedían únicamente los iniciados, que garantizaban que se mantuviese viva la sabiduría de su pueblo (1).

Así como hacían los antiguos druidas con sus aprendices, las tradiciones orales de todo el mundo han transmitido cosmogonías, filosofías, epopeyas, mitología, conocimientos de los ciclos de la naturaleza, el comportamiento de los animales, las características de los distintos tipos de suelos, los movimientos de los astros, los usos de diversas plantas de generación en generación desde que el ser humano camina por este planeta. Este saber no tiene el reconocimiento de la élite intelectual global (con acceso a educación formal y títulos académicos), que considera a sus depositarios supersticiosos, fanáticos, charlatanes y, sobre todo, ignorantes.

Alguien que aprendió de los considerados ignorantes parte de sus saberes para transmitirlos por medio de la escritura y reconoció el valor de sus tradiciones fue Richard Evans Schultes (1915-2001), uno de los padres de la etnobotánica moderna, que estudió los usos de las plantas entre los pueblos amazónicos. Schultes, que era llamado «doctor brujo blanco» por los indígenas con quienes realizaba trabajo de campo, consideraba más eficiente aprovechar el conocimiento ya acumulado por los pueblos originarios sobre las propiedades de las plantas que esperar a que los químicos estudiaran una a una la inabarcable cantidad de especies potencialmente útiles (2). Reflexionando sobre su experiencia entre los pueblos tradicionales, Schultes escribió: «El investigador etnobotánico (…) debe darse cuenta de que, lejos de ser un individuo superior, él –el hombre civilizado–, en muchos aspectos es inferior» (3).

Sin embargo, la humildad de Schultes, quien reconocía lo poco que sabía de plantas en relación a sus informantes indígenas, no lo puso ante la academia al mismo nivel que estos. Entre otros reconocimientos, Schultes recibió en 1992 la Medalla Linneana de la Sociedad Linneana de Londres, considerada el Nobel de los botánicos y zoólogos, y varias plantas llevan su nombre, como Hiraea schultesii, Pouroma schultesii y Piper schultesii (4). Los indígenas amazónicos que compartieron con él sus saberes acumulados pacientemente por generaciones permanecieron, en cambio, en el anonimato, como simples informantes, y no recibieron ningún premio por lo que conocían, que con certeza superaba con creces lo que le enseñaron. Del mismo modo, nadie le dio ningún galardón por su sabiduría al abuelo de José Saramago, aunque su nieto lo considerase el hombre más sabio que conoció en su vida.

El uso de plantas medicinales en el mate y el tereré es parte de la cultura tradicional paraguaya.
El uso de plantas medicinales en el mate y el tereré es parte de la cultura tradicional paraguaya.

Las medidas que se están tomando a nivel mundial para preservar conocimientos y prácticas, como la firma por parte de la mayoría de los países de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, resultan insuficientes para preservar la sabiduría de todos los pueblos del mundo. No por falta de voluntad de la Unesco ni de los gobiernos que implementan políticas de rescate y puesta en valor de manifestaciones culturales de sus países, sino por el enfoque mismo de estas medidas, que privilegian unas pocas manifestaciones culturales de cada país, como cantos, danzas, procedimientos para elaborar determinadas artesanías, rituales, festivales y procesiones, dejando de lado otros aspectos de las tradiciones humanas, que, por lo demás, son extremadamente amplias.

Los actuales ancianos de los pueblos tradicionales, en varios casos, son los últimos hablantes de sus lenguas, que están desapareciendo. Sus hijos y nietos han pasado a hablar las lenguas nacionales o regionales del lugar en el que viven. Al perderse estas lenguas tradicionales, toda la cosmovisión y los conocimientos transmitidos a través de su vocabulario se esfuman en el olvido. Estos ancianos son la última generación de personas que conocen ciertas tradiciones, ciertos comportamientos y hábitos de numerosos animales silvestres, ciertas propiedades medicinales de muchas plantas, entre otros saberes.

¿Hay algo que se pueda hacer para impedir que la sabiduría de estos supuestos «ignorantes» se pierda? Qué los que atesoran conocimientos tradicionales sean justamente valorados como lo que son, como sabios, podría ser un buen comienzo. Si los sabios son valorados, sus nietos querrán escucharlos con atención, como escuchaba José Saramago de niño a su abuelo, al que consideró el hombre más sabio que conoció en toda su vida. Y, como él, recordarán sus palabras, que, con toda seguridad, transmitirán a sus nietos.

Notas

(1) Cartwright, M. (2021). Druidas [Druid]. (Trad. G. Macedo). World History Encyclopedia (https://www.worldhistory.org/trans/es/1-139/druidas/).

(2) Archila, S. (2009). El legado de Richard Evans Schultes y la etnobotánica en Colombia. La Amazonia perdida: el viaje fotográfico del legendario botánico. Bogotá: Biblioteca Luis Ángel Arango, 2009.

(3) VV. AA. (2003). Richard Evans Schultes: Memorial Minute. Harvard Gazette (https://news.harvard.edu/gazette/story/2003/09/richard-evans-schultes/).

(4) Kandell, J. (2003). Richard E. Schultes, 86, dies. Trailblazing authority on hallucinogenic plants. Ethnobotanical Leaflets, (1), 24.

*Marcelo Bogado es licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (UNA), máster en Estudios Latinoamericanos con énfasis en Antropología por la Sorbonne Nouvelle (París 3), investigador, docente y autor de los libros Representaciones y prácticas de salud en dos comunidades mbya guaraní de Caazapá (Fundación Kuña Aty, 2012) y Antropología Social (Santillana, 2023).

José Saramago recibiendo en 1998 el Nobel de Literatura de manos del rey de Suecia. / EFE
José Saramago recibiendo en 1998 el Nobel de Literatura de manos del rey de Suecia. / EFE
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