La primera gran crisis diplomática de Stroessner

Casi medio siglo después del derrocamiento de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, los marinos paraguayos que lo rescataron en los buques Paraguay y Humaitá conversaron con el periodista Hugo Ruiz Olazar. La serie de artículos que recogió sus testimonios ha sido compilada en un libro, presentado esta semana en el Hotel Excelsior.

Juan Domingo Perón en la cañonera Paraguay, tras el golpe militar de 1955
Juan Domingo Perón en la cañonera Paraguay, tras el golpe militar de 1955

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Siendo todavía presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón apareció una mañana de ese lluvioso setiembre de 1955 en las puertas de la Embajada del Paraguay solicitando protección. La caótica Revolución Libertadora, con más de 700 muertos, llevaba cuatro días de bombardeos aéreos, milicianos armados y policías leales a Perón. El único lugar tranquilo era el predio de la Marina, donde no había conflicto porque todos estaban claramente en contra de Perón.

Sorprendidos, los cadetes paraguayos que pernoctaban allí recibieron al general presidente e informaron del hecho inmediatamente al agregado militar, coronel Demetrio Cardozo, quien se apersonó al instante y lo comunicó al embajador, Juan Ramón Chaves. Este llegó a la embajada y decidió trasladar al huésped a su residencia en el Barrio de Núñez. Ni sede ni residencia ofrecían seguridad, por lo que decidieron llevar a Perón a bordo del cañonero Paraguay, surto en la Dársena D para reparaciones mayores.

Perón en el Cadillac bajo la intensa lluvia el día que buscó refugio en la Embajada del Paraguay en Buenos Aires. Recreación de Samu (Diego Villalba)
Perón en el Cadillac bajo la intensa lluvia el día que buscó refugio en la Embajada del Paraguay en Buenos Aires. Recreación de Samu (Diego Villalba)

Tomaron un camino alternativo, lleno de baches y agua acumulada. El chofer del Cadillac era el primer secretario, Rubén Stanley, quien dudó ante una laguna grande. «¡Atropelle!», ordenó Chaves, solo para quedar varado al mojarse el cable del distribuidor. Un ómnibus Merceditas fuera de línea les sacó del apuro, y el conductor saludó al general. Finalmente, pudieron llegar al buque.

Sin aprender ni olvidar nada, Perón exigió ver al comandante. Y apareció un joven oficial subalterno: «Teniente de Navío César Cortese se presenta, mi general; ordene». A lo que el todavía presidente respondió, desilusionado: «Pero usted es muy joven; ¿está seguro de que puede manejar la situación?» Cortese le confirmó: «Soy el comandante y tengo órdenes de recibirlo».

De escasos 31 años de edad, el comandante luego dio una muestra de autoridad: «Si usted está armado, mi general, me tiene que entregar el arma». De mala gana, Perón asintió. Cortese le ofreció su camarote y procedió a adaptarse a la nueva situación.

«El Negro me quiere matar»

Molesto porque la presa mayor del movimiento vino a refugiarse en sus narices, el almirante Isaac «el Negro» Rojas exigió inmediatamente la entrega del refugiado y amenazó con abordar el cañonero con infantes de Marina armados que rodearon la entrada. Cortese se puso a la altura del desafío e informó a Rojas: «Yo solo recibo órdenes de mi embajador».

El almirante amenazó con hundir el cañonero «y le damos dos iguales al Paraguay para que no proteste». Luego preparó un grupo de combate con armas largas para el abordaje. Cortese ordenó formación de combate con fusiles y granadas. Estaba dispuesto a proteger con su vida la soberanía paraguaya. Se sabía que todo buque de guerra es territorio nacional del país propietario y nadie ingresa a la fuerza sin resistencia.

Rojas hizo de todo para disuadir a los paraguayos. Hubo un sitio por hambre, pues la comida comenzó a faltar; luego el combustible para el generador. Se manejaban con faroles a querosén «mbopí», y después le ordenaron salir a aguas internacionales, donde la sudestada del Río de la Plata hizo bambolear el buque como hoja en tormenta. El Paraguay nunca pestañeó.

Perón visita a Federico Chaves. Los acompañan el comandante en jefe delegado, Alfredo Stroessner, el comandante de la Caballería, Néstor Ferreira, y el ministro José Antonio Moreno González. Archivo de José Pérez
Perón visita a Federico Chaves. Los acompañan el comandante en jefe delegado, Alfredo Stroessner, el comandante de la Caballería, Néstor Ferreira, y el ministro José Antonio Moreno González. Archivo de José Pérez

Crisis diplomática

El operativo dejó de ser militar y se graduó de hostilidad diplomática. La triunfante revolución no podía formar gobierno provisorio porque Perón no había renunciado. Se logró que firmara la dimisión a cambio de la promesa de un salvoconducto. El domingo siguiente asumió el presidente provisional Lonardi, pero el salvoconducto no aparecía. Rojas no cejaba en su intento de atrapar a Perón y era el vicepresidente provisional.

Un nuevo argumento para conseguir el salvoconducto hizo su aparición. Todo gobierno sedicioso necesita reconocimiento internacional. Paraguay ofreció concederlo, a cambio del salvoconducto. Y lo logró. Era diplomacia de las buenas, silenciosa y fructífera. Una eficiente mujer, Pilar Mallén, se encargó de las comunicaciones, los escritos y los contactos con la Cancillería argentina.

Como una trampa atractiva, Rojas ofreció al Paraguay embarcar a Perón en Aeroparque para el vuelo a Asunción. Pero Chaves sospechaba que le iban a birlar la presa ni bien pisara tierra firme. Se decidió entonces transportar al ya expresidente por hidroavión, en uno de los dos Catalina de la Fuerza Aérea, pilotado por el comandante Leo Nowak.

Si bien el gobierno de Stroessner acababa de cumplir su primer año en funciones, su diplomacia era efectiva. El dictador Morínigo había enviado al exilio a todos los diplomáticos profesionales de la era liberal y hubo que formar nuevos cuadros. Naciones Unidas y demás organismos multilaterales se encargaron de capacitar a los emergentes jóvenes diplomáticos, entre ellos César Romeo Acosta, en la Embajada en Washington, y, Luís María Ramírez Boettner, en Europa.

Carta de puño y letra de Juan Domingo Perón enviada en 1963 en agradecimiento al Cap. Santiago Cortese por la asistencia en su refugio en el cañonero Paraguay
Carta de puño y letra de Juan Domingo Perón enviada en 1963 en agradecimiento al Cap. Santiago Cortese por la asistencia en su refugio en el cañonero Paraguay

Temeroso de alguna tramoya por parte de Rojas, Stroessner había logrado cobertura aérea brasileña, por si fuese necesaria. Parece que lo fue, porque un alto oficial argentino informó después de los hechos que tenían orden de partir de la Base Aérea de Morón para abatir el vuelo que llevaba a Perón y solo 10 minutos antes del despegue llegó la contraorden.

El despegue del Catalina casi fue abortado por las inclementes aguas del Plata y solo la habilidad de Nowak logró un vuelo exitoso, en las garras de la zozobra. Poco antes había llegado a Buenos Aires el Humaitá, hermano gemelo del cañonero con refugiado, pero las autoridades argentinas no permitieron contacto alguno, aunque se logró contrabandear uno que otro alimento.

El resto fue un anticlímax. Perón, al enterarse de que había entrado en espacio aéreo paraguayo, se tranquilizó y retornó a su locuacidad conocida. Después de 10 años en el poder absoluto, le costó acostumbrarse a su nuevo estatus. Otorgó una entrevista al representante de la agencia de noticias UPI, Germán Chaves, hermano del embajador, y eso le costó un pedido argentino de ser internado en Villarrica, donde paseaba alegre en una motoneta Vespa, regalo del representante en Paraguay, Carlos Zuccolillo, hasta que llegó la hora de marcharse a Panamá y España, dejando atrás el capítulo paraguayo.

Juan Domingo Perón, despidiéndose la última vez que estuvo en Asunción
Juan Domingo Perón, despidiéndose la última vez que estuvo en Asunción

Ruiz Olazar hace hablar a los marinos

Muchas de estas anécdotas se hubieran perdido si el periodista Hugo Ruiz Olazar no hubiera publicado una serie en ABC Color con las declaraciones de los protagonistas. Esa serie periodística ahora ha sido compilada en el libro Atrapen a Perón, presentado esta semana en el Hotel Excelsior.

A medio siglo de los hechos, los lacónicos y reacios militares decidieron contar su historia, gracias a la visión del director Aldo Zuccolillo, que logró enterarse de las peripecias, gestionar los contactos y persuadir a todos de que se reunieran en la casa del ya retirado almirante César Cortese para que sus cuitas pasaran a ser fuente primaria de la historia todavía por escribirse.

Su condición de testigos presenciales y protagonistas de los hechos da al relato valor superlativo. Con esta hazaña, Ruiz Olazar continuó la grandiosa y trunca tarea de Alfredo Seiferheld de hacer hablar a gente que se hubiera llevado a la tumba la narración de episodios tan álgidos. Y nada más pertinente, pues el almirante Cortese falleció a escasas 48 horas de haber completado las entrevistas.

"Atrapen a Perón", de Hugo Ruiz Olazar
"Atrapen a Perón", de Hugo Ruiz Olazar

*Ricardo Caballero Aquino: historiador, diplomático y periodista, licenciado en Lingüística por la Universidad Nacional de Asunción y doctor en Historia por la Universidad Meridional de Illinois con estudios postdoctorales en la Universidad de Texas, Austin. La República Constitucional Paraguaya, 1904-1940: Apogeo, decadencia y ruina (2023) es su libro más reciente.

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